Entre el habituarme y el asombro

por ILAN LIBEDINSKY, Est. Psicología, U. del Pacífico.
 
El ser humano tiene una extraña inclinación a habituarse a casi todo, y digo casi todo con bastante inseguridad. La habituación le confiere al mundo el carácter de cosa acostumbrada, domesticada por el ojo de la percepción.
Habituación y obviedad se encuentran concatenadas. De la habituación surge el aburrimiento, fenómeno psíquico esencialmente humano, una especie de adormecimiento de la consciencia. Podemos habituarnos a nuestro trabajo, a nuestro Dios, a nuestra pareja y familia.
Asumimos nuestro cuerpo y nuestros pensamientos como si fuesen propios de uno, y no algo dado, obligado y en ocasiones extraño.
¿Habituarse de la muerte? Eso ya es una tarea más difícil. La caducidad de la vida nos enfrenta al carácter limitado del mundo: uno mismo será cenizas, nuestra familia será cenizas, el pueblo judío eventualmente será cenizas, el universo será cenizas y con ello probablemente Dios también será cenizas si su infinito espejo finaliza su tarea.
La muerte nos muestra ese rostro único que tienen las cosas: esa piedra y esa flor es única, esa sonrisa y esa persona es única, uno mismo es único. Acostumbrarse del mundo es en realidad una habituación de uno mismo. Aburrirse de sí mismo: niebla que duerme más que mata.
Sin esa capacidad de acostumbramiento, la sorpresa y el asombro serían una constante, y así se podría rescatar lo particular que hay en lo universal. Es probable que la muerte siempre asombre, que el orgasmo siempre asombre, que la locura siempre asombre. Si no pudiésemos habituarnos a la vida, viviríamos bajo ese terrible e inspirador vértigo llamado asombro, un abismo rodeado de perlas: la vida reviviría en toda su magnitud.
Pero al hombre le asusta la vida, por eso se acostumbra a ella, cuando en realidad quiere que la vida se acostumbre a él. Le tememos a la vida, ya que abrirse a ella implica estar expuesto, vulnerable. Quizás la vulnerabilidad sea una cualidad esencial del ser humano, fragilidad y fortaleza simultánea, fuerza compuesta de debilidad.
He ahí la antítesis habituación-vulnerabilidad, aburrimiento-asombro. Sin asombro no hay vida, el asombro es dadora de vida: es probable que dar a luz siempre asombre, habría que preguntarle a la madre que pare, al padre que observa, al orgasmo que concibió, al amor o deseo que unió a dos personas a combatir la muerte, a la muerte que empuja la vida y a la vida que empuja al hombre a vivirla.

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