Ni turbas ni superhéroes

por ERIC NICOLAIEVSKY, Egresado de Psicología, PU. Católica. Est. MA en Psicología Laboral Organizacional.
 
Hace pocos días, le rompieron el vidrio del auto a mi madre para robarle la cartera que, como no hay que hacer, tenía en el asiento del copiloto. Llegó a casa muy asustada y conmocionada y, junto a mi padre, comenzaron a realizar el ritual de bloqueo de tarjetas, cambios de clave y recuperación de cuentas.
Sin saber bien por qué, más movido por la intuición que por la razón, comencé a llamar desde mi celular al teléfono robado de mi madre, que debería haber estado apagado hace ya largo rato si el ladrón hubiera sido remotamente similar a la gran masa de colegas de su profesión. Sin embargo, al cuarto intento de llamada por mi parte, contestó una voz desconocida de un adulto que parecía no saber que esperar al contestar. Evidentemente, yo tampoco sabía muy bien cuáles eran las pautas de comportamiento aceptables para esta extraña e infrecuente situación social, por lo que atiné a decir: “Hola, usted le robó la cartera a mi mamá”.
Contrario a la sarta de insultos propia de las estafas telefónicas frustradas que esperaba oír de mi interlocutor, el hombre se identificó como sargento segundo de una subcomisaría de Santiago y me aclaró que él no le había robado la cartera ni a mi mamá ni a nadie, y que por favor nos presentáramos en la subcomisaría para presentar la denuncia correspondiente y luego proseguir con la recuperación de las “especias” robadas. Luego de comprobar que este improbable giro de los acontecimientos era lo que estaba sucediendo en realidad, nos pusimos en marcha, como familia, tal como el sargento había requerido.
Al llegar a la comisaría, entre el sargento y el cabo de turno nos explicaron el resto de la historia. El ladrón es un individuo de 16 años que, a pesar de su corta edad, ya presenta tres denuncias en su contra. En esta situación, luego de efectuar el robo, el sujeto se dio a la fuga, pasando por delante de una disco, en donde al guardia que cuidaba la entrada le pareció extraño ver un joven de 16 años con cartera. El guardia le pidió que se acerque y el ladrón comenzó a correr, pero el cuidador no se dio por vencido y lo persiguió hasta atraparlo, momento en que lo detuvo, utilizando la figura del “arresto civil”, hasta que la policía llegó al lugar para llevarlo definitivamente detenido.
Tanto el sargento como el cabo creen que se acabó la suerte del joven ladrón, ya que tres denuncias (ésta última con violencia) y una orden de captura con su nombre, son ya demasiadas cosas como para que un juez perdone sin ningún castigo. Sin embargo, para muchos otros no es así. En la misma pared de la comisaría, tenían un mural en el cual pegaban las fotos de los ladrones habituales de la zona (lanzas, mecheras, carteristas: sujetos que se especializan en un solo tipo de delito), al preguntarles por el mural comentaron que esos son las fotos de los que “trabajan acá”, no importa cuántas veces los atrapen, a veces los liberan dentro del mismo día, porque reiterar en el mismo delito es menos grave que hacer varios distintos, y si los descubren antes que logren robar algo, entonces “técnicamente” no hay ningún crimen.
Los fiscales están sobrecargados de trabajo, no les vale la pena procesar delitos menores (de baja condena) como esos. Además el sistema carcelario está colapsado, hay que priorizar encerrar a los más peligrosos, y como las cárceles son “escuelas del delito”, al meter a un carterista, lo más probable es que se convierta en algo peor. “Parece frustrante”, digo cuando terminan, y sin poder aguantarme, les pregunto- “Y ¿qué opinan ustedes de los linchamientos públicos que se han estado dando en las calles últimamente?” El sargento y el cabo retoman – “Para nosotros, es lo mejor que nos puede pasar, ellos se ríen de nosotros, es la parte más frustrante de nuestro trabajo y nosotros no les podemos pegar, no les podemos hacer nada más que detenerlos otra vez. Es la única manera que aprendan”.
Desde la perspectiva de la teoría política; los ciudadanos pactamos un contrato social, hipotecando el uso de la fuerza propia en pos que el estado monopolice el uso de la violencia. Monopolio que se personifica en las instituciones del ejército y la policía, para garantizar la protección de la vida (y la propiedad privada) de sus ciudadanos, pero cuando esto falla, y las personas quedan indefensas y desamparadas en manos de los criminales; las golpizas espontáneas que se dan a un ladrón descubierto son solo síntoma de que los sistemas legal, judicial y carcelario son enormemente ineficientes e insuficientes. El hecho que las personas tomen justicia por sus propias manos, usando la violencia, implica que el estado no está protegiendo de manera adecuada a las personas y ellas tienen que hacerlo por ellas mismas.
Lo peor de todo es que muchas veces la sociedad condena a los que se defienden, porque el uso de la violencia (tanto para ladrones como víctimas) si es un crimen “realmente” penado por la ley. Por lo que uno podría ir preso al defenderse de un robo, y aunque sí bien existe el “arresto civil”, ¿Cómo podría por ejemplo una señora a la que le roban la cartera detener a un hombre joven, sin usar violencia, mientras llama y llega la policía?, ¿Que debe decir; “¡Joven!, alto ahí, usted está bajo arresto civil”?
Una masa de gente enfurecida deteniendo a un ladrón es igual que un superhéroe. Es una figura que actúa de acuerdo a lo que es justo y no a lo que es legal. Un ente que defiende a los indefensos y castiga a los que de otra manera quedarían impunes. Sin embargo, Batman, Arrow, e incluso el más fantástico Spiderman no escapan de las leyes de la vida real, y por eso en sus respectivas fantasías son igualmente perseguidos por la policía por ser “justicieros” o “vigilantes” que actúan fuera de la ley, al capturar ladrones sin ser parte del sistema. ¿Por qué la policía se dedica a intentar atrapar a los buenos en vez de a los malos?, ¿Por qué no ayuda a los superhéroes en vez de tratarlos como criminales?
Básicamente por dos problemas. En primer lugar; “La venganza”. Los superhéroes, al igual que una turba furiosa, actúan en principio movidos por la venganza, lo que como mínimo podríamos reconocer que no es correcto porque las penas infringidas por venganza podrían llegar a ser muy superiores a lo que correspondería al crimen realizado. El segundo problema (razón fundamental de por qué tomar justicia por las propias manos es ilegal) es que las responsabilidades de “Juez, Jurado y Verdugo” recaen en la misma persona, por lo que la turba o el superhéroe pueden determinar la culpabilidad, el castigo y ejecutar la sentencia, todo en el mismo momento, sometiendo al delincuente al castigo que quiera. En este escenario, simplemente bastaría cualquier acusación de una masa de gente furiosa para poder aplicar la pena de muerte a cualquier individuo en la calle.
La sociedad no puede permitir los linchamientos, pero la ciudadanía no puede permitir más robos. No necesitamos más superhéroes, necesitamos que el estado desarrolle mecanismos jurídicos y penales que puedan proteger a sus propios ciudadanos de los criminales que hoy en día están libres. Hasta entonces, incluso en palabras de policías, pareciera que la mejor solución es el uso de la violencia.
Para terminar, quiero agradecer al guardia que detuvo al ladrón que robó a mi madre. Un héroe de carne y hueso, que no actúa movido por la venganza, sino que anónimamente y de manera desinteresada, simplemente porque es lo correcto. Gracias a ti y a los que son como tú.

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