Un alma, dos mitades: La creación de Eva en el jardín del Eden.

por FRANCESCA BUCCI MEDVINSKY, Lic. en Teoría e Historia del Arte, U. de Chile. Magíster en Gestión Cultural, U. de Chile.

 

Este domingo fue muy especial, fue el matrimonio de una querida amiga y en la jupá se cantaron las shevabrajot, que son siete bendiciones para los novios que se leen durante la ceremonia, para verbalizar hermosos anhelos para la nueva vida de la pareja.

Una de ellas, tiene directa relación con la creación del ser humano: Bendito Eres Tu Adonai D’s Nuestro Rey del Universo, el Creador del hombre (BarujAtá Adonay ElojeinuMelejHaOlam, YotzerHa’Adam). La tradición judía  habla de la creacion del primer ser humano, como un ser que no era ni hombre ni mujer. Algunos sabios explican que en el versículo dice «los creó» y no «lo creó» porque Adán tenía un alma doble: femenina y masculina, como hemos dicho, y es llamado como tal una vez que se separa de su parte femenina.

La Tora describe la creación del mundo, como el lugar que D’s creó para entregar su bondad a la humanidad. El hombre sería partícipe de este plan, a través de «imitar» la creación divina, esto quiere decir que cuando la Tora dice que el hombre fue creado «a la imagen de D’s», éste debe imitarlo a través de la bondad en la tierra. Para esto, estaría dotado de libre albedrío y tendría la cualidad de expresar la imagen divina en la tierra si toma determinadas decisiones.

Adam, viene de «adama», tierra, en hebreo y una de las interpretaciones señala que «asi como la tierra es pasiva, también el hombre debe serlo frente al plan divino«.[1] Al mismo tiempo, se cree que Adam poseía las cualidades de todos los seres humanos, y en él estaban contenidas todas las almas de sus descendientes.

Pero la Tora señala que Adam (conteniendo lo masculino y lo femenino) era definido como «no bueno» por D’s, porque al ser uno era autosuficiente y sentia una soledad existencial: no tenía a quien dar. Por otro lado, se le proveía de todo y no tenia que trabajar para ganárselo, algo que la kabbalah explica como «el pan de la vergüenza», cuando solo se es receptor y  no dador.  En ese contexto, el nuevo ser no podía imitar la bondad divina en el mundo. Algunos sabios interpretan que la creación de la mujer bajo la palabra «bina» que es construcción y «vayiven», costilla, significa el acto de tomar algo de dentro y expandirlo.[2] Bajo este prisma, la mujer tendría la habilidad de la comprensión profunda y es creada en igualdad de condiciones espirituales y con el mismo potencial que el hombre para que ambos puedan dar y recibir en forma recíproca.

En la jupa, se lee esa bendición, como recordatorio que el primer humano, era un alma que contenía en sí mismo ambos sexos y en el momento del matrimonio judío, se vuelve al génesis, a través de esa bendición en específico, para explicar que de ahora en adelante, la pareja será también una sola alma, pues son dos mitades del mismo nivel emocional y espiritual, y que la unión tanto física como emocional, es para el judaísmo, una de las máximas expresiones de dar, es decir, de conexión y de elevar cada acto de amor a algo sagrado.

 


[1]Aiken, Lisa. Ser una mujer judia. Jerusalem, MesilotHatora, 1997.

[2]Op. Cit.

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