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Guerrear en nombre de la Torah

por ERIC SMILEVITCH, Maestro de Talmud en el Beit Hamidrash Michné Torah,  Estrasburgo, Francia. Traducido por Nathanael Dahan, Editado por El Diario Judío.
 
Cuando pasa la guerra y llega el balance, cada uno argumenta según sus cuentas, adquiridas previamente para tratar de justificarse. Prestamos a la Toráh un discurso estrecho de miras, homicida, y otorgamos poco valor a la vida de nuestros soldados, alimentándonos en la más ciega evidencia. Cuando la ignorancia habla en nombre de la Toráh, los judíos perdemos la cabeza. La halajá está clara: no importa el rango de la persona, hay que rectificarla.
Para juzgar la guerra actual en Gaza, la mayoría se satisface en referencia a “Quién se apronta a matarte, mátalo primero”, pero su utilización popular no tiene ninguna relación con su significación en el Talmud. En la halajá, esta expresión describe una situación precisa: relaciones entre judíos a título individual. Cuando un ladrón penetra en una residencia, tomando el riesgo de encontrarse con el dueño, está considerado como un asesino en potencia, sabiendo con anterioridad que el dueño se levantará contra él para defender su bien. El ladrón ha tomado previamente ya la decisión de eliminarlo, si no, nunca habría entrado en esta residencia.
En este caso, aunque el asesinato sea prohibido, tenemos el derecho de anticipar al asesino, y de quitarle la vida. Pero apenas el ladrón ha salido de la casa, y aunque se haya llevado todo con él, si no representa más una amenaza, el que lo matase sería considerado un asesino punible de pena de muerte. Esta fórmula da un «derecho», un «permiso», pero en ningún caso implica una mitzvá. Hay que ser muy ignorante en Toráh para confundir un «derecho a defenderse» con una obligación de pelear y de matar. Que en algunos casos precisos, la prohibición del asesinato, en general absoluta, está momentáneamente levantada, no puede dar lugar a una guerra justificada en las mitzvot.
Es una mitzvá usar todos los medios para impedir un asesinato cuando está a punto de ser cometido. Si un individuo persigue a otro para matarlo (rodéf), tenemos la obligación de impedirle, incluso, al precio de la vida del que crea la amenaza. Si el asesinato puede ser impedido sin amenazar la vida del perseguidor ni derramar su sangre, el que matase al perseguidor, aún con la intención de salvar al perseguido, se convertiría en asesino punible de pena de muerte. El uso de este principio no autoriza ningún daño colateral como tomar la vida de cualquier persona inocente que se encontrase en el camino. Estos muertos inocentes serían considerados como víctimas de un asesinato puro y simple; no se salva una vida humana al precio de otra, y aún menos al precio de un gran número de vidas.
En lo que concierne a la guerra de Gaza, ¿contra quién estamos en guerra, contra Hamás o contra el pueblo palestino en su totalidad? ¿Quién nos amenaza? ¿Quién lanza cohetes o prepara atentados? Si fuera la totalidad del pueblo palestino quien nos hace la guerra y se apronta a matarnos, es imperativo y obligatorio impedirles por todos los medios hacerlo, incluso arrasando Gaza totalmente. Pero este no es el caso. Si bien Hamás se sirve de su población civil como rehén, nuestras maniobras para intentar salvar lo más posible a la población civil palestina confirman que no creemos que la totalidad del pueblo palestino sea nuestro enemigo actual.
La conclusión es clara: no podemos causar dos mil muertos en daños colaterales. Sin embargo, algo desplaza nuestra percepción, alimentada por las voces mediáticas que parasitan nuestro sentido de justicia. Un sentimiento de opresión que juzgamos legítimo transforma a todos los que no nos aman en enemigo militar declarado. Su muerte entonces pierde gravedad. Como el que no nos ama está en contra de nosotros, y nos amenaza; matémoslo primero. Razonamiento delirante que nos ha conducido a la violencia, ya no hacemos la diferencia entre quien nos odia y quien levanta la mano para herirnos. Pero la locura no establece derecho, y la Toráh es clara sobre este punto: hasta una intención explícita de asesinato no es nunca asimilable a un acto. Solo el que persigue a otro para matarlo puede ser detenido al precio de su vida. Confundir el que aúlla a la muerte, o tira piedras, o se manifiesta, con un asesino potencial, es falso y descabellado.
Nuestra historia, por muy sórdida que sea, no nos da ningún derecho sobre las opiniones y los sentimientos de los pueblos respecto a nosotros. La Toráh no nos autoriza a usar la violencia contra alguien por la razón que no nos ame. El resentimiento y el miedo no tienen fuerza de ley en la Toráh.
En otras circunstancias, una confusión tal no tendría importancia. Se dicen públicamente tantas tonterías en nombre del judaísmo, que habría que ser igualmente loco querer rectificarlas todas. Pero las circunstancias actuales tienen graves consecuencias. Estas referencias azarosas impiden percibir que una guerra “justa” moviliza otros principios talmúdicos, obligándonos a evaluaciones más complejas, y por ende, a prácticas políticas y militares muy diferentes.
En las culturas europeas, el ejército es una institución independiente. Están empleados según la voluntad del soberano, quien les recluta, capacita, arma y paga. La política lo decide. En la Toráh, esta concepción está designada bajo el nombre de «guerra facultativa» (milhemét rechout). Un rey de Israel puede emprender una guerra facultativa si su política lo requiere, pero no puede imponer la responsabilidad a la sociedad: nadie está obligado a hacerla, ni política ni moralmente. Es tarea del rey mantener sus propias tropas, enrolar voluntarios o mercenarios. Ningún hombre o mujer están forzados de servir bajo sus armas; ejército y sociedad civil son cuerpos distintos. Nada en la Toráh justifica que el Estado de Israel opte por la conscripción obligatoria. Los conscriptos no son ni voluntarios ni mercenarios.
Solamente, una «guerra obligatoria» (milhemét mitsva) puede justificar la obligación general de tomar las armas. Aquí no hay ninguna diferencia entre sociedad civil y militar, toda la sociedad está movilizada. Es el pueblo que se defiende contra su enemigo, arriesgando su vida todos juntos. Pero hoy en día no se ve al jefe de estado y sus ministros irse a la guerra que ellos mismos decidieron, caminando valientemente a la cabeza de sus tropas.  La Toráh dice, en caso de guerra obligatoria, todos toman las armas. Si una guerra es una mitzvá, vale para todo Israel, todos iguales frente a la vida, todos iguales frente a la muerte.
Esta guerra ha mostrado la poca importancia que le damos a la vida de nuestros soldados, cuando sobre este punto, la Toráh también es muy clara: la vida humana no se regatea. La guerra, como todo hecho de cultura y civilización, son aprendidos en algún lugar y sus principios sacados de ciertas concepciones. Lamentablemente, la sociedad israelí heredó sus principios militares de sociedades europeas, no de la Toráh, y en ellos es natural enviar soldados a eliminar al enemigo que nos amenaza, a arriesgar su vida por nosotros en operaciones que tienen como meta nuestra seguridad. Pero uno de los más grandes principios de la Toráh es que no se sacrifica una vida para salvar otra, base y fundamento de todas las relaciones humanas, principio moral y racional que condiciona nuestra relación a la vida y a la justicia.
¿En nombre de qué se sacrifica la vida de los conscriptos? ¿El retorno a la calma y a la economía de mercado vale varias decenas de cadáveres? Las guerras para sostener elecciones políticas son todas guerras facultativas (milhamót reshut), y en este caso, cada uno conserva el derecho de no participar en ella. Hacer pesar una obligación, no solamente social, política, penal, sino también moral y religiosa, sobre conscriptos que no han pedido nada, simplemente no está bien. ¿Cómo la justicia de la Toráh ha logrado convertirse en “ficción”? ¿Por qué los judíos para quienes la Toráh es lo más importante deberían movilizarse y sostener esto? Hacen la guerra como discípulos de Napoleón, reclamando el sacrificio y apoyo de los hijos de Abraham, muy bien oídos por un pueblo que se ha vuelto ignorante de sí mismo y de su alma.
Desde las dos guerras del Líbano, el gobierno realiza guerras políticas como si el ejército israelí fuera un ejército profesional, como si los soldados vendiesen su vida de acuerdo a su consentimiento, y nada de eso hay. Todas las vidas son iguales y valen lo mismo. La de un soldado que la de un civil. La muerte de cualquiera, de sólo uno, debería conmocionarnos hasta el alma.
 
Fuente: Times of Israel (original en francés). Foto: Reuters.

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