El fetiche del cuerpo y la memoria cautiva: La búsqueda de los Detenidos Desaparecidos en la construcción de una memoria de transición.

por NICOLAS SLACHEVSKY, Est. Filosofía, U. de Chile. Miembro Editor Revista Multitud.

Cuando salí de cuarto medio, mi tía me regaló una gran enciclopedia sobre la muerte y la inmortalidad: saberes y creencias de lo que asumo una de mis grandes enemigas. Agradecí el gesto y hojee el libro con interés bibliófilo, antes de guardarlo en mi biblioteca, archivarlo y olvidarlo.

No hace mucho mi mirada volvió a caer en él y recordé una pregunta perdida que iba sobre la muerte. No pude recordar la pregunta pero de solo mirar con atención la enciclopedia y percatarme del polvo acumulado a su alrededor, me atacó un sentimiento de deuda: que pensar en la muerte está pasado de moda, dije, y ya ni los poetas le coquetean tomando whisky a altas horas de la noche, ni los condenados románticos osan vivir llorando su inminencia ajusticiadora.

Pienso entonces en algunas muertes ejemplares. Bolaño, atormentado por un desierto mexicano que vomita cadáveres, muriendo en un pueblito de España a la espera de un transplante de hígado; un joven anarquista que resbala de un tercer piso y se estrella de cabeza contra el suelo; un fotógrafo que se desploma  en la acera luego de fumarse un último cigarro, minutos antes de entrar a un hospital para disminuir los dolores del cáncer. Comienzo entonces a intuir que algo desespera cuando se piensa en la muerte. Hay muertes tranquilas, deseables, y muertes tormentosas; mas lo realmente insoportable es la desaparición no de un cuerpo ni de un alma, contra el sentido de la posesión y las ilusiones metafisicas, sino la potencia, la historicidad de un sujeto, que insoportablemente se esfuma.

Hay que detenerse entonces en ese extraño fetiche nuestro por el cuerpo. Sabemos de la antigüedad de los cementerios, casi contemporáneos de nuestro sedentarismo, así como de los inmensos ritos fúnebres que antiquísimas culturas desarrollaron, como los Egipcios, y que seguramente implicaban trabajos de días, meses e incluso años de un séquito no menor de cortesanos. Una obvservación como esa, sin embargo, no nos permite generalizar, humanizar, una relación con el cuerpo fallecido: antaño solo los “notables” tuvieron lecho fúnebre; incluso Mozart descansa en una fosa común pues no fue cristiano; hoy solo una renta da derecho a la preservación de una tumba. La adoración de la cripta, por tanto, se ha construido en nuestra cultura como un privilegio, y como cultura en sí, en nuestros días, se ha impuesto en una relación burguesa con la memoria del fallecido.

En sus Tesis Sobre la Historia, Walter Benjamin desarrolla la potencia de una memoria de la derrota: la clase obrera aparece así como “la última [clase] esclavizada, como la clase vengadora, que lleva a su fin la obra de la liberación en nombre de las generaciones de los derrotados”[1]. En términos de clase, Benjamin establece así la única relación de potencia posible con la muerte, relación de una memoria activa y creativa, en la lucha de liberación. No se trata en ella de la mistificación de una pérdida, nostalgia en acumulación de recuerdos pasados en la pasividad. La memoria de la derrota es vengadora; el proyecto perdido es al mismo tiempo su potencia aún vigente.

Me interesa llegar con esto a un caso partícular de quienes no tienen tumba: los detenidos desaparecidos. El preámbulo está hecho; la tesis es la siguiente: la busqueda de detenidos desaparecidos en Chile y su institucionalización durante los gobiernos de la concertación, más que búsqueda de una verdad histórica (memoria del cuerpo flajelado, constancia de la violencia del capital[2], inspiración vengadora de las luchas presentes), ha estado gobernada por la búsqueda del cuerpo; la mistificación del acto de entierro como consolidación de una memoria del pasado que permita el cierre de lo que se ha llamado la transición: cerrar las heridas de una historia aún reciente para asumir su conclusión histórica con el cuerpo encontrado. El sujeto histórico flajelado, el luchador social, las caras  en gracia de la Unidad Popular o de la resistencia salvaje son así anulados en su historicidad vigente. Encontrar el cuerpo es asumir la muerte, no solo como hecho material, sino más bien, sobre todo, asumirla en el dominio de la ética; decir “incluso ellos, que amaban tanto la vida; incluso ellos, que lucharon contra la muerte, yacen aquí (ahora enterrados, identificables): muertos”. Ya Lacan lo decía, y vale la pena escucharlo: “La muerte es del dominio de la fe. Pero tienen razón ustedes en creer que van a morir. Eso les da fuerza y les sostiene. Si no lo creyeran, ¿podrían acaso soportar la vida que tienen? Si no se apoyaran sólidamente sobre la certeza de que esto termina, ¿cómo podrían soportar todo esto?[3]


[1]    Benjamin, Walter, La Dialéctica en Suspenso, Lom Ediciones, Santiago 2009, traducción Pablo Oyarzún.

[2]    Véase La Doctrina del Shock, de Naomi Kelin.

[3]    Lacan, «Lacan Habla», Conferencia en la Universidad de Louavain, 13 de Octubre de 1972, Volumen Lacan en Bélgica, Documento de Trabajo de la Association Freudienne, Recatado 15/08/2010

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