Dios: ni premios ni castigos

por EMMANUEL TAUB, Investigador CONICET. Docente en Pensamiento y Mística Judía.

I.

Rosh Hashaná no es solamente una celebración por el nuevo año, sino que es el final y el comienzo de un proceso que vincula nuestras acciones con la dimensión de lo divino. Sin embargo, el centro de este proceso son acciones con las que conducimos nuestra vida aquí, ayer, hoy y mañana, y no los premios y castigos de un Dios juez y rector.

II.

Dios no evalúa nuestras acciones, sino que somos nosotros quienes tenemos que tomar conciencia de nuestros actos y regresar por los caminos recorridos: la tarea es comprender nuestro habitar en el mundo para no volvernos ajenos a éste.

III.

La teshuva, entendida como regresar por sobre nuestras acciones durante el año que transitamos y enfrentarlas, hace del juicio de Iamim Noraim un evento anual. No esperamos que transcurra nuestra vida para ser juzgados: nuestro peaje es anual. Cada año volvemos sobre nuestras acciones porque representan nuestras elecciones y no elecciones, nuestros aciertos y errores, nuestras alegrías y tristezas: representan nuestro ser-judío aquí.

IV.

Iom Kipur: Día de la expiación o Día del perdón. Sin embargo, me gustaría recomponer la manera en la que en alemán el filósofo judío Hermann Cohen lo llama: Día de la Reconciliación. ¿Reconciliación con quién? Con nosotros mismos. No se puede salir a pedir perdón al otro sin antes reconciliarnos con nuestras acciones: no es posible pedir ser perdonado si no hemos podido tomar conciencia de nuestro actuar. El primero que puede perdonarnos es uno mismo, enfrentándonos.

V.

El Día de la Reconciliación es el día más individual e introspectivo del judaísmo. El tiempo de encuentro con nuestra soledad, en donde recapitulamos nuestra propia subjetividad: ¿quiénes fuimos? ¿qué fuimos? ¿qué no pudimos ser? ¿dónde estuvimos? ¿cómo estuvimos? ¿qué dejamos de hacer pudiendo hacerlo? En este día re-significamos nuestro ser individual: sin este día no puede haber comunidad judía ni judaísmo.

VI.

Siempre encuentro en Joseph Soloveitchik la definición de comunidad judía con la que me siento interpelado: “En el judaísmo la comunidad no es funcional ni utilitaria, sino ontológica. No es una reunión de gente que trabaja junta para su beneficio mutuo, sino una entidad metafísica, una individualidad. Yo diría una integridad viviente. […] Es una entidad autónoma dotada de vida propia”. La comunidad judía no se construye desde la totalidad o la homogeneidad, sino desde la diferencia y la individualidad que la construye: cada parte, cada uno de nosotros, es único y diferente y encaja en el entretejido de las diferencias. No es una totalidad que nos iguala, sino una integridad que nos eleva en nuestra individualidad.

VII.

El Día de la Reconciliación nos sumerge en el tiempo de nuestra individualidad, en la revisión de nuestras acciones y es allí en donde abrimos el alma a nuestro juicio, que es ante todo, con nosotros mismos. Si no podemos comprender quiénes somos, no podemos forma parte del cómo seremos junto a los otros.

VIII.

No se trata de ser iguales, sino de ser nosotros mismos. Por eso, como escribió Emmanuel Levinas, no podemos ponernos en el lugar del otro, porque al ocupar su lugar lo estamos anulando. La responsabilidad con el otro se sostiene en la diferencia y la asimetría, no en la homogenización de las relaciones sociales.

IX.

Reflexionando sobre el Libro de Job, uno de los grandes pensadores judíos modernos, Yeshayahu Leibowitz, escribe: “se trata de un hondo lamento de protesta por lo miserable de su amargo destino, reflejo de la miseria e injusticia del mundo bajo la dirección de su Creador. De aquí la contundente exigencia de justicia. Pero poco a poco va apareciendo […] una opinión diferente: ya no será más el sufrimiento sino la incapacidad de comprender el significado de ese sufrimiento dentro de un mundo incomprensible”. Nada sabemos de Dios, ni siquiera de su forma de juzgarnos en estos días. Pero si sabemos de nuestras acciones y nuestra relación con el otro y con el mundo.

X.

Lo que se juzga en estos días que comienzan con el nuevo año y terminan en la soledad de nuestro ser, no es el amor a Dios ni la cantidad matemática de leyes y preceptos que hemos cumplido (sin ni siquiera, muchas veces, comprenderlos): se juzga la mundanidad de nuestro ser en el día a día, frente a uno mismo, frente al prójimo, y frente al mundo.

XI.

En estos días no estamos esperando premios o castigos de un Dios incognoscible, ni siquiera debemos conformarnos con la idea de que fuimos justos o malvados, porque siempre nos encontramos a mitad de camino, y de eso se trata la experiencia de vivir el mundo.

XII.

Redimir el mundo es salir al encuentro con el otro, en donde a través de nuestras acciones nos construimos como personas, en la diferencia y la imperfección. Por eso cada año podemos tener un tiempo para revisarnos y comprendernos.

XIII.

Si fuésemos únicos y perfectos, no necesitaríamos ni siquiera que Dios exista.

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