Al Nakba y Iom Haatzmaut: Revisar nuestra historia para reconocer al otro en el camino hacia la paz.

por MAIA GUISKIN, Lic. en Antropología, U. De Chile. Pehila Hashomer Hatzair Chile.

¿Qué es la historia? ¿Existe sólo una historia o más bien muchas historias? Si bien utilizamos este concepto en el cotidiano y nos sirve habitualmente de argumento, no es fácil responder estas preguntas. Esto porque la historia nos remite al pasado, a los recuerdos y a la memoria, ya sea individual, colectiva o universal; pero también nos habla de una ciencia, que es la que se encarga de escribir esos recuerdos, los que conciernen a todo grupo social y a la humanidad completa.

Si bien la historia en tanto relato del pasado ha existido siempre, ésta fue por muchos años transmitida en forma oral. La ciencia histórica surge con la pretensión de dejar por escrito esos relatos, pero el hecho de la escritura implica que se debe escoger qué es lo que se quiere perpetuar, decisión que nunca es objetiva al cien por ciento. Lo que queda plasmado en esa Historia consolida identidades, establece verdades y ensalza ciertos hechos por sobre otros; respondiendo a fines determinados, los cuales son por supuesto políticos.

La historia tiene una función legitimadora del orden establecido, del poder. Además la historia oficial, esa que nos enseñan en el colegio, es siempre la historia de los vencedores, dejando fuera a los grupos excluidos de la sociedad: pueblos indígenas, pobres, mujeres, etc. Asimismo se aparta a los sujetos protagonistas de esa historia que transcurre día a día, haciéndolos parecer al margen de esos hechos. Decimos que legitima un orden social porque lo normaliza, nos lo hace ver como natural. Más allá de un problema teórico o epistemológico, esto tiene consecuencias directas en nuestras acciones, ya que al funcionar como molde de nuestra conciencia colectiva, configura los supuestos que damos por sentado.

Podemos decir que sobre cada suceso o hecho particular, siempre existen distintas versiones, dependiendo desde quien provengan. En el caso de los grandes sucesos y procesos sociales, existen historiografías que a veces corren en paralelo. Este es el caso de Israel y Palestina, en donde dos naciones que conviven en un territorio han construido narrativas divergentes sobre los mismos hechos.

El 15 de mayo es una fecha significativa tanto para el pueblo judío como para el pueblo palestino, sin embargo con muy distintas connotaciones en cada caso. Los judíos en Israel y en el mundo festejamos el día en que se consolida como realidad el sueño de un Estado judío, el cual significó un renacimiento cultural y espiritual para el judaísmo, así como la seguridad y protección para todos los judíos luego de los horrores vividos en el Holocausto. Al mismo tiempo, los palestinos conmemoran la Nakba o catástrofe, ya que la fundación del Estado de Israel significó para ellos la expulsión de sus hogares y de sus tierras (forzada o voluntaria), tragedia que viven hasta el día de hoy cientos de miles de refugiados y sus descendientes.

El caso de las complejas relaciones entre Israel y Palestina también tiene que ver con esto, con cómo van corriendo distintas narrativas en paralelo. Dijimos que la historia no es nunca objetiva, sin embargo, en su función de generar conciencia colectiva, ésta va creando dos concepciones totalmente disímiles. Esto más allá de concernir a quienes escriben la historia o quienes se encuentran en el poder político, afecta directamente las visiones de las personas corrientes de ambos lados, las que se van alejando cada vez más, profundizando posiciones contrapuestas, cuando lo que hay que hacer es encontrar puntos de encuentro.

Una visión interesante al respecto nos plantea una columna de opinión publicada en el diario israelí Haaretz, justamente el pasado 15 de mayo de este año, titulada “La Nakba es parte de la historia de Israel”[1]. En ésta, se llama la atención sobre que la historia de la Nakba no pertenece exclusivamente a los árabes, sino que debe ser entendida como parte de la historia de Israel y del pueblo judío. El artículo critica duramente que Israel ha borrado de los libros de historia utilizados en las escuelas la otra mirada sobre los hechos de 1948, como así también que desde el gobierno se intenten prohibir las conmemoraciones de la Nakba; planteando que todas estas acciones no podrán eliminar la memoria del pueblo palestino.

Si bien podemos referirnos también a la intención de eliminación del otro en la educación formal e informal al interior del pueblo palestino sobre el israelí, la gravedad dentro del sistema educativo israelí es mayor porque este sistema es el oficial y el que está legitimado por el Estado. Hay un poder asimétrico que no se puede desconocer.

Me parece que esta visión crítica puede aportar a entender que ambos pueblos tienen el mismo derecho a la memoria, la cual es fuente para la construcción de identidad. Es necesario un genuino reconocimiento de ambas partes hacia la historia del otro, base mínima para tender puentes de entendimiento. Creo que es el momento de mirarnos a nosotros mismos. En la comunidad judía chilena escuchamos habitualmente duras críticas a quienes cuestionan o niegan al Estado de Israel, sus acciones y el devenir histórico en torno al conflicto palestino-israelí, sin embargo, no sólo debemos ser críticos con cómo el otro cuenta su historia, sino también tener un ojo fino al leer la nuestra; entender que nuestras opiniones también se basan en preconcepciones fruto de lo que siempre nos han enseñado. Debemos hacer el ejercicio de tratar de develar desde quién y para qué está escrita, siempre apuntando a ver que más allá de las diferencias, tenemos más puntos en común de los que creemos.

La historia es trascendente porque sobre ella construimos futuro. Es necesario deconstruir y reconstruir esas historias que traemos detrás, apuntando al entendimiento y la paz entre los pueblos. No somos seres pasivos en la construcción de la historia, ésta no es un gran relato que se escribe por sobre nuestras cabezas; el futuro no está predeterminado, sino que depende de nosotros. El conflicto palestino-israelí debe resolverse en otras esferas, las dos partes deben sentarse a negociar, pero para que esto sea fructífero es necesario dejar de lado las negaciones históricas y trabajar el reconocimiento mutuo, en pos de una paz real, justa y duradera.

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Un comentario

  1. Maya,
    Fue un placer leerte, tu articulo denota una madurez y comprensión de la situación que están por sobre lo que se suele esperar de alguien que no vive en Israel/ que no entiende sobre el conflicto. Los puntos sobre los que reparas son así de ciertos, y tus palabras son sabias en cuanto a lo que ambos pueblos tiene que aprender para llegar algún dia ojala pronto a la Paz justa y duradera como tu bien dices.
    Sin embargo me permito reparar en una cosa. No es solo el estado de Israel quien niega al Nakba a como de lugar. Desafortunadamente una mayoria importantisima y crucial de nuestros hermanos Palestinos aun se niega a reconocer la legitima existencia del Estado de Israel. Es decir, así como Israel no enseña en sus colegios sobre el Nakba (solo en colegios por que en universidades como la de Tel Aviv o Haifa, el Nakba es conmemorado 100%, he sido testigo respetuoso y presente de ello), en insituciones de educacion Arabes-israelies, tampoco se enseña sobre Yom ha Hatzmaut… al contrario, se les enseña a los niños, que el mapa de Palestina es TODO el mapa Israelí, y que Israel está basicamente hace 64 años ocupando TODA Palestina, y no solamente el West Bank como es en la realidad… desafortunadamente he sido testigo de ello tambien…

    Hay mucho por hacer, partir por decir que ambos pueblos tiene bastante que mejorar, es un muy buen avance.
    Gracias por tu ensayo, muy buen material para reflexionar… 🙂

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