La isla de la impunidad

por RAQUEL AGUILA, Est. Derecho, U. Chile.
La isla mínima es una película dirigida por Alberto Rodríguez, ambientada en plena transición a la democracia, que narra un brutal asesinato que transcurre en un pueblo perdido de la España postfranquista.
Las primeras escenas no hacen más que deslumbrar al espectador con imágenes maravillosas de las marismas del río Guadalquivir, para luego desembocar en una historia de intriga algo simplista que se va construyendo en torno a la investigación policial del cruento asesinato de dos jóvenes. Un thriller policíaco que no cierra del todo y que a ratos se estanca en un relato demasiado plano para cumplir con las exigencias del género; no deja de ser rescatable por la originalidad del recurso que utiliza el director para retratar el entramado político y social de un país aún resentido por una dictadura de 36 años, que se nos presenta como un elemento circunstancial, pero que a medida que avanza la historia se vuelve determinante en la narrativa de la película.
El relato comienza en 1980 (tan sólo 5 años después de la muerte del dictador), marcada por  el encuentro de dos policías madrileños, Juan y Pedro, quienes fueron enviados a investigar la desaparición de dos hermanas. En tanto avanza la investigación, van saliendo a la luz enrevesados detalles que van formando una ficción macabra de violaciones y asesinatos en serie, a la vez que se develan antecedentes sobre el pasado político de los protagonistas.
A medida que avanza el largometraje, se muestra la superposición de 3 realidades que dan forma a la historia: la relación de desconfianza, pero a la vez de camaradería, que se da entre los policías, no aclarándose del todo -retratando con una profundidad abismante el sentir propio de la transición- si Pedro teme, desconfía o bien establece una relación de complicidad con Juan, sobre quien sabemos fue franquista, pero de quien desconocemos su participación en el régimen hasta el final de la película; la investigación policial sobre los crímenes que sugieren la participación de un hombre poderoso en ellos, quien parece estar al alero de una compleja maquinación de encubrimiento por parte de los habitantes del pueblo y; por último, la delicada confusión que se da en el ambiente rural entre la policía, las instituciones de justicia y el poder económico.
Un testimonio lento y desolador que no deja de inquietar al espectador, quien hacia el final de la película parece ser el único que sigue clamando por verdad y justicia; estableciendo un ritmo que se apropia y se hace uno con las imágenes estériles de aquel rincón olvidado de España, donde la impunidad parece ser el leimotiv de la vida del pueblo.
Si vamos a ver La isla mínima con la expectativa de ver una buena película policíaca, probablemente salgamos decepcionados. La isla mínima es en realidad una historia sobre los juegos perversos entre poder e impunidad de la vida en transición, sobre la violencia e injusticia constituyente de las estructuras sociales, sobre el afán frustrado de la búsqueda de la verdad.

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