Plain Road

por ALBERTO ASSAEL, Psicólogo, PU. Católica.
Suena el despertador. Deslizo mi dedo y lo aplazo diez minutos.
Suena el despertador y me levanto sin estar seguro de si ya había sonado antes. Las imágenes de lo que estaba soñando se desvanecen al ver los 49 mensajes de Whats App sin leer.
En la ducha, intento recordar el sueño pero sólo consigo retener un paisaje de pasto verde, recién crecido. Había algo más, pero el despertador vuelve a sonar. En mi somnolencia, lo había aplazado una vez más (tengo Android).
Trago el desayuno en piloto automático, agarro la costanera, 7.35 am. Cambio la radio. The Cardigans, Los Tres, comercial, comercial, reporte del tráfico, Morrisey, cambio la radio. Está todavía negro y el cielo parece estar muy bajo. La mujer que reparte el diario “La Hora” se devuelve un par de autos antes de llegar al mío.
Ya estoy en la oficina. Prendo el PC, saludo a quien se sienta enfrente, deseando que no me hable (con solo mirarlo ya me desespero), reviso el mail, ningún Grupon interesante, abro en diferentes pestañas Facebook, Emol, Pinterest y recuerdo la existencia del Fotolog.
La foto de Instagram de un amigo de la universidad me hace recordar mi sueño. Estaban grabando un documental o algo así en un parque. Me pedían que bailara con una actriz reconocida, mayor que yo, inexpresiva y poco grácil.
Respondo algunos mensajes de Whats App y en nuevas pestañas dejo a la espera artículos del tipo “Los diez actores que no consiguen volver a su peso. Al número siete no lo reconocerás” o “Cinco alimentos que no sabías que servían para quemar grasas”.
Le hecho Stevia al nescafé y lo encuentro demasiado aguado. Nunca hay leche.
Se asoma una cabeza cargando una sonrisa cínica que me pide si por favor puedo redactar un informe (del que nunca me había hablado). Le digo “Hola” bien marcado, para hacerla sentir mal por no saludar primero. Leo un reportaje de la guioteca, termino el informe y me convenzo de que soy productivo.
Salgo de mi cubículo y voy al baño.
Saludo, saludo, me piden si puedo asistir a una reunión a las cuatro, y una tras otra recae sobre mí una lluvia de solicitudes tediosas. A la mitad, le digo que podría si no tuviese la reunión. A otros les digo que sí (un jefe y a un par que ya les he dicho que no muchas veces antes).
Hace frío.
Me apuro en volver a mi oficina. Veo las respuestas del Whats App. Me río en silencio de un amigo que da explicaciones del por qué de todos sus comentarios. A nadie le importa.
Almuerzo. La gente me quiere, no sé por qué.
Reunión innecesaria (la misma información llega después en un mail). Decido no tomar café para no salir más al baño y evitar a la gente.
Vuelvo al PC y meto mi cabeza en el caparazón.
Papeleo e informes. Veo las fotos de los actores gordos. Agradezco mi peso. Me pregunto a qué edad cambia el metabolismo. La nota de los alimentos me relaja. Decido comprar almendras.
En mi departamento, me quito los zapatos, veo dos capítulos de How I met your mother, me dan ganas de leer mi libro pero finalmente me quedo viendo los Simpson en el trece. Me salta a la cabeza un repost de “la gente anda diciendo” que decía que todo en la vida se puede reducir a un capitulo de los Simpson.
Me estoy quedando dormido. En un último esfuerzo, anoto el recuerdo del sueño de anoche.
Suena el despertador. Siento que me dormí hace un solo minuto.
En la ducha, mientras el chorro de agua hierve mi espalda, me pregunto si algún día podré sacar la inercia de mi cuerpo.
Ya en mi auto, me doy cuenta que lo único que cambia en mi viaje por la costanera son las canciones que pone el mismo programa radial que escuché ayer.

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