Judith Plaskow y Tamar Ross: dos críticas feministas a la tradición judía

por RENATO HUARTE CUELLAR, BA en Pedagogía y Filosofía, UNAM. Esp en políticas culturales y gestión cultural – UAM, INBA y OEI. MA en Filosofía de la Ciencia UNAM, y Est. PhD en Filosofía UNAM. Profesor de  Filosofía judía en la Universidad Hebraica en México y UNAM.
En el caso del judaísmo, la crítica feminista ha tenido en los últimos años un impacto en las perspectivas en torno a la concepción que se tiene de la educación judía y de la propia tradición judía en general.  Dentro de esta discusión, hay dos aspectos que a mi parecer han sido importantes en esta discusión: el papel de la mujer dentro de la halajá o ley judía (tanto sus implicaciones prácticas y legales) y los aspectos metafísico-teológicos que se ven cuestionados por dichos planteamientos.  Ambos temas pueden encontrarse en la obra de Judith Plaskow, Parados de nuevo frente al Sinaí: el judaísmo desde una perspectiva feminista[1], y el artículo de Tamar Ross: “La ortodoxia moderna y el reto del feminismo”[2].  Si bien no son las únicas, desde estas dos perspectivas abriremos esta discusión.

El primer asunto a discutir es el papel de la mujer dentro de la halajá o ley judía.  Tamar Ross comienza su artículo citando al renombrado rabino contemporáneo Yeshayahu Leibowitz: “ ‘[el tema del status de] la mujer en el judaísmo’ será más crucial para el futuro del judaísmo que cualquiera de los problemas vaticinados que hayan surgido debido a la creación de un Estado judío soberano.”[3]

Muchos de los aspectos de la vida cotidiana de las mujeres a partir de las mitzvot o preceptos en la ley judía están referidos al control del cuerpo femenino (tzniut o recato, por ejemplo).  Estos preceptos a lo largo de la historia han regido la forma en que deben vestirse, cuándo están “puras” y cuándo no, cuándo es propicio tener hijos y cuándo no, cuándo se puede tener relaciones sexuales, etc.  Hay una clara distinción entre las mitzvot que un hombre debe cumplir y aquéllas que se espera siga una mujer.  El problema no sólo sería que dichas “reglas” son injustas o que esas “reglas” fueron escritas por hombres.  La crítica del feminismo contra el control halájico toca la propia idea de cómo se ha construido el judaísmo. En palabras de Judith Plaskow: “El silencio de las mujeres reverbera a través de la tradición, distorsionando la narrativa y desvirtuando el contenido de la ley.”[4]

Desde la perspectiva de Plaskow, parece haber una contradicción entre ser judío(a) y ser feminista.  La idea plasmada en su libro sostiene que existe una posibilidad de ser judío(a) y apoyar un cambio verdadero dentro de la propia tradición.[5]    Tamar Ross va mucho más allá al sostener que inclusive dentro de la comunidad ultraortodoxa, la crítica feminista confronta la propia esencia de lo que entendemos por halajá y el origen de la autoridad supuesto en ella.  “El problema se intensifica al darnos cuenta que el comentario rabínico y la legislación halájica está basado en secciones legales y narrativas de la Torá que siempre vieron la tradición emanando directamente de Dios y, por tanto, inmunes a la condición humana.”[6]

¿Cuándo comienza la mano de Dios y cuándo la intervención humana?  Esta pregunta está relacionada con otro aspecto que es fundamental en la forma en que la crítica feminista confronta algunos de los supuestos básicos del judaísmo.  ¿Hay acaso una forma “masculina” o inclusive “machista” de entender a Dios, la Torá, el Talmud, etc.?  Judith Plaskow dirá que sí, en tanto la Toráfue revelada en un contexto humano específico. En otras palabras, todo lo que simboliza el Monte Sinaí, incluida la visión de que la sociedad en ese momento era patriarcal.  La misma idea de Dios y todo lo que está implícito en torno a esta idea, implica una forma de entender la recepción de la ley como un acto humano.  Si la sociedad era patriarcal y esto tuvo sus implicaciones, esto no quiere decir que tenga que seguir siendo así.  Si la voz femenina ha sido silenciada a lo largo de las principales corrientes dentro de la tradición judía, escuchar esas voces implicaría no sólo una nueva forma de entender la ley humana, sino la idea que tenemos de Dios y su relación con lo Humano, e inclusive la relación que guarda con la Naturaleza, entre otras relaciones.  La idea de Plaskow “es articular una versión de esta visión y fomentarla.  Si las teologías feministas ayudan a reactivar la conexión entre la práctica y la creencia en el mundo judío de manera más general, entonces se habrá hecho otro importante a la vida religiosa judía.”[7]

De esta manera, una teología “feminista” nos pondría a reflexionar necesariamente lo que es el judaísmo en general desde una perspectiva teórica y dentro de las prácticas mismas. En este sentido el feminismo confrontaría la tradición “hasta la médula”.  Desde la perspectiva de Tamar Ross: “Aunque el movimiento feminista comenzó como una lucha por la igualdad de oportunidades y derechos para la mujer, la ideología que ha generado se ha trasformado en algo más amplio y profundo.  Al final de cuentas, busca representar una revolución espiritual ofreciendo una lectura alternativa del mundo, de Dios y de la historia.”[8] Si asumimos que la relación de Dios con la Naturaleza y el género humano está marcado por una especie de sello masculino o femenino, si pensamos que la racionalidad tiene características eminentemente masculinas y la emoción femeninas, entonces obviamente una forma de mirar a Dios y a su “creación”, necesariamente tendrá que ser diferente.  Por ejemplo, “Una perspectiva religiosa ‘matriarcal’ pondría el acento sobre una naturaleza del ser interrelacionado más que atomizado, pondría el acento sobre la naturaleza inmanente de Dios y no en Su trascendencia.”[9]

Estamos frente a un momento crítico del judaísmo que pueda cambiar la forma en la que “vemos” o “sentimos” (y no necesariamente “pensamos”) el judaísmo, inclusive como enla Modernidado el judaísmo después de la destrucción del Segundo Templo.  El impacto en la educación judía es tal vez evidente y podría tener mayores implicaciones.  En todo caso,  hay un aspecto de la forma en que vivimos contemporáneamente que se confronta.  Si cada uno de nosotros tiene una forma implícita de lo que debe ser un “hombre” o una “mujer”, tal vez inconsciente, ¿cuál es el ideal de hombre y de mujer que la teoría que sustenta mi práctica conlleva?  ¿Estoy silenciando una voz sólo porque no es apropiado hablar de una forma no-masculina de entender el judaísmo?  ¿Todos los modelos judíos de lo femenino y lo masculino son los mismos?  ¿Cómo son aceptadas estas formas de pensar? ¿Cómo se relacionan estas formas de pensar con otras formas de entender la religión, el sionismo, la escuela, la familia, la sinagoga, etc.?  Todas estas preguntas y muchas más pueden ser vistas como voces que reverberan y, al hacerlo, pueden hacer evidente lo que pensamos en torno al género y, de esta manera, a cómo ha sido construido el discurso en el que vivimos y que reproducimos.


[1] Judith Plaskow. Standing Again at Sinai: Judaism from a Feminist Perspective.New York: Harper, 1990.

[2] Tamar Ross, “Modern Orthodoxy and the Challenge of Feminism” in Jonathan Frankel (Ed.) Studies In Contemporary Jewry, Vol. XVI: Jews and Gender: The Challenge To Hierarchy.New York,OxfordUniversity Press, 2000.

[3] Ibidem. p.3

[4] Plaskow. Op.cit.  p.9

[5] Ibidem. p. xi

[6] Ross. Op. cit. p. 23

[7] Plaskow. Op. cit.  p. 24

[8] Ross. Op. cit. p. 18

[9] Idem.

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