El arte, comprensión de la realidad.

por BENJAMIN FURMAN, Est. Música, U. Berklee, Boston.

 

Pensemos por un momento en los sonidos. Nuestras vidas están llenas de sonidos, éstos tienen distintos timbres, texturas, sabores, tonos, intensidades… desde el profundo tono de voz de nuestro padre contándonos una historia cuando pequeños, o la dulce voz de nuestra madre, la cajita musical, el resorte de los dibujos animados, las campanas del colegio, la marcha nupcial, los llantos de un bebé, etc.

La vida está hecha de sonidos. Dedícale un momento a poner atención a los sonidos que te rodean en esta etapa de tu vida, en este mismo momento. Notarás que evidentemente los sonidos conforman y describen nuestra vida, nuestra realidad, y a la vez nos distinguen de otras realidades. Los sonidos que acompañan la vida de un campesino son completamente distintos a los que acompañan a un hombre de ciudad. Así también, los sonidos varían enormemente entre distintos lugares del mundo: los sonidos que se escuchan en India, en China, en Israel, en Tanzania, en Perú, son todos completamente distintos.

Los infinitos sonidos que existen en el mundo se topan, en su viaje, con el hombre. Y el hombre hace sin demora y sin querer lo que mejor sabe hacer: el procesa. El hombre percibe, y al percibir identifica la fuente del sonido: «ese sonido viene de allí, viene de eso«. Pero el hombre también se identifica a sí mismo como receptor: no sólo «viene de allí», sino que «viene hacia «. Y como el sonido viene hacia mí, el sonido genera algo en mí, una diferencia. Eso que «genera en mí» es una emoción.

No podemos pensar en un sonido que no evoque cierta emoción: el llanto de un bebé, el sonido de una alarma de emergencia, el agua, una piedra rodando, todos gatillan emociones. Si bien éstas varían para cada persona, el hecho es que alguna emoción surge. Aquí es donde aparece la música: la música es el sonido ya procesado por el hombre. La música es el producto que surge de la unión de los sonidos y el hombre. Más aún, la música extrae y condensa la dimensión emotiva de los sonidos, y la lleva a su máxima expresión. Así como ciertas drogas causan una altísima sensibilidad a los colores, la música nos causa una altísima sensibilidad a los sonidos.

Sin embargo, los sonidos no siempre generan una emoción consciente. No vivimos el día a día pensando cómo cada sonido nos hace sentir. Pero hay ciertos momentos especiales en que tomamos conciencia de los sonidos, y en ese momento comenzamos a sentir emociones. Es en ese preciso momento donde se genera música. Eso es música. Lo que determina si algo es sonido o música no es el músico, ni los sonidos mismos, sino es el oyente. Todo está en el estado de conciencia, en la concentración del oyente. El cantar de un pájaro puede llegar a ser música, mientras que una sinfonía de Beethoven puede ser puro sonido: es completamente relativo al receptor. Esto nos permite explicarnos cómo es que para algunos, cierto tipo de música sea “puro ruido”, mientras que para otros esa misma música sea una “obra de arte”. El músico eres tú.

El artista eres tú. Todo lo dicho para la música se aplica también al arte en general. Cada arte se encarga de un elemento de la realidad: la música de los sonidos, la pintura de las imágenes, la escultura del volumen, etc. Y al escoger un elemento, por definición se deben sacrificar todos los otros temporalmente. Cuando vas a un concierto, estás declarando: “ahora me dedicaré al elemento del sonido, y al impacto emocional que éste elemento genera en mí”, y cuando vas a un museo de arte visual estás declarando “ahora me dedicaré a la imagen”. El arte, como la ciencia, desarma la realidad en elementos básicos, en unidades, y se enfoca en una a la vez. En este sentido el arte es realismo: nos permite comprender mejor, de manera más profunda y organizada, nuestra realidad. El arte es otra forma de conocimiento de la realidad. Y la belleza del conocimiento, de la ciencia, de la filosofía, y del arte, todas surgen de una verdad común: la verdad es que la realidad es bella.

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