Koh Tao: Paraíso bajo el mar

por NICOLÁS BEHAR, Constructor Civil, PU. Católica.

 

Terminando nuestro frenético itinerario de viaje por el Sudeste Asiático con mis mejores amigos, decidimos rematarlo en las paradisíacas playas “postales” al sur de Tailandia. Queríamos un lugar tranquilo donde poder quedarnos más de 3 días seguidos y dejar de armar y desarmar los bolsos.

“Koh Tao” fue el destino, una isla de 1500 habitantes y 2000 turistas, meca del buceo y de la tranquilidad, con un paisaje perfecto: aguas tibias, arena blanca y atardeceres impresionantes.

Antes de llegar a “Isla Tortuga”, tenía considerado hacer el curso de buceo básico, ya que había buceado hace 3 años y el bichito de meterse bajo el agua nunca dejó de darme vueltas. Quemando mis últimos ahorros,  y con mis amigos yéndose a la siguiente isla, me quedé sólo para hacer el curso.

Al iniciar nuestro recorrido, nunca pensé que me quedaría sólo en algún lugar, pero al estar viajando desarrollas una actitud diferente, vives todo de forma más intensa, conoces más gente y te atreves a hacer cosas que no harías normalmente. Este síndrome del viajero te hace sentir cómodo fuera de tu área de confort, y te empuja a ver hasta dónde podrías llegar.

Después de 4 días y una certificación de buceo “open water” en el bolsillo, era tiempo de irse y seguir conociendo. Pero con muchos lugares más por delante y pasajes en el bolsillo, por alguna razón no pude irme de la isla. En ese momento, sentí la necesidad de quedarme, de seguir buceando, de estar con un montón de gente increíble que vivía en la isla y simplemente seguir estando ahí. Los días se extendieron a semanas y luego se convirtieron en 5 meses. Nunca me vi tomando una decisión como ésta, teniendo más lugares por conocer con mis amigos. Me quede solo en la misma isla de 20 km2 porque simplemente sentí que era correcto estar ahí.

El buceo se convirtió en mi pasión y mis instructores junto a otros buzos se convirtieron en mi familia, cada uno con una historia más loca que el otro y la mayoría de ellos sin intenciones de irse de la isla en el corto plazo. Babaloo se convirtió en nuestro bar de cabecera y las conversaciones pasaban desde tipos de medusas a porque quedarse a vivir ahí era más sensato que volver a casa.

Cada mañana, despertaba con postales en la ventana. La luz de la luna llena sobre las palmeras era sobrecogedora, sentir el viento tibio de la noche te relajaba, bucear con tiburones era un clímax. Compartir asados con amigos de países diferentes era aprender de historia, economía y política, todo te dejaba algo y tú dejabas algo también.

El bucear me llevó a conocer una nueva forma de conocer la naturaleza, la cantidad de vida que hay bajo el agua, el equilibrio entre las especies, el delicado hábitat, el hambre de las tortugas, el fitoplancton que brilla en la oscuridad, y finalmente me llevó a conocerme más a mí mismo. Bajo el agua, hay que estar relajado para que dure el aire y no puedes hablar más que contigo mismo.

Sin duda, la vida era tranquila y feliz, “Sabai” como se dice en Thai, los días corrían sin nombre ni fecha, las historias y aventuras eran tantas que las comidas se hacían cortas para ponernos al día. Aprendí cosas nuevas e hice cosas que no pensé que podía hacer, el conocer una vida tan diferente me abrió los ojos a una alternativa de la oficina de 9 a 6.

Después de vivir 5 meses en el paraíso, mi percepción de la vida cambió. Las personas que conocí y las experiencias que viví son parte de la persona que soy ahora. Así es como veo un viaje lo que realmente hace es transformarte un poquito con cada experiencia vivida, construyendo en parte la persona que eres.

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