Posibilidades identitarias de lo femenino en The Imported Bridegroom, de Abraham Cahan.

por MARIANA KOFFMANN,  Lic. en Literatura Inglesa, Traductora, y Magíster en Ciencia Política de la PU. Católica.

La experiencia de los emigrantes judíos en Estados Unidos ha sido ampliamente descrita en una serie de trabajos de ficción, cuyos temas reflejan las ansiedades y los desafíos que implicó esa experiencia para los recién llegados y para sus primeros descendientes. Entre los temas más comunes se encuentran los choques culturales y generacionales entre los padres emigrantes, y sus hijos americanos, ya adaptados y alejados de las formas tradicionales de judaísmo que sus padres tenían como base de su identidad, y las tensiones que dichos choques generan en sus relaciones. Además, se trata del sentido de pertenencia a la vieja patria, y la necesidad de los emigrantes, muchas veces urgente, de adaptarse a la nueva realidad y la dualidad que de ahí surge en la forma de percibir la propia pertenencia. Uno de los elementos más interesantes a analizar respecto a lo anterior, son las herramientas a través de las cuales los emigrantes se adaptan, integran, y en algunos casos, se asimilan a la sociedad americana.

Todos estos temas pueden verse en el cuento de Abraham Cahan, The Imported Bridegroom. La historia se centra en Asriel Stroon, un emigrante ruso que intenta alcanzar la salvación casando a su única hija con un estudioso del Talmud que encuentra en un viaje de regreso a su pueblo de origen.

El personaje de Asriel representa la dualidad antes mencionada. Llegado a Nueva York a los 23 años, amasa una fortuna considerable haciendo negocios y comprando propiedades. Si bien no se asimila completamente, y mantiene ciertos vínculos religiosos, como ir a la sinagoga los viernes y los sábados, su religiosidad toma un segundo plano respecto a su trabajo. Sin embargo, una vez retirado de los negocios, Asriel comienza a ponderar el destino de su alma luego de morir, lo que lo impulsa a un proceso de reencuentro con el judaísmo, y con la forma de religiosidad que conoció en sus años formativos en Rusia. En la primera escena, Ariel regresa del templo, después de un día de rezos y ayuno por el aniversario de la muerte de sus padres. Sin embargo, esta actitud es nueva, y su hija, Flora, la considera casi intolerable. Es en este momento en que podemos ver uno de los principales temas antes mencionados, los choques entre padres emigrantes e hijos americanos: «Only a few months before she had seldom seen him intone grace at all. She was getting used to his new habits, but such rigor as he now displayed was unintelligible to her, and she thought it unbearable».

El uso de la palabra ininteligible (incomprensible) refleja el nivel de distancia que existe en la percepción de ambos personajes. Para Flora, toda la nueva parafernalia que su padre demuestra es tan ajena, que no es ni siquiera capaz de entenderla. Para su padre, es simplemente un retorno al orden natural de las cosas, y a una  identidad que tenía dormida desde su llegada a Nueva York.

El personaje de Flora representa a esa segunda generación, que nace con las costumbres americanas enraizadas desde un principio y que refleja una nueva forma de judaísmo, más laica, más asimilada de lo religioso, y que no es capaz de conectarse con la realidad tradicional de la que vienen sus padres. Lo que significa ser judío para Flora es tan radicalmente distinto a lo que significa para su padre, que su capacidad de relacionarse con él disminuye al no poder identificarse con ella, y al no comprender su origen. Lo anterior es causa de la mayoría de las tensiones que se dan a través del cuento y que reflejan las enormes distancias que existen entre padre e hija.

Este cuento se destaca por presentar estas tensiones entre esta nueva forma de judaísmo y la forma tradicional a través de dos personajes femeninos. En primer lugar esta Flora, la hija de Asriel Stroon, y Tamara, la sirvienta de la casa. Tamara es una viuda de 40 años, que al igual que Asriel, viene de Rusia, y que funciona como la voz de la tradición ante la modernidad de Flora.

Ambas mujeres representan formas de femineidad que pertenecen a su realidad de origen, Flora como una mujer relativamente moderna, laica y con curiosidad intelectual, mientras que Tamara es una mujer religiosa en el sentido más tradicional y relegada al trabajo de la casa.

Una de las escenas en que esta tensión se hace patente se centra en la lectura de Flora. Esta actividad es tan definitoria del personaje, que las primeras dos oraciones del cuento la describen leyendo Little Dorrit, una sátira política de Dickens. Cuando Flora intenta volver a la novela a la hora de la comida, Tamara le dice, irónicamente: «You can read your book a little after. The wisdom of it will not run away» En este intercambio podemos ver como lo tradicional, en la forma de Tamara, reacciona ante las costumbres modernas de leer libros laicos.

Un segundo intercambio entre ambas mujeres se da cuando Ariel informa a Flora de su decisión de casarla con Shaya, un estudioso del talmud directamente importado de lo más profundo del campo Ruso. Para Flora, el ideal de esposo también refleja su propia modernidad. Su sueño es casarse con un médico, idealmente afeitado, culto y bien hablado. Sin embargo, para su padre, el matrimonio arreglado representa su propia salvación en el mundo venidero, por lo que un médico, por mucho dinero o prospectos que tenga, no puede hacerle la lucha a un estudioso que según el mismo rabino de su pueblo, puede significar una mitzvah capaz de compensar por sus pecados y salvar su alma. Ante la negativa absoluta de Flora de siquiera considerar un matrimonio con Shaya, Tamara le reprocha:

«In the old country a girl like you would be glad to marry such a child of the law. It is only here, that we are sinners and girls marry none but worldly men. May every daughter ofIsraelbe blessed with such a match.»

Tamara ve el matrimonio con ojos tradicionales, y percibe el valor religioso que se le adscribe a la unión. Para Flora, el matrimonio es una imposición que no considera sus propias expectativas, y como la mujer moderna que es, no está dispuesta a ceder ante algo que le causa tanto rechazo y se embarca en convertir a Shaya en el médico con el que siempre se ha visto casada. Lo interesante de lo anterior es el nivel de pro actividad de Flora, que, segura de lo que quiere, no duda en sugerirle a su prometido que entre a la universidad para cumplir sus deseos.

Ambas mujeres representan distintas formas de vida, que implican necesariamente distintos paradigmas de femineidad que inevitablemente entran en tensión. En este sentido, es posible asumir que ambos tipos son irreconciliables por el final que cada personaje tiene. Flora finalmente se casa con Shaya, que a esas alturas ya ha estado expuesto a ciencias laicas que lo llenan mas que sus estudios religiosos, y se encuentra relativamente asimilado a este nuevo mundo, mientras que Tamara y Asriel se casan y emigran a Israel para terminar sus días como judíos piadosos. Ambas femineidades no pueden convivir, y se desarrollan de forma paralela como alternativas de vida posibles para la mujer judía. Lo anterior habla de la distancia que existe entre ambas concepciones de femineidad, y de lo poco en común que tienen. Ambos personajes también pueden interpretarse como las dos caras de la experiencia emigrante. Por un lado, la necesidad de pertenecer al nuevo mundo, y las adaptaciones que ello implica, desde el vestuario, hasta los horarios de trabajo, y la identidad original, que como prueba Asriel, eventualmente reclama si se le deja demasiado abandonada.

Es posible concluir que ambos personajes representan formas de femineidad que surgen de realidades diferentes, donde las expectativas y el abanico de posibilidades disponibles para ellas están definidos por el tipo de sociedad de donde vienen, y que hacen que juzguen una misma situación de forma diferente precisamente en función de dichas expectativas y posibilidades.

A pesar de estas diferencias, al final de la historia ambas identidades terminan por existir de forma paralela, presentándose no como dos categorías irreconciliables y estancas, sino que como posibles soluciones al problema de la pertenencia al nuevo mundo y al conflicto que surge de la necesidad de encajar en esta realidad y de las exigencias que la propia identidad impone. En este sentido, el autor rescata la complejidad que existe en la percepción de la identidad judía, donde la enorme variedad de lo que es “ser judío”, pero más importante aún, “ser judía”, define los conflictos y el carácter del judaísmo moderno. Es posible preguntarse, hasta qué punto somos capaces como pueblo de hacer convivir de forma pacífica y productiva esta enorme variedad de interpretaciones respecto a nuestra propia identidad, y cómo podemos evitar que, en vez de ver nuestra identidad macro como un grupo de partes valiosas en sí mismas que forman un todo, estas identidades terminen siendo una fuente de conflicto y competencia. El mundo que Cahan construye en este cuento, al menos, nos demuestra que el judaísmo es una complejidad plagada de grises, y es ahí, donde radica parte del valor de su obra.

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