Los desafíos del Movimiento Estudiantil en la búsqueda de la Utopía Chilena.
por RODRIGO AFRO REMENIK, Sociólogo, U. Católica. MA en Historia de América Latina, U. de Tel Aviv. Sheliaj de la Agencia Judía para Hashomer Hatzair América Latina, desde Buenos Aires, Argentina.
Para el Prof. Dani Gutwain, historiador y economista (uno de los intelectuales que está detrás de la actual ola de protesta israelí), los movimientos sociales de izquierda atraviesan por dos períodos: el primero es el utópico, al que podríamos llamar de incubación, en que se forman pequeños grupos militantes que, frente a una sociedad antagónica a sus ideales, forman comunas de diferente índole que pretenden realizar los valores de igualdad y libertad al interior de su propia organización, ya que no tienen la esperanza de llevar (por el momento) estos valores al conjunto de la sociedad. Estas comunas sirven de laboratorios para la generación de nuevas ideologías y nuevas formas de acción que, llegado el caso, podrían ser utilizadas para conquistar políticamente a la sociedad.
El segundo período es el político, en que la fuerza de las comunas es tal que pueden aspirar a realizar un cambio radical del sistema. Poseen las redes sociales para instalar sus demandas en diferentes áreas del entramado social, poseen un bagaje intelectual importante que les permite guiar y justificar su accionar. El problema es que la propia lucha política, que es un espacio de constante negociación y renuncias, desvirtúa los valores y principios por los cuales se luchaba desde un comienzo. Así, los movimientos en su etapa política-partidista consiguen ciertos avances, pero caen después de cierto tiempo enredados entre sus propios logros y los devenires de las luchas políticas. Es por esto que se necesita un nuevo período utópico-comunal que renueve los liderazgos, las ideas, los contactos y las visiones de la realidad.
En otros países de Latino América estos procesos son más frecuentes que en Chile. Sin embargo, en la historia chilena los podemos observar en el proceso de instalación de la Reforma Agraria a mediado de los ´60 del siglo pasado, con intelectuales como Chinchol, Freire y otros a la cabeza, y que dio como resultado la configuración del concepto de “Poder Popular”, que tuvo en las Cooperativas Agrícolas, los Centros de Madres y las Juntas de Vecinos a sus principales ejemplos.
Desde mi lejano punto de vista, es justamente un proceso utópico, de configuración de nuevos paradigmas, de renovados liderazgos sociales y redes de comunicación y legitimación, lo que le hace falta al actual movimiento estudiantil para tener éxito en sus demandas específicas y sus ansias de cambio social general.
De manera circunstancial me encuentro viviendo en Argentina, cuando la verdad es que debería estar en Chile o en Israel, mis dos casas, mis dos amores, experimentando y alentando las revueltas juveniles que surgieron en forma casi unísona en ambas latitudes.
Leo los periódicos electrónicos de ambos países a diario, y las fotos, los discursos, las protestas se confunden en mi inconsciente. La imagen que surge en mis pesadillas es una mezcla de Piñera y Netanyahu, ambos canosos, ambos ultra neoliberales, ambos con cara de mentirosos. En definitiva, me estoy perdiendo de toda la acción, y lo que le queda a uno son una serie de fotografías revueltas que poco dan cuenta de la realidad.
También las sociedades son parecidas en ciertos aspectos, y también se me confunden reportajes en Castellano y reportajes en Hebreo: ambos países han crecido de manera sostenida en las últimas décadas, sin que las depresiones internacionales las afectaran mayormente su crecimiento económico; Israel es considerado el país con más diferencias sociales en el Primer Mundo, Chile el con más diferencias en América Latina. Es decir, crecimiento sostenido tanto de la economía como de las desigualdades sociales.
Sin embargo, la forma de afrontar las protestas desde un lado y el otro del océano han sido bastante diferentes, y dan cuenta de los distintos procesos sociales que vive la sociedad.
En Chile, las protestas sociales que comenzaron luchando por una educación pública y gratuita de calidad, han mantenido ese lema como principal demanda. Esto si bien se une a movimientos ciudadanos de topo tipo a lo largo del año como la marcha por la diversidad sexual, o las manifestaciones masivas en contra del proyecto energético Hydroaysén, manifestando un cansancio de la sociedad frente a muchos temas, el movimiento estudiantil es una manifestación independiente de las anteriores. En Israel, en cambio, una protesta que comenzó exigiendo abaratamiento de las viviendas para jóvenes, rápidamente se extendió a otros ámbitos, como salud y educación, y extendió las demandas a todos los aspectos sociales, transformándose en un movimiento político que reclama el fin del capitalismo y la inserción del “Estado de Bienestar” en todas las áreas de la vida social.
En Chile, desde el extranjero se ve que las demandas de los estudiantes se encuentran estancadas, ya que tanto el gobierno como los manifestantes no logran crear un lenguaje común, y no han logrado generar la confianza básica para comenzar un largo proceso de negociación. En Israel, los jóvenes israelíes presentaron una comisión de 60 intelectuales y hombres públicos al gobierno, especialistas en distintas áreas como educación, salud, impuestos, vivienda, bienestar social, etc. Esta comisión tiene que presentar un plan concreto de acción al gobierno.
El movimiento de “indignados” israelíes posee fuertes bases sociales, y redes que llegan a todos los aspectos del quehacer nacional; desde la prensa, a las universidades, a distintos gremios y organizaciones, ONG’s, etc. Es decir, no es producto de una “Generación Espontanea” (en ambos sentidos del concepto), sino que resultado de un largo proceso de concientización y trabajo popular realizado por cientos de grupos de jóvenes que dedican los mejores años de su vida para hacer trabajo educativo, político y social en los barrios marginales, con el claro objetivo de generar un cambio radical del sistema capitalista. Estos grupos han establecido redes con infinitas organizaciones, han creado carreras universitarias que responden a este objetivo, han levantado colegios y centros culturales, y esto lo han hecho, sin descansar, durante los últimos diez años. Es en base a este trabajo que los “indignados” israelíes pueden hoy levantar una propuesta coherente de cambio social total de las condiciones sistémicas.
Una crítica implica realizar una comparación entre los ideales de una sociedad mejor a la que queremos aspirar y entre la visión que realicemos de la realidad actual. De acuerdo al espíritu crítico, la realidad siempre será peor que los ideales que buscamos alcanzar. Pero además, como chileno “extranjerizado”, mi visión que puedo aportar no es más que una mezcla de nostalgia y comodidad; mi propia imagen de la realidad no es más que un ideal que me he construido. Un Kibutz del Deseo.
Comparar ciertas visiones de la realidad, en mi caso, la sociedad chilena, la israelí y en menor grado la argentina, implica comunicar experiencias desde un escenario a otro, traducir prácticas y establecer redes.
La experiencia de las comunas utópicas urbanas israelíes es amplia (reúne a miles de jóvenes en cientos de comunas), larga (más de 15 años), profunda (una ideología propia y original), enraizada (existen en casi todos los barrios pobres, y tienen llegada a miles de pobladores) y conectada (entre sí, con ONG´s, Universidades, organismos internacionales, organismos palestinos, etc.).
En el caso de Chile, creo que más allá del cumplimiento de las metas especificas del movimiento estudiantil, el objetivo de concientizar políticamente a la nueva generación está logrado. El siguiente paso debe ser la formulación de una base teórica propia que sepa responder a la hegemonía neoliberal, la generación de redes de confianza y la formación de un liderazgo nacional.
La instalación de comunas utópicas-barriales-culturales-educativas es el próximo desafío del movimiento estudiantil chileno, ya que ellas son el laboratorio social donde se pueden vivir las teorías en forma diaria, se pueden establecer confianzas con personas y grupos diferentes, y son una buena escuela viva de formación de líderes que provengan del propio entramado social.
La búsqueda de la propia utopía recién comienza. Es una larga búsqueda ya que ella es social. La aceptación del lenguaje homogenizante significará el fin de esta ola de protestas. Sólo la auto-instauración de propios desafíos permitirá mantener al movimiento en pie, encausarlo en una nueva forma de construcción, y transformar efectivamente la sociedad.