El feliz y limitado iluminado

por ILAN LIBEDINSKY, Est. Psicología, U. del Pacífico.

 

El individuo persigue optimizar y mejorar sus propias condiciones. Las religiones y caminos espirituales nos invitan a ser más completos, más amorosos, más sabios. El posmodernismo de hoy es una fuerza que nos inculca el deseo de ser más libres, más autónomos, más felices. El ser humano se encuentra constantemente buscando, sea Dios, reconocimiento, dinero o placer. Hasta el suicida que aprieta el gatillo, en ese acto anhela su propio fin como una posibilidad de bienestar extrema. El hombre camina y busca y nada lo sacia absolutamente, ya que el deseo no puede dejar de desear: es la condición que nos impone la vida.

Pero el deseo va de la mano del sufrimiento, ya que somos seres limitados que viven en un mundo limitado. Somos seres inherentemente frustrados. Por ende, cualquier psicología o religión que nos proponga una vía para la felicidad, en realidad sigue alimentando el motor del deseo, lo cual engendrará más sufrimiento. Todo profeta es un asesino de la vida.

El libre albedrío es un espejismo engañoso, oasis que siempre mantiene una distancia necesaria para motivarnos a seguir avanzando. Spinoza, filósofo judío instruido en las enseñanzas del Talmud, concluyó que Deus sive Natura, es decir, la divinidad se encuentra en toda cosa, en todo acontecimiento, en todo ser, y la libertad nuestra es la voluntad de Dios: el libre albedrío no existe. Sin embargo, afirma que existe un solo acto posible por la consciencia humana, un único movimiento que nos podría liberar: reconocer nuestra imposible libertad ante el deseo de Dios. Asumir tu limitación.

La cumbre de la felicidad está dada por la noción de iluminación, estado en que uno y el universo son Uno, visión de la perfección idealizada, en donde el deseo se encuentra ya extinguido y la alegría es sublime, ya que se descubre la ilusión del sufrimiento. De ahí la virtud budista del desapego. Sin embargo, perseguir el desapego, trabajar el desapego, ¿no es en realidad otra forma de deseo, el de desear el desapego?

En realidad, no es el deseo lo que se busca extinguir, sino la lógica que hay en ella. Esta lógica es la del para qué. Hago esto para conseguir esto otro, deseo aquello para alcanzar algo. De ahí que Nietzsche, luego de haber destruido la moral judeo-cristiana construida sobre el deseo de un más allá —todo deseo es un más allá— concluyó que el nuevo hombre mejorado, el superhombre, se edifica sobre la voluntad de poder. ¿Cuál es esta nueva lógica? el porque sí. Que cada acto sea un fin en sí mismo, que el hombre sea un fin en sí mismo, así se anula este más allá y el deseo que lo rodea constantemente muere. Angelus Silesius, místico cristiano, apunta a lo mismo cuando dice “la rosa es sin por qué, florece porque florece”. El amor también comparte la lógica porque sí, por eso Nietzsche afirma: “Todo lo que se hace por amor, se hace más allá del bien y del mal”.

A partir de esta idea, surge la noción del eterno retorno. Si el tiempo es infinito y las fuerzas que construyeron este momento son incontables, más limitadas, significa que este mundo, este segundo presente, se repetirá una y otra vez hasta la eternidad. Un deja vu tras otro. La noción de finalidad, de para qué, se extingue. La evolución se vuelve una falacia, la iluminación es inútil. Otra lectura del eterno retorno es poder elegir o elegir desear vivir este momento y el siguiente momento hasta la eternidad. Es el santo sí que nos invita Nietzsche a decirle a todo presente, sea éste adverso o auspicioso, y poder afirmar “tal es el destino que quiere mi voluntad”: amor fati.

Existe un relato hindú en que un monje renunciante llevaba años con el brazo alzado verticalmente como una forma de trabajar su voluntad hacia Dios. Este fakir había hecho un trato con un compañero de camino: quien se muera primero, volverá al mundo para decirle al otro cuántas vidas le quedan para iluminarse. El amigo del monje muere primero, vuelve en forma de espectro y le comenta que le quedan tres vidas para liberarse del ciclo de reencarnaciones. El monje renunciante, al escuchar dicha noticia, se decepciona, encuentra que tres vidas son excesivas, luego baja su brazo de su posición vertical, patea una piedra y maldice a Dios.

Sin embargo, este espectro decide dar unas vueltas más por la tierra y encuentra a un hombre dichoso tocando su guitarra bajo un árbol. El fantasma se le acerca y le dice: “Oye tú, ¿quieres saber cuántas vidas te quedan para iluminarte?” y el hombre, medio desinteresado, más concentrado en tocar su instrumento, acepta por cortesía. El ser del otro mundo le responde: “Te quedan tantas vidas como hojas en este árbol”. El hombre bajo el árbol, al escuchar dicha noticia, le dice contentísimo: “¿En serio? ¿Tantas? ¡Eso son mucha vidas por vivir!” y totalmente extasiado, se dispone a tocar su música con más alegría. En ese mismo instante, el hombre con su guitarra, se ilumina.

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