Infieles, straight or gay

por FEDERICO DE MENDOZA, Agnóstico.

Somos más de la mayoría de las personas los que hemos caído en esta categoría. Estadísticas obtenidas de estudios que se realizaron en nuestro país en los últimos años mostraron que en Chile alrededor del 60% de los hombres y 55% de las mujeres le han sido infieles a sus parejas. La mayoría de las personas no está cumpliendo con una de las cláusulas básicas del contrato del matrimonio. Se están optando cada vez más por estilos de vida solteros que ponen en crisis cualquier tipo de vida en parejas, ganando importancia proyectos individuales o colectivos, éstos últimos en forma de pequeñas comunidades, como un grupo de jóvenes medio artistas que arrienden juntos un departamento grande en el centro y comparten todos los gastos, jurándose ya la bandera de la vanguardia bohemia chilensis. Algo así, pero más serio.

Recuerdo cuando descubrí en mi primer pololeo que me estaban engañando. Este tarado me inventaba reuniones familiares y obligaciones sociales a los cuales yo no podía estar incluido, para salir con sus amigos a bailar a la maricoteca. No podía creerlo, era un sentimiento completamente nuevo, que más encima pasó a caracterizar mis relaciones desde la primera experiencia. Cuando pololeaba con mujeres, ese temor no existía. Obvio que tu polola estaba tranquila en la casa, estudiando con sus amigas, viendo tele, pero no saliendo de cacería, no generando un círculo de admiradores y aduladores a su alrededor. Pero en las relaciones gay es muy distinto, hay un miedo constante, como en EE.UU después del 11 de septiembre.

Sin poder explicar por qué, y cayendo en lo más bajo y patético de traicionar la confianza de quien te ama, en algunas de mis relaciones gay siguientes comencé a imitar este patrón. Era más allá de provenir de una familia liberal, entre hermanos hombres, donde el sexo es un tema abierto. La segunda vez que me puse a pololear con una mujer tenía 18 años y antes de felicidades me dijeron “usa condón” y “ésta es tu casa”, como alentándome a que tuviera sexo en mi pieza en vez de en algún mirador en la vía pública, exponiendo además de la dignidad, nuestra seguridad.

Mi impulso infiel era más allá de tener una visión más hippie de las relaciones, donde el amor fluye libremente como energía vital entre hijos de la Pachamama, más allá de una volá antisistémica de derribar los más viejos y sagrados tabúes en una sociedad que se basa en las apariencias y falsas morales. Tenía que ver con experimentar el engaño, la traición, con al final vivir mi entrega hacia el otro desde la culpa. Mirar a los ojos diciendo “te amo”, pero sintiendo el remordimiento en las palabras, el dolor de engañar a alguien en sus ojos, mentirle en su cara, lo que fuera necesario antes de volver a sentir yo la traición de la infidelidad. Jugar con lo prohibido, vivir momentos de liberación muy intensos y de paso botar a alguien a la basura, botar una linda relación que podría concretar un proyecto a largo plazo. Era experimentar un orgasmo seguido de la resignación de ser incapaz de decir que no. A veces, incluso llorar, sobre todo justo después. Al final, cuando terminaba mis pololeos buscando alguna excusa cualquiera, que erí muy inmaduro, que en verdad tus intereses no son los míos, o cualquier frase cliché que igual apañan en esas ocasiones rupturistas, que más de una vez ni siquiera la hice en persona sino que por carta o mail, volvía una sensación de alivio y liberación. El mismo día que terminé una de mis primeras y más importantes relaciones de casi un año (récord), estaba esa noche haciendo mi primer trío.

Una persona muy cercana a mí siempre decía que lo más importante dentro del matrimonio es la honestidad, desde ahí se puede hacer cualquier cosa. Y así fue como ésta feliz pareja, heterosexual por supuesto, de más de 30 años de matrimonio, incluyó en algunos años de su historia relaciones con terceros, incluso etapas bisexuales. Y no eran viejos hippies, era gente que incluso votó por el Sí, fieles a la Udi pero haciendo tríos en su vida privada. Esta historia es hoy cada vez más común, sobre todo en las parejas gay, donde la práctica del sexo grupal es mucho más habitual y recurrente. Yo con mis ex nunca lo hemos hecho, no habría sido capaz de compartirlo y además verlo, pero sí fui el tercero para varias parejas gay de amigos cercanos míos. Como dijo mi cuñada una vez jugando “nunca nunca”, preguntándome sobre cómo era meterse con una pareja, ella concluye diciendo “o sea te hicieron chupete”, y claro, cuando eres el nuevo, seguro todos quieren recorrerte enterito. Algunas de esas parejas no lo soportaron, y terminaron poco tiempo después de experimentar, pero otros continúan sus alegres relaciones hasta hoy, cumpliendo ya más de 10 años de relación de pareja, y quizás con cuantos terceros se seguirán metiendo para avivar el fuego y la pasión. Al final ese es el objetivo, el compromiso. Que dure.

Sin embargo, lamentablemente la mayoría de las parejas no son capaces de dar esos enormes saltos de madurez y visiones más desprendidas para satisfacer nuestros deseos sexuales naturalmente, en vez de reprimirlos en comportamientos falsos, y por ende lo más recurrente es la infidelidad, involucrando el engaño y la traición. En lo gay se hace muchísimo más, casi como si fuera natural. Entre mis amigos comentan que es obvio que tu pololo te va a “cagar”, es tan triste. Los impulsos masculinos son más concretos y de corto plazo, y también mucho más separados cabeza/corazón/pene. Hombre con hombre los límites son mucho más bajos. Y así se meten, sin asco alguno, los pololos con los mejores amigos, protagonizando engaños de teleserie, donde lo prohibido adquiere una connotación seductora incapaz de resistirse. Ese miedo constante fue un factor primordial que me ha hecho llevar ya casi cuatro años de soltero por opción. Igualmente, ese miedo hacia lo que me puede hacer el otro, es también reflejo de que me conozco mejor que nadie y sé lo que he hecho yo y lo que soy capaz de hacer. Y como la vida no es para sufrir, primero caguemos al otro antes que el otro nos cague. Sí, patético.

Hace ya unos cinco años quizás, me junté con un gran amigo mío, gay, que llevaba pololeando por lo menos sus 10 meses, y ahora son una feliz pareja de largos años. Si alguien podía demostrarme que la fidelidad existe, era él, profundamente correcto y ético, y además con esa falsa moral católica que lo llevaría al infierno. Mi gran amigo estaba profundamente enamorado de su novio, era una de sus primeras relaciones, por lo que vivía fascinado de vivir con él y todo lo nuevo. En un mes en que el novio estaba de viaje, nos juntamos para ponernos al día, celebrando como siempre que gozábamos de una amistad madura y cercana, y nos reíamos haciendo recuentos de todos los conocidos que habían caído en la infidelidad. Esa noche terminamos en la matrimonial viendo el musical de Abba (indignante) y al final se armó un ambiente extraño en el que estábamos como medio cerca, entre la luz apagada, pero no pasó nada que se saliera de un cariño de amigos. A los tres días repetimos la junta, nunca nos juntábamos tan seguido, pero esta vez mi amigo andaba más “concreto”. Empezó con la típica hazme un masaje. Yo para dentro pensé, es broma. Y así terminamos, yo encima de él más de una hora con crema en las manos masajeando su espalda. Después, echados en la matrimonial igual que un par de noches atrás. Yo me habría quedado feliz en los primeros cariños, y por ahí un topón loco, pero este católico pecaminoso comenzó a ir directamente al grano, y los punteos terminaron con tutti. Lo más penca fue que, después de, y como si fuera a restar su culpabilidad, este idiota confundido y claramente con la culpa carcomiéndolo se pone completamente distante, cómo cada uno durmiendo para su lado, como si al final no fuéramos amigos. Y yo que lo único que quería era un abrazo de amigos. Para eso duermo solo en mi casa.

Al par de horas, el católico se vistió para ir a trabajar y yo me vestí para ir a mi casa a dormir bien. Caminando aquella mañana de invierno no sentía tristeza ni pena, sino que era algo así como profunda decepción. Si mi ejemplo de moralidad no podía ser fiel, quién. Por lo menos, cómo yo iba a poder serlo. Esa mañana me desperté creyendo un poco menos en la fidelidad. Todavía no me he dado la oportunidad de demostrarme a mí mismo que puedo ser fiel en el largo plazo. Sé que sí, pero quiero creer que es gracias a algo más que entrar en la tercera década y su natural baja de líbido, que en realidad harto de madurez y búsqueda de sentido hay también. Pero no sé, al final, el infiel no cambia, se aguanta. Lograrlo, ya depende de cada uno.

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