En defensa de la desconfianza
por SIMON YACHER, Est. Ingeniería Comercial, U. Adolfo Ibáñez.
En Chile, suele aparecer en la discusión pública el tema de la confianza, pasando por alto los beneficios -en cierto tipo de contextos- de su opuesto: la desconfianza. Ésta, lamentablemente, parece ser incomprendida.
Al hablar de los efectos positivos de la desconfianza, no quiero ni despreciar ni minimizar lo bueno de la confianza, pues la existencia de ésta tiene como utilidad facilitar numerosos tipos de interacciones sociales que son mutuamente beneficiosos.
La confianza en los negocios que facilita establecer contratos o acuerdos formales. La colaboración entre pares que puede disminuir los costos de monitoreo. O en las relaciones amistosas que refuerza el apoyo mutuo en tiempos de adversidad.
Pero la confianza también tiene sus límites. Las interacciones también pueden llevar severos riesgos de abuso. La desconfianza entonces puede ser considerada como una precaución racional ante la probabilidad de las repercusiones negativas, de los abusos provenientes de la benevolencia limitada de los seres humanos, y la limitación de éstos para actuar racionalmente.
Una mente alerta y crítica, por lo tanto, ante todo tipo de apariencias extravagantes relacionadas a ofertas, proposiciones, y acercamientos, es la mejor herramienta para evitar caer en trampas que nos tientan por su facilidad. La aversión al acercamiento inmediato a extraños, a inversiones con retornos altos, y otras tantas decepciones, son una actitud necesaria y prudente.
Pero quizás la esfera donde más se ha demostrado necesario mostrar esta actitud es respecto al Estado. La predisposición a la fragmentación, enemistad, y guerra por las más diversas causas, así como la incurable tendencia hacia el abuso de poder, nos deberían motivar a ser extremadamente cuidadosos con cualquiera que tenga hasta el más mínimo puesto de poder.
El rigor, el escrutinio, la pausa y la reflexión profunda acerca de las propuestas y motivaciones de nuestros gobernantes, son herramientas necesarias para la preservación de nuestras libertades. Thomas Jefferson lo dijo mejor: “el precio de la libertad es la vigilancia eterna”.
Promover la desconfianza puede ser visto como una actitud misántropa y cínica. Espero haber mostrado lo contrario. Un cierto grado de desconfianza, en determinado tipo de ocasiones, es un tipo de escepticismo sano, y no un pesimismo infundado. La confianza y la desconfianza también comparten algo de simetría: mientras la primera sirve para posibilitar y expandir nuestros potenciales como personas, la segunda sirve como remedio para reducir nuestras limitaciones.