Arrepentirse para Reflexionar, Perdonar para Avanzar y Corregir para Ejemplificar.

por ALEXANDER MINOND, Est. Psicología, U. Del Desarrollo. Ex Presidente Consejo Juvenil Sionista de Chile.

La palabra perdón se nos enseña desde muy pequeños. Cuando hacíamos algo que estaba socialmente definido como malo, nos decían que pidiéramos perdón, haya sido a un miembro mayor de nuestra familia como nuestros padres, tíos o abuelos, nuestros profesores y maestros, o incluso un simple extraño que nos reclamaba por nuestro comportamiento, debiendo no solo rectificarnos y ser cordiales sino que además demostrar nuestro público arrepentimiento, expresado solamente por medio de un “perdón”, donde otras expresiones como un “lo siento” parecen incluso no ser suficientes.

Esta corta palabra puede significar mucho. Puede evitar problemas, ahorrarnos peleas y conflictos, puede fortalecer distintos tipos de relaciones y ayudarnos a construir vínculos más estrechos a raíz del aprendizaje y la superación de momentos difíciles, y hasta puede incluso marcar la historia.

Pero con el paso del tiempo y el exceso de su uso, ¿estaremos tan acostumbrados a decirla que ya está perdiendo su significado? ¿cómo sabemos si realmente al decirla sentimos lo que estamos verbalizando? ¿le atribuimos el real y profundo significado que posee ante la superficialidad de nuestro lenguaje y experiencias cotidianas?

Las personas al vivir en sociedad estamos obligadas a interactuar con otros individuos, y en nuestra condición de humanos, tanto nuestros propios intereses racionalizados como también nuestros instintos más animales nos llevan a actuar de maneras que no siempre son del agrado de los demás. Algunos se preguntan si el ser humano es en esencia bueno o malo, si es egoísta o tiende a compartir de forma innata. Finalmente, sea por naturaleza o por aprendizaje, de una u otra forma logramos convivir unos con otros y desarrollamos nuestra sociedad.

Es en este actuar de las personas, velando por intereses personales o necesidades, donde hacemos daño al otro, perjudicando a los demás por beneficio propio. Este daño finalmente pasa a ser algo cotidiano, perjudicamos a otros prácticamente todos los días, en todos los ámbitos posibles, tanto en el espacio público como la calle, el trabajo y los establecimientos educacionales, como también en el ámbito privado al interior de nuestra propia familia. Los actos de las mismas personas son los que dan sentido al uso de la palabra.

Se nos viene la fecha más importante para el pueblo judío: “Iom Kipur”, el día del perdón. No es extraño que exista una festividad dedicada en gran parte a arrepentirnos por nuestros “malos actos”, por nuestras equivocaciones, pecados y faltas, ya que como seres humanos estamos constantemente cometiéndolas, es parte de nuestra naturaleza y más aún, es parte de nuestro desarrollo, tanto a nivel individual como en sociedad. Es humano errar, lo divino es perdonar. Si no nos equivocáramos no aprenderíamos, si la sociedad no tuviera de que arrepentirse no progresaríamos, no avanzaríamos. Si no cometiéramos faltas, no seríamos mejores personas.

Es por esto que es importante darse el tiempo de reflexionar sobre que hemos hecho bien y que hemos hecho mal, sobre que creemos que podemos mejorar, sobre que cosas hicimos en el pasado de las cuales nos arrepentimos, y para ello se nos otorga todo un día para darnos ese tiempo, para hacer una pausa de la cotidianeidad y pensar, hacer una introspección, una reflexión personal, independiente de la tendencia religiosa que cada uno pueda tener.

El verdadero perdón, no el que meramente verbalizamos por nuestra boca sino el que sale desde nuestra alma, desde nuestro punto más sincero, nos lleva a ser mejores personas, seamos quien seamos, profesemos lo que profesemos, y al dar un paso adelante estamos realizando nuestro aporte a la sociedad y al mundo, con nuestro actuar y nuestro ejemplo.

No esperemos un día entre 365 para reflexionar sobre nuestro actuar. Hay mucho que corregir para perder el tiempo pasivamente. Seamos hoy el ejemplo para todos los demás.

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