Cómo crear hogar estando en movimiento

por ALAN GRABINSKY, Lic. en Filosofía, UNAM, México. Est. MA en Medios, Cultura y Comunicación, New York University.

 

Más de 15 años escribiendo en cuadernos de todos los tamaños. He escrito en baños, camiones, aviones y vagones del metro; parado, sentado, acostado, caminando y de cabeza; en la Ciudad de México, Berlín, San Francisco, Nueva York, Jerusalén, Tel Aviv y en Estambul; sobrio, borracho, recién despierto y antes de dormir.

Los más pequeños los llevo conmigo en la bolsa de mis jeans mientras me muevo por la ciudad. Otros grandes, de pasta dura, los saco en momentos de calma, sentado en un estudio o en una recámara. Algunos yacen en el fondo de mi escritorio, desapercibidos, hasta que los saco y lleno de escritura. Otros, me han acompañado a través del mundo, llenándose cada día de vivencias y juegos.

El hábito comenzó a los trece años, cuando empecé a copiar citas de libros en la pared detrás de mi almohada. El graffiti de mi cuarto era una forma de reclamar el espacio, de ejercer control sobre los cambios en mi casa, en mi vecindario, en la ciudad, en el mundo entero. Al salir de mi hogar, ese rastro se fue perdiendo; como respuesta, empecé a escribir en cuadernos.

Se ha vuelto una compulsión: los compro en todos los lugares, todo el tiempo. Uno se apila sobre otro, causando sobrepeso en la maleta y ansiedad. Sé que no puedo ni podré llenarlos todos, no hay cuándo ni dónde.

Cada cuaderno tiene una relación íntima con los objetos de alrededor, cuando se escribe en él, es como si el espacio mismo estuviera marcando un ritmo en el papel. Las nuevas tecnologías son lo contrario de esto. El Internet no tiene lugar, está en todos lados— la pantalla de la computadora, la misma, sin importar donde se está.

En este momento escribo sentado en un café en el vecindario de Kadikoy, la zona asiática de Estambul. Es un día soleado y, junto a mí, una pareja comparte un bahklava.  La computadora que tengo frente condiciona la escritura, pero la pantalla no registra mi paso por el lugar. Es más, si no lo hubiera mencionado, no habría nada en la pantalla que podría dar señas que estuve por aquí. Un rasguño, quizás.

La escritura en papel es mi manera de domar la geografía, de hacerla mía. Gracias a este ejercicio, he podido apropiarme momentáneamente de fuerzas que me exceden, como la muerte de mi abuela, o el sentimiento de inseguridad de viajar a un espacio nuevo. He pasado por muchos lugares extraños —he sido un extraño en muchos lugares familiares— y, en cada situación, el papel me salva,  imponiendo, por su misma materialidad, las condiciones con las cuales se dará la escritura.

Cuando las páginas se acaban, es como dejar mi casa, de nuevo.

Otros hogares me han abierto sus puertas; en cada lugar, me he encontrado rodeado por constelaciones de textos que han servido como compases y mapas para moverme en terreno ajeno. Un libro es un viajero errante que, al pasar por espacios, los ilumina, poniendo en relación nombres de lugares, abriendo caminos y trazando itinerarios al mismo tiempo.

Una de las diásporas más viejas de la historia, el pueblo judío, ha basado su sentimiento de pertenencia en el mantenimiento de una identidad portátil. Basándose en lo que se puede llevar bajo el hombro (los textos y la escritura), esta identidad depende de la reinterpretación para crear coordenadas en tierras ajenas. La interpretación es un acto que funda un hogar, el mismo y no el mismo, cada vez igual pero nuevo.

En una época de grandes migraciones, más y más personas están sintiendo la pérdida de hogar. Nuestra misma casa está abierta a flujos globales, no hay vuelta atrás. Los medios de comunicación están redefiniendo la distinción entre lo propio y lo ajeno. Sentados, en la comodidad de nuestra casa, podemos ser más agentes públicos que estando afuera, en la plaza pública.

Pero Facebook y Twitter son parches, identidades portátiles sin el esfuerzo de la reinterpretación. Si pensamos en la tecnología como algo que se debe de domar, y podemos mantener esa tensión que se requiere para abrir un espacio a la intimidad, podemos crear y mantener un hogar, sin por eso dejar de estar en movimiento. La creación de un hogar depende de apropiarse de lo ajeno y, mediante la interpretación, hacerlo nuestro.

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