Las máscaras de la sociedad: el desafío de recuperar los vínculos reales y significativos entre las personas.

por SEBASTIAN LIBEDINSKY, Est. de Ingeniería, U. Chile.

Un hombre llega a su casa. Encuentra en la mesa del comedor dos copas de vino a medio tomar. La sala a media luz, música suave y ropa interior de mujer y hombre arrojada casualmente al suelo, describiendo un camino hasta su habitación. Entra en la habitación y su mujer, mientras el amante se encuentra escondido en el clóset, le explica la situación. Nadie ha estado aquí, le miente. Por cada detalle incriminador inventa una excusa que el marido decide creer.

La verdad muchas veces nos aterra. Cuando nos quedamos solos en el silencio de nuestra propia compañía, nos escondemos detrás de nosotros mismos. Al igual que Adán se esconde en el jardín cuando D’s lo busca, muerto de miedo. Nos contamos una historia de quiénes somos que nos ahorre el sufrimiento y nos permita seguir adelante. Aunque en un momento de osadía decidamos enfrentarnos con la realidad e intentemos romper el sueño en el que estamos sumidos, los mecanismos de defensa de nuestro evolucionado cerebro no lo permiten. La verdad está sumergida en el subconsciente. El marido no hubiera sido capaz de darse cuenta, sin ayuda externa, que su mujer lo estaba engañando, e incluso si lo habría hecho, probablemente lo hubiera negado.

Así como nos ocultamos de nosotros mismos, nos ocultamos del resto. No sólo con la máscara sonriente y cortés que utilizamos frente a los desconocidos, pero también con la máscara interna que mostramos incluso a nuestros cercanos. El miedo nos bloquea las emociones. Nos cuesta entregarnos sabiendo que nos pueden dañar profundamente, y nos defendemos subconscientemente. Y por esto muchos pasamos por nuestras vidas utilizando máscaras, sin siquiera saber que están ahí.

Algunos dicen que el ser humano es más complejo. Que efectivamente contenemos multitud de personalidades dentro de nosotros, ninguna de ellas falsa, ninguna de ellas verdadera. Personalidades que se mezclan, que compiten por expresarse, que murmuran al fondo de nuestro subconsciente. No son máscaras lo que mostramos al resto, pero partes de nosotros mismos, verdaderas voces internas que luchan por surgir a la superficie. Como dijo Walt Whitman, “Soy contradictorio. Contengo multitudes.”

Yo creo que hay más en nosotros. Lo veo en la pareja de la que nos enamoramos. Tanta es la necesidad de intimar con el otro en un sentido profundo que intentamos romper con nuestros miedos, sacarnos la coraza y entregarnos por completo. Cuando ya no hay muros, ni máscaras, se alcanza la verdadera intimidad. Los amantes se sienten como si fueran sólo uno. La capacidad de amar, que nos define como humanos, se basa en la autenticidad. Y es justamente esta esencia lo que estamos perdiendo.

Nuestra sociedad vive en una fiesta de máscaras. Condenamos a cualquiera que muestre su verdadero rostro. Nos olvidamos de quiénes somos al punto que, al vernos en el espejo, sólo se reflejan nuestras máscaras vacías.

El señor y la señora viven en una linda casita en la Dehesa. El señor va al club de golf, y la señora a sus clases de yoga. Los niñitos todos vestidos iguales, la hija mayor entró a Comercial a la de los Andes. Que alegría. Somos la sociedad de lo vacío, de la forma sin contenido. Y los jóvenes buscamos la autenticidad desesperadamente. Nos volcamos a facebook, gmail, twitter, para descubrir que son herramientas de lo transitorio, herramientas sociales que al mismo tiempo generan la soledad más terrible, la que se produce cuando se está rodeado de gente que no nos importa. Reemplazamos compartir lo que verdaderamente somos con unos pocos por compartir nuestras poses con miles.

Un materialista histórico me diría que todo lo que he escrito no tiene ninguna relevancia sociopolítica, ya que lo que mueve a las sociedades es exclusivamente el factor económico. Yo no creo que la esclavitud haya sido abolida sólo por factores económicos. No creo que el derecho de voto de la mujer fue producto solamente de que se hacía necesaria su inclusión en la fuerza laboral. Tengo fe en el humano y en su espíritu. Creo que existen fuerzas morales que guían la historia y que los procesos sicológicos sí tienen un impacto en el actuar de los pueblos. También creo que, sin importar las fuerzas económicas que existan, la sociedad de lo vacío está destinada a terminar.

No podemos seguir alejándonos del hogar, de nuestra verdadera autenticidad, de lo más íntimo, de nosotros mismos, de nuestro espíritu y de los demás. Es hora de recuperar las distancias próximas, el contacto con lo cercano, lo más profundo de nuestras relaciones y lo más significativo de nuestras vidas. Es el momento de comenzar a ser actores de construir una sociedad con vínculos reales y relevantes entre sus habitantes.

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5 comentarios

  1. Un Compañero de U (Peperrea) publicó en su muro:
    -Mientras mas redes sociales tengo menos social me hago.
    Alguien comentó en su estado:
    -Yo he llegado a la conclusión que deberían llamarse «redes Anti-sociales»

    Notable Ensayo-columna!

  2. Notable…, como siempre, no? Que bueno, que alentador es encontrar gente con esperanza. Si. La esperanza es de hecho una de las cosas que mas sentido me hace en el mundo. Por lo menos tanto TANTO mas que el pesimismo y derrotismo. Tikva.

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