¿Llegarán los dos candidatos presidenciales tradicionales a la segunda vuelta?

por DANIEL TOPAZ, Psicólogo, U. Portales.

Año de elecciones, y tan especial en varios aspectos: primer gobierno de derecha desde la “la vuelta a la democracia”; crisis de legitimidad de la mayoría de las instituciones republicanas, de la iglesia, de las fuerzas de orden y de algunos tipos de empresa privada; ciudadanía crecientemente informada y movilizada, cuyos discursos muchas veces tensionan el sistema capitalista o cuestionan su noción de desarrollo; la incorporación de un nuevo padrón electoral en función de la reforma de inscripción automática y voto voluntario; y por último, y en función de todo lo anterior, surgimiento de liderazgos interpelados a dar voz a los nuevos inscritos y a todos los “indignados” quienes desconfían de las autoridades, y de quienes no siendo de derecha, hoy se arrepienten de haberles votado.

El comportamiento del votante chileno, desde que existía el padrón antiguo que se puso en funcionamiento para el plebiscito que “desinstaló” a la dictadura militar del poder, fue relativamente estable hasta la elección en que la derecha volvió al gobierno con Sebastián Piñera. La opción No de 1989, en un desglose por circunscripción, se mantuvo alrededor del 55-60%, delimitando la derecha cerca del 40-45% y dejando instalada la percepción de que Chile es un país de “centro izquierda”.

La elección que dio por ganador al magnate de RN se configuró gracias a un   fenómeno en el cual votantes que históricamente se habían inclinado por la “centro-izquierda”,  favoreciendo al “humanista cristiano”, ahora pasaban a la derecha, lo cual algunos dentro de la Concertación han leído como la pérdida del centro.

A lo anterior se suma que la derecha capitalizó el descontento, en una operación comunicacional que consistió en convertir a la Concertación en el rostro de la ineficiencia, la corrupción y la decadencia. En lo fáctico, este discurso lograba sostenerse muy bien gracias a la real ineficiencia no solo del gobierno; si no del estado en su conjunto, a los mediáticos casos de desfalco, sobresueldo, intereses creados, nepotismo y otros; además, del aggiornamiento propio de un gobierno que se había instalado sin miedo al “desalojo”.

La operación comunicacional funcionó tanto para seducir a votantes tradicionalmente ligados con la “centro-izquierda” como para generar una expectativa de cambio que no fue tal. Resultó que ineficiencia, corrupción y complacencia (aggiornamiento) no eran marca registrada de la Concertación.

Dicho panorama, en adición al impredecible nuevo padrón electoral, configuran un escenario completamente incierto para las futuras elecciones. El triunfo de Piñera fue por menos de 250.000 votos de alrededor de 7 millones de votantes. Ahora, el universo es de más de 13 millones de inscritos.

Los nuevos electores y los nuevos tiempos hacen al sistema susceptible a la emergencia de una tercera fuerza electoral, algo inusitado hasta la aparición de Marco Enríquez-Ominami, quien fuera de toda expectativa convocó a un 20% del electorado. No fue el “centro” repartido, si no la disgregación de lealtades fundamentalmente desencantadas con la mayoría de las instituciones las que creyeron hacer o bien un voto de protesta o bien apostar por un recambio, lo que habría robado votos a ambos candidatos del duopolio político. El efecto “ME-O” podría ser aún más fuerte si se logran posicionar nuevas fuerzas y nuevos rostros.

Es posible que contra las posibilidades concebidas por la élite política e impuestas a la opinión pública, no sólo haya ballotage sino que en la papeleta de segunda vuelta no esté impreso el nombre de uno de los candidatos que se dan como más seguros. Cada vez hay menos de fantasía en pensar que un candidato “outsider” pase a la segunda vuelta, poniendo en duda la legitimidad de la hegemonía que hoy se sostiene gracias a una constitución autoritaria y caduca. Además, los cálculos de doblajes en la cámara de diputados amenazan la continuidad del poder de veto que en el hecho constituye la triple trampa: Sistema Binominal, Quórum Calificados y Tribunal Constitucional cooptado por la derecha.

Es necesario que los ciudadanos nos tomemos por lo menos la primera vuelta de la elección como un voto por convicciones. La derecha es apenas el 30% en el mejor de los casos, y Bachelet no lleva la mejor opción para derrotar a la derecha.

Apoyemos convicciones y no falsos consensos impuestos por la élite técnico-política, una camarilla muy homogénea en cuanto a sus orígenes familiares, socio-culturales, con intereses creados en sectores claves de la economía y muy sensibles de la sociedad, además de tener relaciones familiares, de amistad y de negocios.

El cuadro aparece abierto y cualquiera puede llevarse todas las fichas, no nos dejemos engañar.

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