¿Cultura para todos o para pocos?

por FERNANDO IMAS y MARIO ROJAS, Lic. en Conservación y Restauración de Bienes Culturales, U. Internacional SEK.

 

En un país donde la mayoría siempre es la que manda, se deben implementar mejoras que tengan a esa mayoría lo más contenta posible. Hay que educarla, pero no tanto porque pueden aprender demasiado; hay que ofrecerles calidad de vida, pero tampoco tanta, porque se comerán los recursos del Estado. Dentro de esos afanes democráticos falsos, existe una tendencia que se ha venido generando desde hace tiempo en nuestros gobiernos: esto es ofrecer “cultura” a la gente, o lo que en la vieja Roma llamarían “pan para el pueblo”.

Con un grave problema en la educación, y adultos de una baja comprensión lectora y déficit atencional, es fácil promover iniciativas de bajo costo, ligadas más a un entretenimiento que a conocimientos específicos. Algunos dirán que el espectador no da para otro tipo de manifestaciones, nosotros les diremos que existen varios tipos de espectadores, y hoy los que buscan algo mucho más profundo, educativo y de calidad, están teniendo un vacío importante en el programa cultural de los gobiernos. Y ya no somos tan pocos.

No sé si ustedes han tenido la sensación que cuando se intenta promover la cultura y las artes, se hace siempre enfatizando ciertos valores, tendencias y expresiones que muchas veces no son de su interés o gusto. No es que seamos mañosos o inconformistas, pero es que en ese momento crucial en que se intentó difundir masivamente la “cultura”, se les olvidó que seguían existiendo personas con intereses mucho más elevados, y que hoy han quedado huérfanos ante un panorama que no suple sus más básicas expectativas, sumiéndolos en un triste vacío cultural.

No es que yo no me ría con los chistes repetidos de humoristas callejeros que saltan al estrellato, ni que no encuentre atractiva la aparición de la Muñeca Gigante matando un Rinoceronte. A veces no estoy tan convencido de detestar esas obras de teatro hechas a la rápida por el actorcillo de moda, que las vende como piezas transgresoras para un público de adolescentes que aspiran a ser hispsters. Yo no digo que no bailo con las canciones que ofrecen las emisoras, ayudando a fomentar la música chilena, aunque éstas sean sólo las bandas comerciales o de la pareja de la estrella televisiva del momento.

De vez en cuando, también me paseo por alguna galería de arte en busca de distracción que me lleve al síndrome de Stendhal, lo malo es encontrar siempre algún mamarracho abstracto que hizo el sobrino de la galerista, y que todos alaban porque apareció en la revista de diseño del domingo porque era compañero de universidad de la editora.

En los museos públicos, veo los mismos cuadros que están ahí empolvados hace 80 años, y si no, puedo asistir a una exposición en un museo progresista que sólo exhibe a íconos de la llamada post dictadura, ya más que vistos e interpretados, que poca novedad y aportes representan en el medio artístico.

Tampoco digo que no me sorprendo con los avances constructivos de la ciudad. Tan sólo me pregunto, dónde está quedando nuestro patrimonio histórico, si en cada esquina veo que un edificio es derribado.

Aunque recorro Santiago incansablemente, buscando mi trozo de ese espacio cultural que tanto merecemos, vuelvo cada día a mi casa con una sensación amarga de derrota. Es ahí cuando prendo la televisión para distraerme, pero tan sólo puedo ver la teleserie estereotipada de misterio y sexo camuflado de trama dramática; o la vulgaridad de chistes xenófobos dichos por algún muñeco de trapo; un decadente reality conventillero; falsos programas periodísticos; o el cada vez más invasivo programa busca talentos.

Entiendo que todo esto suple las “necesidades” de mucha gente que tiene intereses distintos a los míos. Sólo me pregunto, ¿dónde quedan mis intereses, y los de miles de chilenos rezagados, en esta “Cultura para todos”?

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