Reforzamientos y castigos: el desafío de formar una educación más democrática para una nueva perspectiva de ser humano actual.

por NICOLAS DUBCOVSKY y FABIAN SIERRA. Est. de Derecho, U. de la República de Montevideo, Ex Mazkir de Hashomer Hatzair Uruguay. Est. de Psicología, U. de la República de Montevideo, Ex Rosh Jinuj de Hashomer Hatzair Uruguay.

¿Qué tenía la manzana que tanto nos atraía? ¿Era el hambre? ¿Su color? ¿O simplemente su condición prohibida? El gran libro nos narra la historia de nuestros supuestos antecesores, aquellos que decidieron rechazar la orden directa de no probar el fruto y terminaron expulsados del paraíso por morder la manzana. Parece que el castigo nos viene acompañando desde nuestra creación.

Tanto esto es así, que el castigo ha sido usado incluso como práctica educativa, inspirados en una práctica psicológica. Conviene recordar el experimento de Pavlov, quien hacía sonar una campana cada vez que su perro era alimentado. Al tiempo de realizar esto muchas veces, con solo hacer sonar la campana, el perro producía líquidos gástricos y comenzaba a hacer la digestión aún sin haber ingerido alimentos. Esto es lo que se llama condicionamiento clásico. Luego Skynner, inspirado por los trabajos de Pavlov y otros investigadores de esta índole, evoluciona el concepto de condicionamiento, explicando la existencia también de un condicionamiento operante, el cual estaría en directa vinculación con la idea del castigo en el ámbito educativo. Lo que propone esta clase de condicionamiento es la idea de refuerzo a aquellas conductas que queremos, o bien potenciar, o bien erradicar. Un refuerzo positivo en el primer caso y uno negativo en el segundo.

Anecdóticamente, para aquellos que no lo sepan, comentamos que no es azaroso que el director de la escuela primaria de springfield en “Los Simpson” se llama Skynner, y que cada capítulo comience con Bart escribiendo en toda una pizarra una frase cuya idea los maestros creen que por ser escrita repetidas veces va a ser incorporada en el pensamiento del niño. Al igual que el perro de Pavlov, se cree que a causa de la repetición, el conocimiento va a quedar incorporado. Claro que en el caso del perro, el conocimiento era de tipo orgánico y fisiológico, no así en el caso de un estudiante. Recapitulando, al hablar del perro de Pavlov, o de Bart escribiendo muchas veces una frase, estamos hablando de condicionamiento clásico.

Un posible ejemplo del condicionamiento operante es cuando se esta intentado enseñar a un perro a hacer sus necesidades afuera y no adentro, el refuerzo positivo sería darle una galletita cada vez que lo hace correctamente, y un refuerzo negativo sería golpearlo o gritarle cuando hace adentro.

En el caso de la escuela, un refuerzo positivo puede ser, un sello de color en su cuaderno, o una felicitación frente a la clase. Un refuerzo negativo puede ser la humillación, un llamado de atención frente al resto de los alumnos o incluso golpearle la mano con una regla. Aunque suene tétrico y medieval, no son prácticas que estén tan lejanas en el tiempo, quizás algunos de nuestros padres se educaron desde estas prácticas pedagógicas. Podemos afirmar incluso que muchas personas son hoy partidarias de estas ideas, e incluso que muchos de los que no lo son, mantienen vestigios de ellas, como al golpearle la mano a un niño cuando la acerca a un enchufe.

Si bien estas formas de castigo han sido en gran parte superadas, existen otras formas que mantienen una importante vigencia. Según Michel Foucault, en los tiempos monárquicos, la forma de castigar era empleada realizando ejecuciones y torturas públicas, brindando además de un espectáculo, una manera de represión ejemplar para el resto y el símbolo de una dominación sobre el cuerpo del castigado. Sin embargo, superados estos tiempos, la forma del castigo es la que le da a los profesionales del poder judicial la potestad de dominar los cuerpos de aquellos a castigar, pero esta vez mediante sentencias de encierro en las cárceles o brindando a la sociedad trabajos comunitarios para reparar el perjurio de sus acciones. Ya no solo el cuerpo como objeto mutilado está en juego, sino el tiempo del castigado como privación de libertad, y el quehacer de sus actividades como dominación sobre su oficio, o la falta de él.

Todas estas formas de castigo hablan de la perspectiva de ser humano que tienen aquellos que las ejercen. Claro está que, para aquellos partidarios del condicionamiento, el ser humano es homologable a los animales y se nos podrían realizar prácticas “educadoras” similares a las del perro de Pavlov. Pareciera que el condicionamiento se olvida de la entidad compleja que es el cerebro humano y olvida también que lo que nos diferencia de los animales es que poseemos una estructura cerebral que nos brinda el razonamiento, además de los afectos y otras operaciones cerebrales complejas. Ante el castigo, el humano incorpora a su repertorio de recuerdos (consciente o inconsciente) un huella de displacer que le hará huir de dicha situación en el futuro para evitar ese displacer.

Claro que en el castigo social, la fuerza de choque no ha encontrado la manera de ser una fuerza real frente a la hegemónica, manteniéndonos en un roll cuasi-pasivo en el que dejamos que nuestros cuerpos sean moldeados.

Para combatir esto, debemos buscar impulsar una educación más democrática, donde se premie lo bueno pero no se castigue lo que en el paradigma contemporáneo es incorrecto, para no terminar siendo moldeados y poder así vivir con una libertad mucho más floreciente que la que tenemos en la sociedad occidental actual.

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