Mis primeras veces gay, y las últimas en Chile

por TOMER BROSH, Ex alumno Instituto Hebreo de Santiago, Chile.
 
Mi último año de colegio fue muy distinto a todos los anteriores. Ya no era sólo el compañero israelí, sino que además pasé a ser el gay de la generación. Cuando “sales del clóset”, nada permanece igual, y contar algo así a tus 17 años lo hace todo más intenso, acercando mucho a la gente y dándote una sensación de confianza enorme.
Mi viaje de estudios me cambió, antes estaba con ansiedad, pero cuando empecé a contarle a mis amigas que era gay, me sentía mucho mejor. Las noches eran difíciles, nunca dormí en una pieza con otra persona. En Polonia, sentí que sólo querían hacernos llorar, pero yo desde hace años que no lloro e intento no ponerme triste. Cuando llegamos a Israel, ya se sentía el cambio emocional. Todos estaban más felices y emocionados, varios por la primera vez de estar ahí. Pero para mí, el viaje no fue para conocer Israel (o Polonia), fue para que mis amigas y amigos me conocieran realmente a mí, por primera vez.
Le conté a la mayoría de las mujeres, y también a algunos pocos hombres. Al principio fue difícil elegir a quién, pero con cada persona que iba sabiendo, era cada vez más fácil contarle a la siguiente. Conocí compañeros que antes no había ni mirado. Cuando te gusta alguien, puede ser una sensación increíble, como también muy triste y frustrante cuando asumes que nunca podrías gustarle de vuelta. A pesar de saber eso, no se puede resistir, era justo mi tipo. Antes del vuelo largo a Chile, cuando fuimos a pedir nuestros pasajes en el aeropuerto, convencí a la asistente del counter que me diera el asiento a su lado, después él lo sabría.
Mi primera noche en un ambiente gay fue cuando conocí realmente a una de mis mejores amigas, en las vacaciones pasando a cuarto medio. Fue en Bellavista, ella tuvo un problema en su casa y no quería volver, así que decidimos salir. Además, fue la primera vez que me curé. Fuimos a la disco Illuminati, y tomé hasta sacarme los nervios. Me quedé parado a un lado mirando a la gente bailar, hasta que un viñamarino me sacó. Cuando le conté que no era chileno, me habló en un spanglish horrible, pero estaba tan curado que no me importaba. Le dije que nunca había besado a alguien, y unos segundos después, di mi primer beso, y mi segundo, y mi tercero. Mi amiga estaba ahí mirando todo sin darse cuenta que era yo hasta que me di vuelta. A las cuatro am cerraron el club, y me despedí del tipo que obviamente nunca volvería a ver. Con el tiempo, ese número uno pasó a ser simplemente uno más.
Cuando empezó cuarto medio, ya me sentía mucho más feliz que antes. Al preu me inscribí con varias amigas y lo pasé muy bien. Justo antes de entrar, había un carrete donde por primera vez tomé tanto que no me acuerdo de nada, sólo del por qué había tomado así: el tipo que me gustaba iba a venir seguro. Cuando entramos ese lunes a clases, me contaron que le había dicho a todos los que estaban alrededor y a los hombres que no sabían (pero claramente sospechaban que era gay) quién me gustaba. Después se lo había dicho a él en persona, y ni siquiera me acuerdo, no sé cuál fue la expresión de su cara, su reacción, ni la mía. Desde ese día no hemos hablado, ni lo puedo mirar directo.
Así se enteró toda mi generación, y cuando me preguntaron si era gay, ya respondí fácil y felizmente: sí. Me aceptaron mucho mejor de lo que pensé, aunque igual me costó acostumbrarme a las bromas “inofensivas” de mis compañeros, pero al final, ya me reía con ellos. Igual me sentía un poco incómodo, y dejé de venir todos los martes a clases de educación física; no quería que algo pasara en los camarines, ni por incomodar a alguien, ni tampoco por miedo de llegar a ser objeto de alguna broma pesada.
Poco tiempo después fui a mi psicóloga, a una de las inútiles visitas que no me ayudaban. Un segundo antes de tocar la puerta, mi mamá me para y dice: “Tomer, te amo mucho y lo sabes, pero he hecho algo que no debía hacer. Me metí a tu computador porque no entendí como no me cuentas a dónde sales con tu amiga y por qué estás tan reservado. En serio, lo lamento pero ahora entiendo todo y te amo y tu papá también, solamente fue un shock para mí porque nunca lo pensé.” Traté de tomarlo de la mejor manera que pude, entré donde la psicóloga con alivio, mezclado con shock y enojo, pero entendí y pasó.
Unos meses después, conocí a mi primer pololo, mediante una aplicación en el cel para conocer gays cercanos. Él vivía muy lejos y sólo se acercaba a veces en los fines de semana. Me gustó mucho al principio, pero como nos veíamos tan pocas veces, terminó siendo una relación a larga distancia. Luego que pasaran semanas sin vernos, terminé rompiendo con él por whatsapp. Así concluyeron mis primeros dos meses en pareja. Unos meses después, conocí a mi segundo pololo, aunque empezamos tan rápido, que duramos apenas un par de semanas. Igual de rápido que se encendió, la chispa se apagó, y junto al estrés de la PSU, terminé. Igual lo he visto otras veces cuando salimos como amigos.
Dar la PSU fue un alivio, pero no era suficiente: me quería ir a Israel e intentar mi suerte ahí. Tendría que hacer el ejército, dejar la vida cómoda chilena, a las personas que conocía y las amigas que se convirtieron en hermanas, pero quería ser parte de la sociedad israelí, infinitamente más abierta y gay friendly que Chile. Los meses desde mi decisión hasta partir fueron largos, llenos de problemas y trámites, pero todo finalmente pasó, y llegó la fecha del día que dejaba nuevamente mi vida atrás, no podía esperar más.
Odio las despedidas, sentirme triste con cada persona que se acercó a mi corazón. “No es un adiós, es un nos vemos” (me gustan los clichés). Despedirme de mis amigas que amo y extraño fue muy difícil para mí, aunque no lo demuestre mucho ahora viviendo desde lejos. La más triste fue la última, mis 2 “hermanas”, me pongo en lágrimas escribiendo esto, la excepción a mi regla. Salimos esa noche e intentábamos no pensar que era nuestra última salida juntos. Cuando volvieron a dejarme a mi casa, nos quedamos un rato con los ojos llorosos, no soportaba sentirme así. Nos quedamos afuera en el frío y nos abrazamos por un tiempo que se sintió como una eternidad, pero no era suficiente, y me fui.
Al parecer, ser gay te hace más popular. De repente, mucha más gente me conocía, llamas mucho más la atención. Cada persona que recién te descubre empieza con «¿ah en serio, y cuando supiste?”. Mi colegio, que hace años estaba lleno de bullying, hoy ha cambiado, lentamente, pero ha cambiado. Espero que cada vez más gente se sienta más cómoda al salir del clóset ahí.

Publicaciones Similares

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *