Guardar el amor
por DANIELA BITRAN, Est. Psicología, PU. Católica.
Era joven, muy para los abuelos y no tanto para los niños, cuando lo conoció.
No había vivido todo pero había vivido mucho y su alma no vaciló en enamorarse.
Fue lo más fuerte que había sentido alguna vez y rápidamente sospechó, era el amor de vida. Pocos latidos después, lo supo con certeza.
Y lo evitó y lo evitó y lo evitó.
No sólo evitó que se encontraran, evitó verlo, pensar en él; evitó imaginarse una vida con él, fantasear con él; evitó pensar en él cuando escuchaba hablar de amor, evitó que se posara la imagen en su cerebro aún por pequeños segundos, incluso cuando no había nada más satisfactorio para ella que jugar a imaginar. Nunca fue depresiva, la melancolía le otorgaba cierto placer, y aun así, lo evitó.
Evitó también que él la viera, que él escuchara hablar de ella, que él llegara a ver sus fotos, que la deseara, que se encuentre con sus ojos, que sienta el olor de su pelo, que la escuche reír a lo lejos. Evitó a toda costa que él se enamorara de ella.
Porque sabía, con la misma certeza que sabía que era el amor de su vida, que nada era infinito, que el amor no podía ser para siempre, que no duraría más de unos cuantos años, y que si viviría el amor con él, quería que fuese el último.