Dame un verano más

por ENRIQUE LEIKIN, Abogado, U. Adolfo Ibáñez.

Ese momento cuando vamos caminando por la playa, por la arena, por un jardín donde todo lo que ves es increíble, lugares que creíamos no existían, y simplemente disfrutas cada momento, cada segundo de aquel paisaje, etapa, sensación.

Cuando crees que nada podría ser mejor porque crees que ya has vivido todo y todo lo sabes, normalmente entre los 20 y 30 años, aunque a algunos les dura mucho más. Cuando te crees casi invencible y que nada te afecta, que ya has hecho de todo, ocurre un alto y te quedas parado mirando hacia tu alrededor y en esos minutos de pausa en el camino piensas, pero al mismo tiempo no piensas en nada, esa ironía de pensar en todas las respuestas a problemas que no existen, de pensar en todas las soluciones a situaciones que no han nacido. Oscuridad, soledad, fracaso, muerte.

Dicen algunos que cada soplo de aire que inhalamos no hace más que impedir o alejar a la muerte que constantemente nos acecha y nos obliga a recordarla, a querer seguir viviendo, pero a la larga ella ha de triunfar. Es nuestro destino y ella juega con su presa por un breve lapso de tiempo al cual llamamos vida. ¿No será demasiado ingrato vivir cada segundo como sí existiese un fin, además de un gran desperdicio?

Recordemos ese verano el cual apareció ella, vestida como una rock star, con cabello largó y una sonrisa perfecta, la cual podíamos ver por horas y horas sin aburrirnos. Ella, que solo mirándola entendíamos, aunque fuera por un segundo, que el tiempo se paraba y uno quería pararse con el tiempo, que no había nada más alrededor, sino solos tú y ella, sino solos ella y tú.

De pronto, esos 5 minutos con ella se esfuman y comienza nuevamente el tiempo real, aquel de las decisiones, esas terribles decisiones que nos muestran que todas las alternativas que escogemos son excluyentes, porque por cada sí que tomamos debió haber existido un no, o aquellos tiempos donde los grandes dolores nos impiden sentir los pequeños, y a la inversa, donde en ausencia de grandes sufrimientos, hasta la más mínima turbulencia nos atormenta.

Es verdad, hay quienes dicen que aquel que no vivió el éxito, no sabe lo que es el fracaso, que aquel que conoce la claridad y la luz, puede temerle a la oscuridad, que aquel que no ha estado realmente acompañado, no le teme a la soledad. Aquel que no ha vivido la vida, no le teme a la muerte, menos que el que la ha vivido, la respeta menos.

Pero volvamos a ese verano y a esos 5 minutos donde simplemente está ella y tú, sin nadie más a tu alrededor. Ella, su sonrisa, tu sonrisa; ella, sus ojos y tú mirándola; ella, sus labios y tú tocándolos. Ella, que te hace sentir tranquilo, cuando en realidad todo está ajetreado, que haces que no piensen en nada ni nadie más, que te calma, que te gusta, que te gusta…

No tengo idea quién será ella, si es una situación, si será el amor de tu vida, si serán las personas que uno ama, si será la «vida», lo que sí está claro, es que sí en ese verano durante 5 minutos fuimos capaz de sentirlo y vivirlo, sólo quiero que «ella» me dé un verano más para vivirlo…

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