La defensa ciega de Israel como un obstáculo hacia la paz.

por BENJAMIN FISCHER, Est. Ingeniería, PU. Católica de Chile.

 

Con respecto a los acontecimientos sucedidos en Medio Oriente a fines del año pasado, los medios de comunicación se encargaron, intencionalmente o no, de ser un factor incidente en el desarrollo del conflicto, dejando claro que a primera vista es siempre más fácil simpatizar con quien parece ser la víctima.

Es parte de nuestra cultura como sociedad de masas: basta con mostrar a la gente una imagen de los campos de concentración en Polonia para hacer repudiar al régimen nazi, como basta con mostrar a la gente una imagen de niños heridos en Gaza para hacer repudiar al estado de Israel.

Los temas complejos como la guerra no se analizan bajo la primera impresión. Si se examina más allá de la primera instancia, más allá de la superficialidad de «la víctima y el victimario», podemos ver como ambas situaciones son radicalmente distintas. En este contexto, es bajo el cual, tanto Israel como la identidad judía en la diáspora, están en su derecho (y algunos dirán «deber») de hacerse escuchar con respecto a un conflicto que al parecer es mucho más complejo que lo que señala la prensa.

Hay dos conceptos claves con los que la comunidad se pronuncia al respecto. Primero, dejar claro que se quiere la paz. El desmentir el mito para algunos de que el judaísmo es maldad y persigue la guerra. En segundo lugar, declarar que Israel tiene derecho a defenderse, justificando las acciones de la FDI al declarar que garantizan la seguridad de la población israelí.

Pero si cada uno se defiende, ¿Dónde está la paz? La principal piedra que obstaculiza el argumento es que el defender a los propios no implica generar paz. La defensa propia es a cuestas de inseguridad de la gente y preocupación. La defensa es de corto plazo. Solo resguarda la vida de los ciudadanos, busca que la gente no muera. Busca minimizar el mal dentro de un asumido escenario de guerra. La paz, por otro lado, significa terminar con la necesidad de defenderse.

¿Por qué entonces además de querer paz, insistimos en que la forma que ocupa Israel para alcanzar la paz es la correcta? Quienes estamos en la diáspora deseamos la paz en Israel como quien simplemente desea paz mundial, pero aparte queremos la paz para nosotros aquí en Chile. Naturalmente nuestra defensa contra la judeofobia producto del anti-sionismo es respaldar a Israel a toda costa. Creemos necesario hacer ver a la mayor cantidad de gente posible que la postura israelí no debe ser repudiada, más bien apoyada, en pos de terminar con el odio hacia el judaísmo como tal.

He aquí el gran problema que ambos – Israel, como quienes defienden a Israel – suelen tener: Creer que el abanderamiento firme en sí es igual de valioso que la intención pacífica que hay de fondo. Considerar que el orgullo «nacional», o cultural mejor dicho, tiene el mismo valor que la determinación a que se resuelva el conflicto. Se cree que una posición sólida de alineación con Israel no se interfiere con la igual de sólida búsqueda de una solución. Esta noción representa una parte central y muy arraigada de la cultura judía, que claramente se extrapola a una cultura israelí o sionista. Si llevamos miles de años siendo víctimas, además de orar por lo que es correcto y justo, tendemos automáticamente también a buscar no ser pasados por encima al mostrarnos como una identidad firme y determinada a subsistir. Lamentablemente, la firmeza e incondicionalidad evolucionan hacia una defensa absoluta y categórica, y los fines de paz y defensa se contraponen. Tal como para Israel la defensa militar no logra paz en medio oriente, para nosotros la defensa absoluta argumental no nos lleva al acuerdo ni a detener el antisemitismo.

Para el que crea tajantemente que todo acto del gobierno israelí vale la pena y es lo correcto, que lo diga y lo grite a todo el mundo. Para quien simplemente quiere paz y un fin a la guerra, hay que recordar que la paz es una sola para ambos lados. No hay que dejar que la cultura defensiva que llevamos enraizada nos pase la cuenta. El desafío para el judío hoy en día vendría a ser buscar la manera de combinar ambas intenciones para así lograr los fines últimos.

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