La Muerte Psíquica y sobre como condenamos al Otro provocando su Muerte Social: desde Freud hacia nuestra Sociedad.

por FELIPE QUINTEROS, Est. de Psicología, U. Adolfo Ibáñez.

¿Es la vida opuesta a la muerte? Para responder esto necesitaríamos una sentencia de un saber absoluto que conociendo ambos nos dictase sus esencias, sin que ni vida ni muerte lo afectasen. Pero Dios ha muerto, y hemos quedado abandonados en nuestra finitud. No pretendo encontrar una verdad con el mismo carácter, suponiendo también otra exterioridad absoluta que reemplace el significante Dios por otro significante abogándose el mismo tipo de poder. Mi intención es mucho más humilde, pensar en nuestra finitud desde nuestra finitud.

No obstante, la frase D’s ha muerto tiene un sentido para nosotros. ¿Desaparición? ¿Extinción? ¿Reducción a la nada? ¿Es esto la muerte?

Según la RAE, muerte quiere decir cesación de la vida, y en una segunda acepción, la separación de cuerpo y alma. Como es posible observar, las dos acepciones mencionadas contienen sedimentadas la tradición de una sociedad limitada en el tiempo y el espacio, específicamente nuestra “cultura occidental”. Ambas parecen satisfechas y suficientes, la primera opera en el entendimiento de lo que quiere decir vida y la segunda postularía lo que sucedería en la muerte a partir del supuesto de un alma inmortal y un cuerpo mortal, en donde escuchamos a Platón, pero también a nuestro deseo inagotable.

Freud, al interesarse en las profundidades de la mente humana, y a partir de su estudio de los sueños, llegó a la conclusión de que no habría temor a la muerte, ni sueño capaz de representarla, por ende en la psique humana, la muerte no existiría. ¿Pero cómo, no estamos constantemente temiendo nuestra muerte? Freud llegó a esta conclusión debido a que el hombre, al no tener la experiencia de la muerte, no puede temerla, no puede haber una anticipación a ella, un temor a sufrirla. En este sentido, la muerte significaría el término de todo sufrimiento y de toda posible experiencia, a menos que ésta sea solo un paso a una realidad diferente.

Nadie ha experimentado la muerte, por ende nadie puede hablar de ella como quien habla de un objeto de conocimiento cualquiera, pues ésta escapa a la representación y al lenguaje y lo confronta con su límite como lo irrepresentable mismo. Sería así un significante sin significado, una palabra sin referente. ¿Cómo es posible saber qué es la muerte? La solución de Freud sería la castración. Pero este significante no hace sino causar mal entendidos. La angustia de castración es primordialmente la separación del ser individual con respecto al Otro amado, que es su condición de posibilidad. De este tipo de separación sí tendríamos experiencia.

La pérdida del objeto amado implica la pérdida del Otro, y sin este Otro, ni el bebé ni ningún ser humano puede sobrevivir. La separación y la no existencia de una conexión con los otros nos destruye, abandonándonos al más absoluto desvalimiento. Es así como funciona el trauma, es precisamente esta su definición. Esta separación quiere decir la muerte psíquica del sujeto, que es abandonado a su suerte y a su aniquilamiento. Para el ser humano, la única muerte experimentada es la muerte psíquica que a su vez es muerte social, en la cual, sin la posibilidad de conexión con los otros, sucumbe y su deseo termina por  apagarse. De este tipo de muerte, a la muerte física y total desaparición, hay solo un paso.

Ententiendo estos conceptos, es posible ver cómo personas muertas psíquicamente buscan de manera obsesiva dejar de existir por medio del suicidio, o cómo también otras personas se aferran a la búsqueda de sensaciones y emociones cada vez más fuertes que les hagan sentir que siguen «vivos», como se observa en el caso de sobrevivientes de torturas  y   humillaciones extremas.

¿Hasta qué punto nuestros actuales sistemas sociales  y nuestras maneras de hablar condenan a una muerte social a alguos individuos? ¿Cómo estamos implicados en el sufrimiento social y de condiciones de vida que facilitan la muerte psíquica de millones de individuos de manera innecesaria? ¿Cómo podemos realizar acciones políticas que ayuden a reparar y a devolver a la vida a muchos miembros de nuestra sociedad? Esta crítica nos llevaría a pensar en como nuestros discursos sancionan algunas vidas como vivibles y sus muertes como lamentables, mientras que otras no serían ni lo uno ni lo otro, permaneciendo en la completa y total abjección[1].

De esta forma, “conocemos” la muerte y sabemos lo que ésta significa. Esta muerte que conocemos, y como ésta nos afecta, es como diría Levinas, en la muerte del Otro. Es a través de la muerte del Otro que conocemos la muerte y como nos afecta  y nos desmorona. Al perder a un ser querido, somos confrontados con la realidad de nuestra finitud y en la medida en la cual dependemos de este Otro para poder sobrevivir y encontrar contentamiento en la vida. Es así como dirijimos nuestros ojos hacia una ética de la responsabilidad infinita por el Otro que nos constituye en el amor y en el llevarnos bien de la amistad.

La muerte, como nos indicaría Freud, desafía nuestra capacidad para representarnos el mundo y conocerlo de manera certera, resistiéndose a la representación y al dominio de nuestros aparatos de conocimiento. Esto nos obliga a pensar críticamente en la finitud de nosotros como individuos y en lo inacabado y finito de nuestros sistemas de conocimiento, incuidos aquí los que versan sobre política. Es siempre necesaria una crítica y y una revisión incesante que esté a la altura de un ser “humano” enfrentado al desafío de construir y articular su vida junto a los otros.

No obstante, la cuestión de la Muerte, así como todas las cuestiones que atañen al “hombre” y la sociedad, no están saldadas. Este estado de no saldado, debe ser mantenido, y toda clausura debe ser resistida con un vigor y rigor crítico e inagotable, despreciando todo intento de clausura ilusoría y metafísica, dejando así el campo abierto y despejado al Otro por venir, ¿No es ésto el significado de la palabra Moschiaj?

 


[1]   Para más información acerca de este tema recomiendo las investigaciones de Judith Butler en “cuerpos que importan”

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