Género como ley: la necesidad de abrir nuevos horizontes para incluir sexualidades alternativas en una sociedad abierta.

por FELIPE QUINTEROS, Est. de Psicología, U. Adolfo Ibáñez.

Mi inteligibilidad como sujeto humano, es decir, como hablante dentro de una comunidad, presupone una marca de género. De esta forma, idea de género se nos da como un “ideal regulatorio”, en el sentido que Foucault le dá al término, una norma que se “materializa” produciendo el propio objeto de su jurisprudencia y además, como un “acto de habla performativo” en el sentido de la teoría de los actos de habla de J.J Austin.

Resulta ser que en la medida que contamos con las ideas de hombre y de mujer, éstas se corresponderían la una a la otra, en una relación de simple exterioridad negativa, es decir, mujer es lo que no es hombre y hombre es lo que no es mujer, de acuerdo a un sistema aristorélico de definición partiendo de la ley de la identidad y la ley de la no contradicción, las peores herencias hacia la cultura occidental para eliminar cualquier ambigüedad intermedia. Junto con el sistema de esta oposición, se encuentran sedimentadas numerosas prácticas sociales asociadas a esta diada y que sin embargo, en la medida en que son palabras con un significado definido e ideal, no podrán ser objetos reales y empíricos. De esta forma, la esencia  hombre, y la esencia mujer, para poder funcionar como tales,  no corresponderían a ningún hombre ni mujer específico, sino, y de manera necesaria, a una idea o tipo ideal de lo que ciertos seres vivos deben ser para poder ser reconocidos bajo esa categoría.

Este tipo de idea es llamado por Foucault,  ideales “regulatorios”, que en su pretención de dar cuenta de un fenómeno que permanecería intacto a través del tiempo, necesitaría materializarse en este tiempo y producir su propio referente. Es aquí donde la teoría del acto de habla de Austin se hace crucial para poder entendernos. En esta teoría, un acto de habla performativo es el que es capaz de “hacer” lo que designa, es decir, de otorgar realidad en el mismo acto en que se pronuncia.

En ese sentido, esta operación discursiva no constataría un dato de la realidad, sino que realizaría lo que habla. Es el caso de las promesas y de los votos matrimoniales, por mencionar algunos casos paradigmáticos.

No obstante, para que una palabra pueda ejercer un efecto dentro de una comunidad de hablantes, la palabra pronunciada debe ser necesariamente reconocida por el resto y el sujeto de la enunciación debe estar “facultado” por la comunidad de hablantes como poseedor de la autoridad para realizar dicho efecto, de lo contrario, aquel acto performativo perdería toda su efectividad. Entonces, el performativo deberá ser siempre una cita de un dicho anterior y, en virtud de esto, reconocible.

El género tendría la misma estructura lingúistica y es de la misma manera como obtendría sus efectos. Un gesto se encontraría codificado como perteneciente y significando la pertenencia a un determinado género, puesto que designaría una cierta forma silogística que es reconocible por una comunidad de hablantes como tal, es decir, en base a una idealidad que debe ser repetida una y otra vez, en y por los discursos producidos por estos hablantes. En la medida en que, por un lado son idealidades, y en segunda instancia repeticiones contingentes, siempre traen con ellas algo nuevo, y con esto la posibilidad de la deformación y de la subversión.

En este sentido, tanto el “sexo” como el “género” serían ideales regulatorios que se imponen por medio del poder discursivo que produce sus propios referentes a partir de la forzosa repetición a través del tiempo. De esta forma, un cuerpo sólo es reconocible como perteneciente al “genero humano” en tanto que es un cuerpo sexualizado, y por lo tanto perteneciente a un género determinado.

Como antes decíamos, este género, o esta idea, lleva a ella aparejados un conjunto de razgos definitorios y pertenecientes a prácticas sociales específicas, por lo que designan roles y “modos de vida” propios de cada uno de ellos.

Sin embargo, en la medida en que son comunicables, necesitan ser repetidos una y otra vez, formándose una ley o código que nos informaría acerca de que es lo que se espera de ese cuerpo para pertenecer a la comunidad de hablantes generizados. Este sistema de idealidades, formaría su propio exterior de vidas no vivibles y cuerpos no recognocibles como no pertenecientes a la comunidad. Es decir, para poder tener una idea de lo que es un “hombre o mujer vivible y posible” se necesitará tener una idea de lo que cae fuera de esas categorías, es decir lo exlcuido y lo invibible e ininteligible.

Puesto que los seres humanos necesitan unos de otros y de la comunicación, toda amenaza a la inteligibiblidad, es una amenaza en contra del mismo estatus de lo humano, e iría en contra del mismo lenguaje en que éste habita. Es por esto que, este otro excluido del sistema necesita mantenerse al margen una y otra vez, debido a que “las palabras se las lleva el viento” y el olvido y la deformación están inscritas en ellas mismas.

Las normas del género y el sexo vivibles, al ser ellos mismos ideales regulatorios de este tipo, y al estar asociados a esquemas de inteligibilidad y estipulaciones normativas del tipo “esto es lo que hace y lo que no hace un hombre o mujer” producen y a la vez reprimen a todas las formas que se encuentran fuera de este esquema, pero sin las que este esquema no podría existir, esto es el conjunto de modos de vida “no vivibles.”

De esta forma, y bajo esta luz,  quiero proponer que las vidas de  “homosexuales” y  personas que tienen prácticas no hegemónicas basadas en el esquema de inteligibilidad heterosexual, son el exterior constitutivo de este esquema, que siempre amenazan con destruirlo, puesto que esta exterioridad es siempre interior al sistema mismo, una de sus producciones, siempre y desde el principio.

Si la vida en pareja heterosexual es la norma y el esquema de inteligibilidad, todo lo que caiga fuera de él, como no perteneciente a la normalidad, representará la amenaza del desequilibrio psicótico, es decir, la abjección y la falta de inteligibilidad absoluta. Estas normas funcionarían de manera principalmente inconsciente, puesto que son reiteradas e impuestas mediante las instituciones simbólicas reconocidas e investidas con autoridad. En la medida en que la sociedad lo sanciona, estos individuos internalizarían estos ideales y se definirían a partir de ellos, sin posible elección.

De esta forma me pregunto, ¿cuál es la complicidad entre estos esquemas y los estereotipos de “parejas disfuncionales” pertenecientes a las sociedades homosexuales? Las fuerzas del discurso que implican que lo normal se encuentra en la diada heterosexual, producirían que los sujetos llegaran a concebirse, esto es vivirse y formarse como sujetos, como lo opuesto, es decir como disfuncionales, y como siempre condenados ya desde el principio al fracaso. Esto sería de esta forma, puesto que estos cuerpos necesitarían el reconocimiento dentro de los esquemas de inteligibilidad disponibles, puesto que estos les otorgarían su “existencia social”, y en tanto se tiene amor por la propia existencia, se abrazan apasionadamente los términos con los que se me da el ser social y el reconocimiento.

Desde una lógica psicoanalítica, podemos entender por qué  y cómo las investiduras y las identificaciones se darían en un ámbito que es fundamentalmente opaco al sujero hablante, y por ende, no podrían ser “elegidas” de manera consciente y no obstante regularían su vida de manera insidiosa.

Esta manera de entender la efectividad simbólica de los regímenes discursivos hegemónicos que el poder produce, me parece que es imprecindible para poder cuestionar a este poder como  poseedor del único esquema posible, y con ello poder abrir el campo simólico a nuevas prácticas sociales y humanas.

Me parece que hay una posibilidad crítica que se abre, en la medida en que entendemos que la repetición es siempre una rearticulación, y que aún estando dentro del lenguaje, es posible realizar operaciones significantes para desplazar los esquemas imperantes haciendo posibles nuevas e inucitadas emancipaciones, que nos permitan pensar en la posibilidad de otros modos de vida y efectos que no podemos predecir ni controlar de antemano.

La verdad, es que estamos cansados de todo tipo de discursos discriminatorios con ningún tipo de respeto por la complejidad y diversidad humana, más aún, cuando ciertos discursos invocan la autoridad de “la  ciencia” como fundamento de sus pretenciones  de verdad. Es de esperar que seamos capaces de articular nuevas herramientas críticas que sean realmente efectivas y que sean capaces de desarticular este tipo de discursos y mostrar su naturaleza  interesada y unilateral y comn esto avanzar hacia una mejor democracia.

Debemos, por un lado resistir la violencia simbólica de estos discursos y por otro, reparar y proteger a las víctimas que estos han producido y siguen produciendo. Por último debemos recordar que lo humano, esta siempre por venir, y que como Nietzsche nos recuerda: “A veces es necesario gritar”.

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2 comentarios

  1. Felipe, me emociona ver el proceso de apertura en el que has ido adentrando, atreviéndote a pensar de manera divergente. En ese sentido, siento que he cooperado con un granito de arena promoviendo este tipo de miradas algo «alternativas» de lo que es normal o anormal en la existencia humana.
    Sigue así….

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