El tesoro latinoamericano, el valor de lo innegociable: caminando hacia una identidad continental libre y propia.

por NICOLAS DUBCOVSKY y FABIAN SIERRA. Est. de Derecho, U. de la República de Montevideo, Ex Mazkir de Hashomer Hatzair Uruguay. Est. de Psicología, U. de la República de Montevideo, Ex Rosh Jinuj de Hashomer Hatzair Uruguay.

 

«Tú no puedes comprar al viento.
Tú no puedes comprar al sol.
Tú no puedes comprar la lluvia.
Tú no puedes comprar el calor.
Tú no puedes comprar las nubes.
Tú no puedes comprar los colores.
Tú no puedes comprar mi alegría.
Tú no puedes comprar mis dolores.»

El mundo entero se encuentra en una fase de la que parece imposible escaparse. La distinción entre países del primer y del tercer mundo se va dilucidando con las colosales diferencias económicas que podemos encontrar dentro de cada uno de los países; dejando de ser en sí mismos países ricos y países pobres y pasando a ser países con pobres, ricos y toda la gama adquisitiva que podemos encontrar dentro de estos extremos.

Pero el mundo no se encuentra en una fase preocupante solo desde lo monetario, sino que todo el sistema de valores y toda la moral se encuentra arraigada a las modalidades financieras. Hoy todo tiene un valor, todos somos mercancía, o al menos eso es lo que quiere hacernos creer este sistema injusto y opresor.

Sin embargo, como nos recuerda la banda de Puerto Rico “Calle 13” en la canción “Latinoamérica” en la estrofa anteriormente citada, no todo tiene un valor, y las cosas que siempre fueron, son y serán, las verdaderas riquezas, no son negociables.

Si bien la conglomeración de clase de la que el mundo entero fue presa durante muchos años está desvaneciéndose, y a pesar de la fuerte intención de la globalización de decolorar el tesoro identitario de los pueblos y las naciones, Latinoamérica pareciera estar sumida en una fuerte lucha por no perder dicha fortuna. Amalgama de ritos indígenas y tradiciones europeas; mezcla de malambo, tango y reggae, de samba, candombe y plena; argamasa de maíz, olluco y zapallo, América Latina es hoy –junto con alguna otra en el mundo- una de las pocas regiones que batalla por seguir arraigada a su identidad, identidad miscelánea, mezcolanza de regiones.

Aún así, si habláramos del potencial capital de Latinoamérica, ¿De qué hablamos? Hablamos de los restos que los conquistadores dejaron, y aun así, hablaríamos de las tierras más ricas del mundo, de todos los climas, de todas las alturas y las plantaciones posibles, somos ricos en recursos.

Como un niño que siempre fue excluido y juzgado negativamente por sus diferencias con el resto en su clase, hoy, en la actual involucionada etapa adulta que el mundo ha sufrido, América Latina debería sentirse con el autoestima desmesuradamente elevada, ya que –sin necesidad de que ello suceda- estamos en perfectas condiciones de convalecer y respirar por nosotros mismos.

La subordinación a países y personas extranjeras va quedando atrás, como también la identidad opresora contaminada de todo aquello que no es nuestro.

En este trance se nos hace imposible no retomar aquellas cosas que escapan a la mercantilización, de nadie y de todos es el viento, nuestro es el amor y la memoria y ajeno es el olvido  y por ello tiene gran valor e importancia reconocer y enmendar la identidad de Latinoamérica. Es también importante saber que la crisis coyuntural potencia esta aleación de comidas, músicas, tradiciones, voces, gritos, susurros y afectos.

Es con la acción solidaria en la comunidad que podemos reivindicar este gran continente, siempre defendiendo el amor por nuestros amigos, nuestras familias, entregando todo aquello que queremos recibir y sin olvidarnos nunca de quien somos.

No debemos temer, el arte, el trabajo, el estudio, son herramientas que nos permiten dignificarnos y realizar aquello que el alumno pedía a gritos y se le era negado.

Démosle la oportunidad a la vida de ser vivida, creamos en lo que somos y en nuestra tierra, y nunca más en las mentiras. Creamos en lo que nuestros ojos y los de nuestros hermanos ven, somos desmedidamente ricos, estamos llenos de aquellas cosas que no se pueden exportar: el viento, el sol, la lluvia, el calor, las nubes, los colores, la alegría, los bien ganados dolores, la calidez de la hermandad latinoamericana, el irradiante afecto al prójimo, y somos dueños también de lo más importante: una identidad.

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