La corona del Shemtov

por CLAUDIA ABELIUK, Lic. En Artes Plásticas, U. Finis Terrae. Magíster en Gestión Cultural, U. del Desarrollo.

 

La necesidad de «marcar territorio» no solo se la atribuimos al animal, también es una necesidad humana el estar constantemente «marcando territorios». ¿Por qué esa necesidad de guardar, registrar, conmemorar y archivar? Esto lo hice yo, acá estuve, eso es mío, etc., constantemente marcando territorios, apropiándose del espacio. Quizás esta necesidad provenga de una búsqueda para definir quienes somos. Una búsqueda de identidad, que tiene claro la importancia del nombre: el Buen Nombre (ShemTov: en hebreo), la última de las «Cuatro Coronas» que aparecen mencionadas en la Torá.

El concepto talmúdico de las cuatro coronas se resume en éstas; la corona del estudio, la corona del trabajo, la corona de la sabiduría y, por último, la única que uno mismo no puede perseguir, pues te coronan con la del Buen Nombre. El concepto de las cuatro coronas, es un concepto bíblico, místico y tal vez muy idealista, sin embargo, el valor que se puede recoger de estas cuatro, llamémoslas esferas, es inmenso.

En el Nombre Propio, se fija lo que ha sido designado por la cuarta corona: Shemtov; el Buen Nombre. La corona que creó se otorga solo al final de nuestras vidas, en el umbral de la muerte y es de cierta manera el sello que nos identifica.

El nombre no es tan solo una palabra que designa a un hombre, sino también es una huella; y qué mejor ejemplo ilustrado que el del grabado de cada letra que escribe en la lápida el nombre del difunto.

«Es a él en mí a quien nombro, atravieso su nombre para ir hacia él en mí, en tí, en nosotros.» Jacques Derrida.

Existe una estrecha relación del Nombre Propio con el “Otro”.  El anhelo de “obtener” esta cuarta y última corona, conlleva a un vínculo con la diferencia, con lo otro. Estamos sujetos a la alteridad, del movimiento que se dirige hacia lo otro. En pocas palabras: «somos rehenes del Otro». Nos construimos a partir del otro.

Hoy, con las redes sociales nos perfilamos a través de internet y exponemos nuestros nombres sin pavor ni pudor, Linkedin, Facebook, Twitter, etc. Y mientras más seguidores y amigos obtenemos, pareciera que más importantes nos volvemos. Somos más asequibles para el otro y tenemos más poder de difusión, pero nos estamos entrampando en un individualismo sin sentido, puesto que en vez de acercarnos al otro hacemos todo lo contario. ¿Será que a través de las redes buscamos que nos coronen con el Shemtov? Más allá de querer comunicar algo, pareciera que preferimos ser reconocidos, identificados por medio del Nombre Propio, pero esto nada tiene que ver con obtener el Buen Nombre.

Enrique Lihn escribe Diario de Muerte, cuando el doctor le dice que él está desahuciado por el cáncer. Lihn se muestra como un ser precario, pues desnuda sus miserias, bajezas y fealdad que todo hombre posee en sí, pero que pocos son capaces de revelar y asumir. Se muestra tal cual es, el hombre según él, debe ser recordado en su totalidad, pues ahí esta el ser verdadero, auténtico.

El Shemtov es sin lugar a dudas, ganarse un Nombre Propio, pero no cualquier nombre, si no uno bueno, uno que indica y señala al portador de ese nombre, como un ser bondadoso, generoso que aportó algo en el Otro; y ahí su gran marca, su huella que se aloja en el otro. «Yo soy el otro», y así perpetúo mi existencia a través del Shemtov que se instala en el otro, para ser nombrado y reconocido en ese otro.

Derrida habla de las muertes propias en plural, somos nuestros antepasados, estamos habitados por otras almas no indispensables pero irremplazables. Somos, como dije en un comienzo, “el otro” y por tanto cuando pensemos en Shemtov, pensemos en la empatía, en comunicar, en llegar al otro, dejar una huella con la verdad de uno, sin máscaras, sin ilusiones, con la crudeza del alma y con la rigidez de la razón. La trascendencia, la continuidad de la vida, más allá de la vida, es reconocer las muertes de otros como propias.

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