Comunidad judía, ¿abierta a lo gay?

por NOAM GOTTLIEB, Est. Cine, U. del Desarrollo.
Nunca me fue fácil asistir a fiestas en la comunidad judía. No porque las considerara aburridas, ni porque me considere poco sociable, nada que ver con eso. Los judíos somos minoría, en cualquier parte del mundo, excepto claro en Israel. Pero yo soy doblemente minoría, soy la minoría dentro de la minoría, lo marginal dentro de lo marginal. Soy judío, y soy gay, y hace ya más de 1 año que decidí vivir orgullosamente en torno a mis dos identidades principales, sin esconderme ni avergonzarme frente a ninguna.
Este año, para la clásica gran fiesta de juventud que celebra el Día de Independencia de Israel, no sólo compré mi entrada, sino además la de mi pololo, a quien iba por primera vez a presentar «en sociedad». Nervios. Afortunadamente, mis mejores amigos estarían ahí para acompañarme. Nos bajamos del uber, somos cinco. Caminamos lento y el frío toma presencia de inmediato. Hacemos la fila frente a la reja, nos piden el carnet. Lo miro, me mira y le devuelvo una sonrisa falsa, porque no sabía lo que sentía en ese momento. Muchos sentimientos encontrados que fueron ordenándose acorde avanzaba la noche, mientras la fiesta pasaba y el tiempo corría a cien mil revoluciones.
Pasamos los guardias, estamos adentro. Ahora, lidiar con todos los asistentes, un porcentaje importante de los jóvenes judíos de Chile, a quienes volvía recién a verlos tras años de ausencia. Pero esta vez, era otro yo, el que siempre quise ser. ¿Por qué? Porque en mi colegio, el Instituto Hebreo, heteronormado, con temas tabúes como la sexualidad diversa, siempre me vieron como uno, como un igual, quien a fin de cuentas nunca quise ser porque me moldeé a lo que era “normal” bajo ese contexto, aunque en esencia seguía siendo otro, seguía siendo yo, escondido. Hola, soy el de siempre, pero distinto, espero que no les importe, porque a mí ya no.
Al bajar las escaleras, entrando a la fiesta misma, se viene la imagen de varios cientos de personas, entre atestando la barra, y otros muchos en la pista de baile. Lo miro de nuevo y su cara de asombro me hace reír. No está acostumbrado a esto. Yo tampoco, creo. La primera persona con la que nos cruzamos fue con mi ex, una ella, y ahora le vengo a mostrar a un él. Decidimos entrar en el mood de la fiesta y nos acercamos a la barra. Mientras esperamos, fueron inevitables los “¡Hola! Tanto tiempo”, los saludos cordiales asintiendo con la cabeza, los “¿cómo estás, la U todo bien?, y los sorpresivos “¿es él?” seguido de uno de los abrazos más cálidos que pude encontrar en ese lugar.
La mezcla iba en aumento. Alcohol, distintas emociones, incomodidad por la mirada que muchos lanzaban, esa mirada que juzga y te llega hasta el hueso, y tú no sabes reconocerla porque fue la misma mirada que en el colegio recibías, salvo que ahora no entiendes si es porque te gustaban otras cosas o porque no te juntabas con ellos, si es porque ibas a Maccabi o a Tzeirei, o si es porque ahora vengo acompañado de un hombre. Nuevamente alcohol y alegría al ver viejos conocidos que se ven más viejos y otros que son demasiado jóvenes como para estar reunidos en el mismo lugar. Esta mezcla… no sé si sabe bien, pero está lejos de ser amarga.
La noche continuó y, cada vez más, eran reconocibles los rostros dentro de una masa que entregaba respuesta a mi nueva presentación. Algunos, como siempre, te miran y pasan de largo, otros se quedaban observándote, y al momento de mirar con quién estabas, sonreían y se acercaban a felicitarte. Es raro, porque uno tiene la mala costumbre de generalizar, pero había gente que estaba feliz por lo que estaba haciendo, que en ningún momento fue con dicha intención, más que la de ir a una fiesta comunitaria.
En esta fiesta, entendí que los estigmas, prejuicios y pensamientos que se tienen hacia la masa son válidos y equivocados a la vez, porque pasan ambas cosas simultáneamente. Es raro y fuerte el impacto de cómo las burlas de algún momento se vuelven tangibles para ambos. El rechazo sigue, pero también encuentras ese apoyo que tanto te faltó cuando estábamos aprendiendo en la sala. ¿Por qué será, porque estamos más grandes? ¿Acaso los adultos no están llenos de prejuicios también?
Me sorprende que mientras somos escolares, nuestro pensamiento está limitadísimo a lo que vamos aprendiendo. Vamos copiando de nuestros mayores, sin cuestionamiento alguno, sus actitudes y formas de ver la vida, salvo algunos que nunca lo hicieron. Sin embargo, algo que nunca aprendimos, y estoy seguro de ello, fue a seguir un rechazo, a seguir y repetir esas bromas que siempre terminaban en comentarios que por más “comunes” que sean, a alguien le pudo afectar. A mí, esos comentarios me afectaron más de la cuenta. Pero hoy vengo a rescatar el recibimiento de todos aquellos que son distintos a la masa, a aquellos que se distinguen del resto con ganas de ser buenos, de ser empáticos y de entender que no podemos seguir con los mismos pensamientos retrógrados que impiden, que nos impiden, desenvolvernos tal cual somos.
¿Hay algo más grato que saber que siempre habrá alguien mirándote, y que independiente de ello, te va apoyar? Como comunidad estamos en constante búsqueda de cómo ayudar al prójimo, que la biblioteca, que las donaciones, que Reshet, que los bingos pro becas, que el activismo, que la causa, etc. Está perfecto que sea así, que sigan así, pero a veces es necesario mirar desde otro punto de vista, no todo es una ayuda física o económica. Una sonrisa ilumina y ayuda igual o tanto más a quien quizás necesita de ella. Un abrazo que permita entender que los pensamientos que cuestionan su orientación, son completamente válidos. Todos vivimos un proceso, a distintos ritmos y magnitudes, pero es un proceso igual, que necesita de un contexto cálido y real, no plástico ni superficial, competitivo ni prejuicioso, como el que impera muchas veces dentro de nuestra comunidad, incluso en su juventud.
Cuando entendamos que el proceso más difícil que se vive es en el colegio y al salir de él, quizás comprendamos y empaticemos con el prójimo. ¿Cuál es el fin de hacer difícil el camino, si podemos pavimentarlo juntos? ¡Que sigan las risas y que se apaguen esas miradas prejuiciosas! Que sigan los valores que nos han intentado enseñar y busquemos dejar de lado la hipocresía porque no nos llevará a ningún lado. Extendamos la mano, demos ese abrazo del que dudamos dar y sonriamos más al prójimo. Todos necesitamos, por distintas razones, una comunidad en la que apoyarnos. Y yo, por judío y por gay, voy a hacer siempre el doble de esfuerzo en incluir siempre a quienes me rodean.

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