El silencio no es cosa de chicos

por LEANDRO GALANTERNIK, Lic. en Administración, U. de Buenos Aires. Posgrado en Juventud, Educación y Trabajo de FLACSO. Est. MA en Organizaciones sin fines de lucro en la Universidad Hebrea de Jerusalem. Representante judío en la Red Juvenil Interreligiosa de Religiones por la Paz para América Latina y el Caribe.
 
Tengo 29 años, pero quienes me conocen saben que parezco de más. No por el físico, aunque últimamente no esté en mi mejor forma, sino por como soy… difícil de explicar, pero real. Más zeide que joven.
Sin embargo, y aunque parezca contradictorio, me gustan mucho las cosas de chicos. Asombrarme por cosas simples de la vida una y otra vez, decir verdades políticamente incorrectas, los flippers, los parques de diversiones, los dibujitos animados…
Hace unos días tuve una experiencia que se suele asociar con la infancia. Me operé de las amígdalas… Operarse nos deja desprotegidos, entregados totalmente a las manos y al conocimiento de médicas y enfermeros. Nos abre la puerta para ver las cosas de forma diferente, aunque sea un procedimiento simple, suele acarrear momentos profundos.
Si bien el proceso fue sencillo, contó con toda la parafernalia que requiere entrar en un quirófano, pero lo que más me impactó fue la recuperación y no la previa. La indicación principal fue reposo y silencio.
El silencio en sí no es algo muy judío. Nuestras oraciones, celebraciones, fiestas y momentos especiales, tanto tristes como alegres, resultan envueltos en variados sonidos. De hecho, cada festividad religiosa tiene su nusaj, su melodía tradicional que nos transporta al lugar, al estado de ánimo y al momento donde deberíamos estar.
El silencio es otro sonido, y creo tenemos que cultivarlo más de lo que la propia tradición nos llama a hacerlo. La ausencia de habla no es el único silencio que encontré en estos 4 días sin hablar. Gracias a la tecnología y a las señas, me pude comunicar casi sin inconvenientes, pero me sirvió para re-comprender el valor del silencio, el poder de la escucha activa y el elegir, casi con cuentagotas, qué decir y qué no.
La tradición sí nos llama a cuidar nuestras palabras, Shmirat HaLashon – ciudado de la lengua –  y el conocido Lashon HaRa – hablar mal – , son valores ancestrales, desafíos para cada uno, sea uno religioso o no.  Esto no es cosa de chicos. Historias en la Tora, relatos del midrash y cuentos jasídicos son el punto de partida para un tema muy delicado al cual se le presta poca atención en nuestro día a día.
Llamándonos a silencio es la única manera de escuchar, entendiendo cosas que seguramente serían imposibles de descifrar dentro del ruido cotidiano. En la parashá de esta semana, Jaie Sará, tenemos un hecho interesante. Sara ha muerto y Abraham, su esposo y patriarca de la tribu, desea enterrarla en paz. Abraham negocia con la gente de Jet un lugar de entierro, ellos le ofrecen todo un campo por ser quien es, príncipe de Dios. Efrón era el dueño de la parte de campo que quería Abraham, y bondadosamente le ofrece nuevamente todo el campo, a lo que Abraham, inclinándose a tierra, responde: “Sólo te pido que me escuches. Te daré por el campo su valor en dinero. Acéptalo y yo podré enterrar ahí a mi muerta allí”. (G 23: 13)
Muchas veces, el poder decir cualquier cosa todo el tiempo nos impide escuchar. Incluso nos bloquea la posibilidad de escucharnos a nosotros mismos para pensar realmente qué es lo que queremos y qué necesitamos decir. Y por sobre todo, nos impide escuchar realmente al otro, entendiendo no sólo lo que dice sino todo lo que necesita. Resignifiquemos el valor del silencio.

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