La venganza como pólvora en el conflicto estudiantil: el desafío de superar los odios del pasado.

por SEBASTIAN MORALES, Ex alumno Instituto Hebreo.

Invertir en conocimiento produce siempre los mejores beneficios. Benjamín Franklin, político y científico estadounidense.

A pesar de que tiene uso de medio para ciertos fines, la educación es un fin por sí misma. La educación, más que ser el más eficiente de todos los métodos de dinamismo y cambio social, es simplemente el único. Y en Chile es justamente eso lo que más falta hace: movilidad social. Teniendo uno de los PIB per cápita más altos de toda la región, y pronosticando un crecimiento abrupto en los próximos años, sigue habiendo un porcentaje muy alto de personas privadas de condiciones básicas suficientemente dignas como para optimizar su calidad de vida (más de un 10% declarado pobre). Mientras tanto, al otro lado la clase alta chilena es cada vez “más alta”, sin contar que la clase media está lejos de tener una vida acomodada.

Necesitamos desarrollarnos como sociedad, y todos sabemos cuál es el camino para ello: una educación eficiente. Sin embargo, el actual modelo no satisface a aquellos que verdaderamente ejercerían esta movilidad, es decir, los estratos medios bajos. Por ello es que los estudiantes salieron a reclamar lo que bien se merece éste y todos los países del mundo. Por ello es que cada marcha en pos de la educación tiene un apoyo impresionantemente popular que ya quisieran otras marchas, algunas de ellas quizás también lo merecerían. El tema en cuestión no es un fin merecido, es un fin necesario. La educación no es un premio, es  un derecho. Un fin tremendamente noble. ¿Por qué entonces se ha necesitado ya de un semestre entero de negociaciones y todavía no se visualiza un claro final? ¿Qué frena a está gran demanda social?

Leyendo declaraciones cruzadas entre líderes del movimiento estudiantil y líderes gubernamentales, así como de sus respectivos partidarios, hay una palabra que ha tenido especial participación en los medios, usada en exceso por ambos bandos: la intransigencia. Sin embargo, no es la intransigencia propiamente tal aquello que ha frenado las negociaciones, si no otro concepto, un fantasma que ha perjudicado una situación que probablemente de todas formas será muy provechosa para la historia nacional, pero que ha imposibilitado el consenso: el resentimiento. El rencor que se tiene de una a otra parte, que ha manchado un noble fin.

Es que curiosamente (o tal vez, no tanto), las cúpulas directivas de uno y otro lado se alinean con políticas diametralmente opuestas entre sí. Puede que esto de por sí no sea una valla tan dificultosa en la carrera de las negociaciones, pero es justamente en éste tipo de negociaciones, con gran dimensión social, que sí toma gran valor. Y más acá en Chile. Aquí es fácil culpar a la izquierda de anarquista y a la derecha de fascista. Sus pasados los condenan.

La venganza eterniza los odios. Confucio, filósofo chino.

Muchos ciudadanos se vieron demasiado afectados con la más que demacrada situación económica que vivió el país durante el Gobierno de Salvador Allende de principios de los 70, ocasionando una hiperinflación que trajo grandes consecuencias a nivel país. Acción y reacción: toma el poder a la fuerza el Régimen Militar de Augusto Pinochet durante 17 años, en el que muchísimos activistas políticos contrarios a dicho régimen fueron exiliados, torturados, fusilados o incluso simplemente desaparecidos. Esta situación polarizó la política nacional. Existe desde entonces, mucha sed de venganza, prácticamente odio entre las partes, lo que hace que en muchos casos la vista se enceguezca y se desvirtúen los reales problemas que se deben acordar. Es fácil verlo en la práctica. Cuando se convoca a marchas que reúnen a centenares de miles, estadísticamente algún delincuente se va a juntar y por ende, es lógico pensar que habrá desmanes. Es totalmente cuerdo un análisis que concluya la presencia del llamado lumpen, pero ello no implica que se pueda generalizar diciendo que todos los manifestantes son delincuentes. Así mismo, el querer prevenir estos desmanes con presencia policial durante las marchas o el debido actuar de carabineros cuando los desmanes ya han sido desencadenados, no implica que el Gobierno esté apelando a la opresión como método de disuasión del movimiento, después de todo la libertad de los movilizados a manifestarse termina donde empieza la de los dueños de locales comerciales que no tienen por qué aguantar que le destrocen el trabajo de años de sacrificio. De todas formas, claro está que dichos errores sí existen. Quienes convocan a las marchas sí deberían contar con que esos desmanes son un fin posible, es más, altamente probable,  y tomar medidas correspondientes para adelantarse y evitar la catástrofe, de la misma manera quienes encabezan el Cuerpo de Carabineros sí deberían estar pendientes de posibles usos de fuerza desmedida para sancionarla según corresponda, hemos sido testigos de descontroles de algunos miembros de esta honorable entidad que han manchado su actuar en todo este enfrentamiento. Pero no podemos usar estos errores de ambos lados como argumento a la hora de acordar la educación de 17 millones de individuos.

Ojo por ojo y el mundo acabará ciego. Mahatma Gandhi, político indio.

Echarse la culpa los unos a los otros sin nunca terminar asumiendo la propia no hace más que estirar y estirar el elástico que, tarde o temprano, se romperá. Pareciera ser que lo que en un principio era la discusión acerca de cómo transformar el actual sistema de educación a uno mejor, no tan clasista si se quiere, dentro del marco económico chileno, ha mutado, se ha distorsionado y tergiversado. El que apoya las manifestaciones es un anarquista, y el que no, un fascista. Y lo más irónico de todo, es que lejos de reconocer los errores propios, los más fervientes simpatizantes de uno u otro lado, ofuscados por su odio al opositor, los defienden, llegando a hacerse cada vez más comunes comentarios como los del alcalde Labbé, que definitivamente en nada ayudan. Al final, son éstos rencores los que están comandando el acontecer del conflicto, los mutuos odios.

El odio es la venganza del cobarde. Bernard Shaw, dramaturgo británico.

El odio no puede ser tolerado en una corriente de pensamiento, al menos no en una que respete a los derechos de sus ciudadanos. El rencor no será nunca una motivación de un actuar éticamente correcto (dentro de lo difícil que es clasificar la ética de un hecho). No lo fue cuando Caín asesinó a Abel, no lo fue en el Holocausto ni en Hiroshima. No lo fue nunca y nunca lo será. Y si hay algo que debemos rescatar de este pasado, no es exactamente el odio a la postura política de nuestro antagonista, si no los resultados que han traído las apariciones de la venganza como motivación para la resolución de un problema. Abramos los ojos y veamos de lo que somos capaces cuando queremos vengar algo. Y dejemos de hacerlo. Sólo entonces podremos concentrarnos en lo que queremos y, en definitiva, conseguirlo. El odio, así como prácticamente todas las emociones, aparece de vez en cuando como pólvora para impulsar un actuar, pero en el momento que esa pólvora pasa a ser el combustible de nuestro actuar, cabe esperar que tarde o temprano terminará estallando.

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