Manifiesto Sionista.
por RODRIGO AFRO REMENIK, Sociólogo, U. Católica. MA en Historia de América Latina, U. de Tel Aviv. Sheliaj de la Agencia Judía para Hashomer Hatzair América Latina en Buenos Aires, Argentina.
En una época en que ya no se escriben manifiestos, me tomo el atrevimiento de presentar una declaración de principios a la antigua andanza. En él, presento una serie de reflexiones sobre el «deber ser sionista», sus características, sus posibilidades y sus límites. A la vez propongo una contrapartida al «deber ser sionista»: el simple «ser sionista», una nueva forma de entender el sionismo, que más allá de buscar la identidad sionista busca la diferencia sionista.
Siguiendo esta forma de sionismo, propongo una nueva forma de pedagogía tnuatí, en que se deje de lado la manera teleológica de pedagogía sionista, para buscar formas más acordes con el «ser sionista» actual.
El sionismo debía ser. Las circunstancias históricas del pueblo judío europeo de los siglos pasados no les dejaban muchas opciones. En base a este «deber ser» el pueblo judío tomo el riesgo de hacerse responsable de su supervivencia física, de su renacer cultural, de su representación política y de su independencia económica.
Para los sionistas este «deber ser» no sólo representa la única posibilidad de supervivencia del pueblo judío, sino también una de sus máximas creaciones. En este sentido, para los sionistas el Estado de Israel no es sólo una realidad imposible, sino que es prueba de que el hombre puede cambiar su destino.
Para el joven jalutz, el máximo representante de este deber ser sionismo, su condición no sólo era vivida como un instinto de supervivencia, sino que representaba una obligación moral, y por tanto una auto imposición de superación tanto como individuo tanto como pueblo. El deber ser sionista surge, se desarrolla y logra sus mayores éxitos en el ámbito de las obligaciones. El sionismo era una exigencia intelectual, un instinto de conservación, una moralidad específica, era hambre.
Históricamente, la cúspide del deber ser sionista coincide con el comienzo de su decadencia: la guerra de los seis días del ’67. Desde este momento el sionismo comienza a dejar de deber ser, para comenzar a ser. Hoy el sionismo «simplemente» es (como si ser fuera algo simple). Y esta ontología es la que nos toca vivir a nosotros.
Contrariamente al deber ser sionista, el ser sionista se encuentra situado en el mundo de la libertad. Un mundo distinto en cuanto a su lógica, en cuanto a su lenguaje. En el planeta del ser sionista nadie puede obligarte a tomar una resolución o otra (al estilo «alia es la única verdad»); el ser sionista no es una autoimposición sino que es un desafío, en que libre y soberanamente podemos de elegir o no; el ser sionista es una verificación de nuestra diferencia, y no un producto de un proceso de identificación, y en este sentido el sionista no se identifica como tal, sino que más bien se diferencia como sionista.
Es así como surge un nuevo joven jalutz, para el cual no existe una única decisión mejor que otra, sino que la mejor decisión es la diferente a todas las anteriores. El nuevo jalutz está en constante búsqueda de la autenticidad, de su sionismo, de su propio y único combate. Ya que nadie puede enamorarse bajo el régimen del «deber ser», el nuevo jalutz tiene la posibilidad de enamorarse de Israel, y en este sentido es un retorno a las fuentes de «jovavei tzion», época en que el sionismo todavía no debía ser.
El sionismo dejo de deber ser una exigencia, un reflejo, una moral y un hambre, para ser una contradicción intelectual, una corazonada de supervivencia, un deseo visceral, un enamoramiento de joven quinceañero.
SIONISTAS DEL MUNDO DIFERENCIAOS!!
Una pedagogía del «deber ser», una pedagogía del «ser»
Los movimientos juveniles sionistas fueron una clara muestra de este deber ser. Como otros movimientos modernos, las tnuot tenían un ideal clarísimo de lo que se debía hacer, cuando y como. Pero a diferencia de otros movimientos de la época también especificaba el lugar, y el lugar era otro y lejano. En este sentido no era sólo un «deber ser», sino que también un «donde ser». Este deber ser ampliado implicaba una exigencia gigantesca para los miembros de los movimientos juveniles, que contrariamente a lo esperado lograron superar con heroísmo sobrecogedor.
Para lograr sus muchos éxitos los movimientos juveniles debieron aplicar una estricta pedagogía en que sus miembros atravesaban un claro camino educativo que terminaba en la Alia y en la Realización (con mayúsculas).
El recorrido comenzaba cuando el janij llegaba al movimiento. En ese momento comenzaban a inculcársele o fortalecer ciertos valores universales como la solidaridad, la independencia, la fortaleza, la belleza, la igualdad y la libertad. Para transmitir estos valores se utilizaban como instrumentos pedagógicos una serie de simbologías sionistas y judías las cuales asentaban la identidad propia de cada educando.
Sobre la base de estos valores, se erigía la segunda etapa en la formación tnuatí: la formación ideológica. En ella se priorizaban y escalonaban los valores adquiridos anteriormente, se los ponía en común acuerdo y se determinaba un plan de acción para llevar estos valores a la práctica.
Cuando la ideología ya se encontraba bien asumida por los janijim entonces era la hora de pasar a una nueva etapa, la etapa de las acciones. Las acciones, la realización era el fin último de todo este proceso. Entre estas acciones realizadoras la más común era la alia, pero antes de ella había una serie de acciones menores que la precedían: la hadraja, la Hajshara, la hanahaga, etc. También dependiendo de la tnua se encontraban una serie de acciones posteriores a la Alia: ser javer kibutz, hacer un servicio militar significativo, etc.
De esta forma, estas acciones le daban sentido a todo el modelo (conocido como VIA) que tenía como base a los valores y que utilizaba a la ideología como un traductor de valores en acciones y como un unificador de voluntades.
Este modelo pedagógico del «deber ser» sionista cerraba en forma perfecta el círculo educativo al transformar sus acciones realizadoras en ejemplos para transmitir nuevamente los valores a los janijim más pequeños.
Pero, ¿cómo puede funcionar una tnua sin estos objetivos educativos? Más aún, es posible formular una pedagogía no basada en el «deber ser» sino que en el «ser»? ¿Es posible una pedagogía no teleológica?
Frente a esas preguntas nos encontramos ya hace varios años con mis janijim. Por una parte nos planteábamos frente a la necesidad de quitarnos de encima estos viejos «deberes ser» que más que impulsarnos a la acción nos frenaban de ella. Quizás por sentimientos de culpa de saber que nunca podríamos igualar las expectativas del «deber ser», quizás por la simpleza de nuestro «ser», o quizás por otros sentimientos, el punto era que no nos estamos moviendo, que nuestro movimiento se encontraba estancado ya hace mucho tiempo en la falta de realización, y sin realización, sin acciones el círculo del ejemplo se rompía.
Por otra parte, no sólo nos interesaba nuestra propia kvutza, sino que también generar un modelo general para toda la tnua, para cada kvutza que se encontrara en la misma disyuntiva que nosotros.
Este doble deseo nos ponía en la disyuntiva de crear una pedagogía lo suficientemente flexible para permitir a nuestro «ser» emerger entre tanto «deber ser», pero por otra parte tan claro y duro como para ser entendido y aplicados por otros de forma simple y sencilla.
El modelo está basado en 5 principios, o más bien 5 desafíos que cada grupo con ayuda de sus madrijim debe sí o sí enfrentar. Cada kvutza llena estos desafíos de la manera más acorde a su forma de ser, pero sin duda debe llenarlos. Esta fue nuestra forma de llegar a este equilibrio entre flexibilidad y rigidez.
Los principios básicos del grupo comunitario son: es social, se educa, tiene objetivos sociales, es autónomo y es íntimo. No sé si logramos nuestro tan escurridizo propósito, pero si logramos reavivar el diálogo sobre nuestra pedagogía y nuestra forma de llevar nuestro sionismo a la práctica concreta.
Un espectro se cierne sobre el Sionismo: es la incertidumbre, la duda, el destino incierto. Estos fantasmas son el nuevo motor que nos moviliza, no porque les temamos, sino todo lo contrario, porque nos fascinan y seducen los misterios de la noche. Bajo esta neblina todo toma un tinte romántico.
Hoy nos sentamos en una ronda y arrojamos los viejos libros sionistas a una fogata. Arrojamos al fuego primero la Autoemancipación de Pinsker, seguido de los libros de Herzl, después a Borojov y Jabotinsky. Pero sus gruesas páginas no se consumirán nunca, y serán los leños que nos iluminarán y calentarán toda la noche, donde nacerá una nueva canción del hijo, la que cantaremos mientras nuestras miradas se fijan en el Oriente.
En este mundo ruidoso seguramente nadie escuchará nuestro canto, pero no es por eso que alzamos nuestra voz. Cantamos esta canción sionista por el simple placer de cantar juntos, y es por eso que nuestro canto es simple y fuerte: Jazak ve’ematz.
Me encantó, sobretodo la figura del enamoramiento adolescente. Eso es Israel para mí, mi amor de juventud, el que nunca se olvida y al que eventualmente se retorna de una vez y para siempre. Un abrazo, Afro.
Maravilloso Manifiesto que demuestra que por encima de todas las cosas Ser Sionista es un Acto de Amor.
De un Amor libre mas allá de la Lógica tradicional porque es la Lógica del Amor de los 17.