Lo judío en Latino América y la política.
por KEVIN ARY LEVIN, Est. Sociología, U. de Buenos Aires.
Sería muy difícil negar la sobre-exposición de las comunidades judías en los medios y las sociedades latinoamericanas. Claramente, los judíos parecemos más de lo que somos, o nos hacen parecer así no sólo algunas posiciones relevantes que ocupan miembros de la comunidad, sino también la atención mediática y el contenido “judío” de telenovelas, películas y otros espacios masivos.
Quizás en ningún otro lugar sea esto tan notable como en Argentina: en este país, las elecciones de las autoridades de la comunidad para determinar qué tendencia pasaría a dirigir la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) obtuvieron amplia cobertura en medios nacionales de todo tipo, tanto que a primera vista no parecería ser sólo una elección de 15.000 personas para representar una comunidad que abarca a menos de 0,5% de la población. Además, el actual presidente de la mutual, Guillermo Borger, fue criticado en febrero por la Presidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner, a raíz de las críticas de Borger (y de la mayoría de las instituciones de la comunidad judía) al memorándum firmado por los gobiernos de Argentina e Irán para interrogar a sospechosos iraníes y crear una comisión de la verdad por el atentado realizado contra la sede de la AMIA en 1994, que dejó un saldo de 85 muertos y cientos de heridos. En aquella ocasión CFK, en respuesta a la afirmación del dirigente comunitario de que este tipo de acuerdo podría llevar a un tercer atentado, se dirigió a él en la red social Twitter, cuestionando: “Si hubiera un atentado por el acuerdo con Irán, ¿quién sería el autor intelectual y material? Está claro que nunca podrían ser los países firmantes. ¿Serían quienes se oponen al acuerdo? ¿Países, personas, servicios d inteligencia? ¿Quiénes? Pero además, ¿quién o quiénes serían? O seríamos los objetivos?”
Pero no es sólo sobre mi propio país que me quiero referir, sino principalmente sobre el país latinoamericano que quizás dio más que hablar en los últimos años por su relación con la comunidad judía (entre muchos otros aspectos): Venezuela. Esta relación es larga y compleja. Basta mencionar sus enérgicas condenas a la política israelí, interpretadas por algunos como influidas por una retórica antisemita; su política de acercamiento con Irán; un discurso navideño del 2005 donde Chávez afirmó “El mundo tiene riquezas para todos, pero algunas minorías, entre ellas los descendientes de los asesinos de Cristo, se han apoderado de las riquezas de este mundo”; dos allanamientos a la Sociedad Hebraica de Caracas en busca de explosivos; y los dos ataques por parte de manifestantes anti-Israel a la sinagoga de Maripérez en Caracas (en 2009 y 2012, mientras Israel realizaba operativos en la Franja de Gaza) frente a los cuales instituciones judías como el Centro Simon Wiesenthal acusaron al gobierno de “incitación al odio contra los judíos”. Durante la campaña del 2012 que enfrentó a Chávez con Henrique Capriles Radonski, éste último, que si bien es un devoto católico, al descender de judíos, fue acusado de sionista (además de homosexual) por las voces oficialistas. En los últimos años, la comunidad judía latinoamericana experimentó alta migración, principalmente a Estados Unidos.
Pero también se puede hablar de otro Chávez, quien afirmó en septiembre del 2010 que “un revolucionario no puede ser antisemita”. Este hecho fue recordado en una carta de pésame enviada por la Confederación de Asociaciones Israelitas de Venezuela a la familia de Hugo Chávez, el día después de su muerte el 5 de marzo pasado. La carta también destaca que el líder “fue claro en su llamado a luchar en contra de toda forma de discriminación, en especial la judeofobia”.
Sin embargo, en el marco de la pasada Asamblea Plenaria del Congreso Judío Mundial, el director del Congreso Judío Latinoamericano, el argentino Claudio Epelman, expresó que los lazos crecientes de naciones latinoamericanas, especialmente Venezuela, con la República Islámica de Irán “están impulsando el aumento del antisemitismo en la región.»
Sorprendentemente (y confirmando lo dicho al comienzo del artículo) el sucesor de Chávez al frente del gobierno venezolano, Nicolás Maduro, respondió. Recomiendo enfáticamente ver su respuesta completa aquí (de 1:00 a 11:00) pero reproduzco en esta nota algunos fragmentos:
«Una cosa es que tengamos diferencias con el estado de Israel… Nosotros rechazamos el ataque del estado de Israel contra Damasco, el pueblo de Siria y los ataques contra la Franja de Gaza y el Pueblo Palestino, claro que sí. Nos verán de frente luchando contra quienes secuestraron a través de un Estado represivo como el Estado de Israel, a un pueblo noble que es el pueblo judío.”
“Si alguien tiene tradición socialista en el mundo, son las tradiciones del pueblo judío, de miles de años.”
“El catolicismo de derecha siempre sostuvo que quienes mataron a Cristo fueron los judíos. Y sobre eso construyeron un mito de persecución al pueblo judío. Sobre eso, el catolicismo de derecha que alimentó a Mussolini y a Hitler. No a Lenin: Lenin era un luchador a favor de los derechos del pueblo judío. No a Lenin; no a Che Guevara. Marx era judío.”
Estas dos experiencias despiertan en el autor de las líneas una serie de interrogantes, a saber: ¿Cuál es el lugar correcto para “la política” en la comunidad judía? ¿Cuál es el lugar para los judíos, en tanto judíos, en la política? ¿El único lugar de incidencia de las comunidades judías en la política pasa por la lucha contra el antisemitismo y la defensa de Israel? ¿Cuándo corresponde tomar una política de confrontación, entendiendo la disparidad de poder entre un gobierno y la comunidad judía? ¿Cuánto de la política de las comunidades judías latinoamericanas hacia sus gobiernos (y viceversa) depende de la relación de estos dos actores con Israel? ¿Hay una visión judía de la política, o esta tiene que ver con la posición de clase de los judíos institucionalizados del país o de aquellos que dirigen las instituciones?
En Latinoamérica, seguramente estamos lejos de aquella otra comunidad con gran historia en organización política, la de Estados Unidos, pero frente a estos hechos claramente no se puede negar la relevancia. Probablemente estas preguntas se profundicen, se vuelvan más relevantes y acompañen a otras que vayan surgiendo, en estas épocas sin dudas interesantes que atraviesa nuestra Latinoamérica.