La insoportable levedad de Gravity

por IGNACIO PEREZ, Est. Ingeniería Civil, U. de Chile.

 

Uno de los favoritos de la crítica este año es la saga de la traumática primera misión en el espacio de una astronauta y su accidentado regreso a la tierra, Gravity (ganadora de 7 premios Oscar, incluyendo mejor dirección). Nos asombra con sus cámaras en gravedad cero girando en movimiento perpetuo, la destrucción en mute de naves y estaciones espaciales bombardeadas por una metralla de fatalidad desorbitante, y el solitario rol de Sandra Bullock que nos muestra la deriva que nos es propia como humanos en un mundo caótico y frágil.

Pero, ¿qué es lo que nos gusta o no nos gusta de Gravity? La tecnología vigente siempre ha sido determinante en la producción cinematográfica de una época. Esto, no solo por aquello que la técnica nos permitía mostrar en pantalla (efectos especiales, animatronics, maquillaje y prostéticos, etc.) sino por el desarrollo del medio cinematográfico mismo (lo que ocurre con la pantalla) que es en sí una tecnología.

El cine, a lo largo de la historia, ha creado mundos y personajes que solo hubieran tenido una imagen gracias a las técnicas con las que se les han imbuido para presentarlos a un público cada vez más experimentado y expectante. Sin embargo, la mayoría del contenido que da origen a una película (trama, estilo narrativo, diálogos, personajes) tiene a la vez origen en un dispositivo (i.e. tecnología y forma de pensamiento asociado) más antiguo y hace harto tiempo más incorporado en la vida del hombre: el libro. Casi todas las películas que se han llevado a cabo están intensamente basadas en la máquina creadora de ficciones que le precedió y su contraparte en vivo, el teatro. Tanto los ha necesitado el cine para existir como de la energía eléctrica.

Es un pase tecnológico, por supuesto, el que de a poco permite al cine ir olvidando su dependencia histórica en lo propiamente libresco para adentrarse aún más en su audiovisualidad. Son las nuevas cámaras, la generación de imágenes por computadora y la tecnología HD (con una pequeña mención al aún primitivo 3D) las que están transformando la imagen en una experiencia en sí, en una nueva experiencia.

Gravity es un producto de la nueva libertad de la pantalla. En Gravity, la trama es completamente accesoria, y no busca justificar los continuos problemas con los que se tropieza su protagonista, víctima del mayor mal de ojo puesto sobre una estrella de cine. Toda la acción se basa en la simple premisa de “puede pasar”, y es tan aleatorio como que tu hijo se desnuque jugando en un “resfalín” (creo que esta era la razón de la tragedia de la doctora Stone). El argumento no es lo importante, ni los personajes: todos estos conceptos, componentes fundamentales de una historia, son heredados de la tradición novelesca y no son ya necesarios en un medio donde la imagen está casi completamente liberada de sus viejas ataduras físicas, cada vez más cerca de su máxima expresión autónoma, su espiritualización.

Tratemos de imaginar algo más ridículo e inerte que Gravity versión libro; pocas son las películas de las que podríamos decir que su traspaso de medio sería imposible. Éstas son las que explotan el medio audiovisual como una experiencia en sí, sin recurrir a experiencias anteriores, como son una trama bien entretejida, un claro argumento, personajes con profundidad literaria, etc.

Esta clase de evolución (por lo general hacia una mayor autonomía y libertad) es típica de los medios y no debe extrañarnos. Películas como Gravity, El árbol de la vida, nos dan una pista de a dónde se dirige el futuro del cine, y del tipo de sociedad que lo consume.

Para mí, la Alta Definición ha sido fundamental en la liberación de la imagen porque nos ha mostrado una realidad aún más real, una realidad que sólo existe a través de la pantalla y que a la vez esquiva (o al menos se defiende, en su digitalidad) del pasar del tiempo. 

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