Valparaíso, triste radiografía de mí País.

por JONATHAN RAPAPORT, Psicólogo, U. del Desarrollo. Director Acción Social, Comunidad Judía de Chile.

 

No sólo se quemaron cerros y casas. Eso es lo de menos. En los cerros se plantan árboles y se recupera lo verde. En los cerros se construyen mediaguas y casas temporales y se recupera lo “pintoresco”. Lo grave es que se quemaron sueños e ilusiones. Y no me refiero a los sueños que los porteños tenían desde su infancia de formar familia, encontrar un lindo trabajo y formar un lindo hogar. Eso se recupera. Tal vez tarde, pero se hará.

Lo que se “quemó” fueron los sueños de más de 17 millones de chilenos que pensábamos que estábamos preparados ante algún desastre, los sueños de quienes creíamos que el terremoto del 2010 fue una experiencia de “ensayo y error” que nos permitiría contar con mejores elementos para dar mejores respuestas. Se quemaron las ilusiones de aquellos que pensábamos que los paquetes ya no formaban ni formarían parte del gobierno. Se quemó toda la convicción que puse en ese maldito voto presidencial. Se quemó lo poco que quedaba en mí de fe en la política.

Recuperé la fe en mi país en cuanto entré a la ruta 68. Los camiones no transportaban material comercializable, llevaban donaciones. Los buses no llevaban turistas, llevaban voluntarios. Las micros no decían “Q.E.P.D Lucho” decían “Fuerza Valpo”. Los peajistas no entregaban boletas, entregaban sonrisas, decían “Gracias” y “Quienes ayudan no pagan”. Entrando a Valparaíso por la calle Argentina, las bocinas y los gritos no eran para apurar el tránsito, eran para darnos la bienvenida y las gracias por lo que traíamos.

Recuperé la fe cuando llegué a los centros de acopio. Cuando nuestras donaciones no podían ser descargadas en el mayor centro de acopio de Valparaíso por la gran cantidad de cosas que ya habían enviado el resto de los chilenos. Recuperé la fe cuando tuvimos que ir al segundo mayor centro de acopio y la fila de descarga tenía 4 horas de espera.

Volví a perder la fe cuando los paquetes de las intendencias, municipalidades y del gobierno pedían que por favor no llegaran más voluntarios, y a los que estaban en los cerros los echaban con elegancia y educación, mientras escuchaba a decenas de bomberos rogar para que los voluntarios siguieran arriba para poder seguir retirando escombros en formación de cadenas humanas. Perdí la fe cuando los que cortan el queque justificaban que había que retirar a los voluntarios para que pudieran subir las retroexcavadoras. La perdí aún más cuando niños de 4 años eran capaces de entender que las retroexcavadoras no subían ni media cuadra en los cerros por la angostura de éstas, mas no podían entenderlo en la gobernación.

Sin embargo, no todo está perdido. Recuperé la fe y nada volverá a hacer que la pierda cuando vi una niña de no más de 5 años exprimiendo naranjas para regalar jugo natural a los voluntarios en pleno cerro. La recuperé cuando vi a un carabinero detener su radio patrulla para bajarse y entregarle una bolsa de dulces a un grupo de niños que estaban tirados en una cuneta. La recuperé cuando pude jugar fútbol 1 minuto con dos niños con una pelota de plástico desinflada arriba de un terrenal de basura, y a pesar de todo, sonreían. La recuperé cuando vi un par de jóvenes de mi edad cargando carretillas llenas de ayuda como si fueran burros de carga, cerro arriba y con cuerdas amarradas a la cintura.

Finalmente, recuperé la fe cuando conocí más gente como yo. Gente a la que, para bien o para mal, los paquetes con cargos políticos no sirven de referencia ni de ejemplo, gente que cree más en el bombero que curó a una mujer cuyos ojos se frieron (literalmente), en el poblador que no se mueve de su metro cuadrado y que ruega porque alguien vuelva y que no los dejemos solos, y gente que cree en niños como Pipe, quien lloraba porque se le quemó su pizarrita y plumones con los que les hacía clases a sus amigos.

Lo que pasó en Valparaíso es la radiografía de nuestro país. Un conglomerado de 17 millones de personas que, a punta de solidaridad, fundaciones y ONGs, levantan día a día a Chile. Hoy más que nunca tengo la convicción que a quienes más ayudamos cuando ayudamos es al gobierno, quien desde la Moneda u otras oficinas ve cómo nosotros hacemos la pega que les corresponde a ellos.

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Un comentario

  1. porque todo ese blabla es normal que un pueblo en momento de desgracia se une .aqui en israel hay durante el ano muchas quejas al gobierno pero en momentos de guerra o misiles de gaza salimos todos en ayuda y no pensamos en los quehaceres de el gobierno.al que le molesta el gobierno tiene que tratar de ser parte de el.nos duele mucho las trajedias de el pueblo de chile y creo que el gran ejemplo de el gobierno va aser un plan de reconstruccion de el cerro con casas mas aceptables para los habitantes.yo aqui pedi a el ministerio de israel optar por ayudar al pueblo de chile

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