Lisboa, ese Valpo a la Europea

por ASHER PERMUTH, Ingeniero Comercial, U. de Concepción. Fotógrafo y Piloto Privado.

 

Dicen que llegamos en la mejor época. Se notaba en la gente, con el calor subiendo desde África el aire se carga de energía, música, sangría y las minifaldas salen a las calle en el puerto de entrada a Europa. Como la mayoría de las capitales europeas, Lisboa es una ciudad boutique de solo 500 mil habitantes, menos de un tercio de la población total de Portugal y ciudad hermana de Rio de Janeiro. Es inimaginable la mezcla cultural resultante y que al poco andar encontramos en sus calles. Además, es la capital europea con mayor número de pastelerías por habitante, y en cada estación de metro hay una obra de arte con reconocimiento mundial.

Entrar a Portugal fue tan caótico como salir desde la Costanera Norte directo a un cerro porteño en la noche de Año Nuevo. Cambié una exquisita autopista de 8 carriles por tener que manejar contra el transito frente a la municipalidad de Lisboa para entrar a nuestro hotel por indicación directa de un policía, después de haber seguido un tranvía por las líneas férreas, desobedeciendo decenas de carteles que lo prohibían pero siguiendo cientos de autos, tratando de leer un mapa imposible y siguiendo un GPS diseñado por algún japonés que nunca ha manejado fuera de su X Box. Al llegar al hotel, decidimos que Lisboa era una ciudad para recorrer caminando o en sus maestros Tranvías, y fue la mejor decisión.

Salimos de nuestro hotel en Plaza Figueira, en el barrio de Baixa, y en 10 segundos estábamos rodeados de gente y calles peatonales repletas de bares, música por todos lados y olor a miles de sabores que, aunque hubiésemos estado un mes, no habríamos podido probarlos todos. En esta zona encontramos todo lo que un turista desea: es el centro comercial y financiero, ahí están los más importantes museos, cientos de restaurantes y todos los edificios históricos correctamente restaurados y rediseñados para convivir con humanos que compran, comen y toman mientras los visitan.

Bajar por la rua Augusta, terminando en el Arco, y en la Praça do Comercio que da al rio Tajo. Buen paseo también es el elevador de Santa Justa, cruzar el puente Vasco Da Gama de 17 km de largo o ir en tranvía al mirador de San Pedro de Alcántara.

También llegamos, en el mismo barrio de la Baixa, a la plaza de Sao Domingos, donde hay un monumento a la Masacre Judía de 1506 (y gracias a lo cual Lisboa fue declarada ciudad de la Tolerancia), cuando durante un rezo contra la Peste Negra que asolaba a Europa, un judío converso o “cristiano novo” dio su explicación de lo que un grupo de feligreses llamó un milagro.

Mientras escribo esto, no puedo evitar pensar en las películas antiguas de Woody Allen. Un grupo de viejas lloronas de negro y señores antiguos con sombrero largo todos arrodillados rezando en las primeras filas cuando uno de ellos ve el reflejo de Jesús en la pared y grita: ¡milagro! Sin pensarlo todos se abrazan, las viejas de negro siguen llorando y a todos los envuelve una sensación de bienestar y, por unos segundos, el miedo a la satánica peste se esfuma.

Están en este tímido y milagroso frenesí cuando, de las últimas filas, se levanta un hombre pequeño, malamente disfrazado como la cristiandad de la época lo exigía, probablemente con lentes y pelo rizado colorín, perdón pero en mi cabeza es Woody Allen vestido como portugués del siglo XV. Levanta la mano para hablar y cuando lo miran, él dice algo así como: “disculpe señor, pero creo que ese reflejo en la pared que tú dices es la cara del mesías, es solamente el efecto del sol sobre ese vitral, de hecho son las ondas de la luz blanca que, al atravesar una red de refracción, prisma o en este caso el vitral, a distintas velocidades, se curvan de manera diferente y dan la sensación de formas con volumen…”. ¿Resultado? 4.000 ex Judíos fueron asesinados a manos de fanáticos cristianos en solo 3 días, partiendo por el pequeño Colorín.

Antes de la conversión obligada que comienza la inquisición española, ya habían salido de la Península Ibérica hacia los Países Bajos miles de familias judías de Portugal, como la de Baruj Spinoza, un grande.

De noche, Barrio Alto y Chiado son los barrios. Miles de personas esperando el atardecer en los cientos de bares de la zona alta de Lisboa. Lo mejor es que la gente sale con sus hijos de carrete, porque al igual que nuestro actual Chile querido, no se puede fumar en ningún lugar, pero la gran diferencia es que se puede tomar en la calle y la gente está educada para eso. Los padres en general estén dentro de los bares con sus hijos durmiendo en el suelo y los jóvenes afuera, caminando el carrete. Los bares y restaurantes están preparados para esto, ya que la mayoría tienen barras y parlantes hacia las calles.

La vida nocturna Ibérica es siempre con comida callejera, embutidos como el Chourinco o la chafana, fritangas de todo tipo, Pataniscas de Bacalao y quesos… mmmm quesos, y mucho pero mucho vino. Por lo mismo, todo dura hasta el amanecer.

El último día fue magia pura. Muy cansados salimos solamente a caminar y nos encontramos con unas escaleras muy angostas, las cuales están por toda la ciudad. La noche estaba extrañamente callada. De pronto, y muy a lo lejos, escuchamos tonos de mujer, y los laberintos de calles estrechas y tremendamente bohemias del barrio de Alfama nos llevaron al castillo de San Jorge, donde había un concierto al aire libre de Fado, una especie de flamenco nostálgico de una sola voz y acompañado por un instrumento de cuerda, es la expresión musical portuguesa más conocida y normalmente canta de fatalismos y melancolía. Nos quedamos hasta el final, caminamos con la multitud hasta que nuevamente quedamos casi solos. El laberinto de calles nos sopló más música, la que nos guió hasta una repentina fiesta multitudinaria literalmente a la vuelta de la esquina, donde nos encontramos con decenas de miles de personas envueltas en un carnaval desenfrenado en honor a San Antonio, santo casamentero y patrón de la ciudad. En esta fiesta, los barrios de Lisboa compiten entre sí por el mejor carrete callejero, comidas, adornos, música, etc.

Las bodas de San Antonio es la última de 30 noches de Carnaval (por eso todos los carretes eran de amanecida) y donde los solteros piden conocer a su pareja ideal, comprenderán el nivel de carrete de esa noche… increíble, toda la carne a la parrilla y desenfreno a la UE.

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