La Vida sin Comunidad: el surgimiento de la Soledad Social.

por JAIE MICHELOW, Arqueóloga, U. de Chile.

Los seres humanos somos seres gregarios. Desde el principio de nuestra historia nos hemos desarrollado, sobrevivido y prosperado en el marco de una comunidad. Pequeña o grande, sencilla o compleja, la comunidad es el grupo de personas a nuestro alrededor que con sus ideas, éxitos y penas construyen y encarnan nuestra realidad.

Las comunidades [sensu Frankenberg] se pueden comprender desde tres aspectos: un conjunto de intereses comunes compartidos por individuos, un grupo de personas circunscrito a una localidad y que lleva una misma forma de vida, o bien, una sociedad con un sistema particular de organización. Además, cuando esta comunidad de normas y valores compartidos se estructura en pro de la realización de un ideal común, nos encontramos frente a un grupo coherente y cohesivo que se auto identifica tanto con los mencionados valores (económicos, religiosos, sociales) como con las personas que constituyen la comunidad.

La vida en comunidad, la cual todos hemos experimentado, nos provee de una serie de parámetros para reducir nuestra incertidumbre y ansiedad personal. La estructura de la comunidad nos asigna un lugar y con mayor o menor grado de libertad, podemos actuar el rol que se nos atribuye. La comunidad nos provee de grupos de pares, con quienes medirnos en los éxitos y fracasos; y constituyen la herramienta más efectiva para evaluar nuestra “normalidad”.

Desde la perspectiva sicológica, la presencia de una comunidad que nos provea de un marco coherente, además de una red de conexiones sociales que son a la vez apoyo y espejo, representa un sustento emocional y una base sobre la cual desarrollar la propia identidad. Incluso aquellos individuos que no se consideran concordantes con la comunidad y su marco social han de delinear su propio conjunto de valores en oposición a los de la comunidad a la que rechazan.

Tradicionalmente, las comunidades solían estar constituidas por la vida aldeana, las relaciones cara a cara y una estructura en la cual todos los segmentos interactuaban al menos en forma esporádica. El surgimiento de los imperios y los modernos estado-nación no fragmentaron la vida en comunidad, sino que la subsumieron dentro de un esquema mayor de lealtades e identidad.

A medida que nos alejamos del núcleo de la comunidad tradicional, las macro comunidades se hacen cada vez más abstractas, basadas en ideas (como el patriotismo o la economía de mercado) y se hacen cada vez más independientes de las personas que solían componerla.

Después de la llamada “crisis de la modernidad” [sensu Beck], por acción de la globalización y modernización, los individuos, antes componentes integrales de una comunidad a pequeña escala, ven fragmentadas sus alianzas en el esquema caótico de las identidades múltiples (grupos de interés común, lealtades políticas e ideológicas, audiencias o comunidades de consumidores). La consecuencia social subjetiva de ello es la supresión completa de las redes de apoyo, la comunidad de pares deja de existir, pues es cada vez más difícil definir parámetros de comparación realistas. Un ejemplo cotidiano de esto es la fragilidad social y económica de la clase media, cuyas familias se encuentran solas en la responsabilidad de proveerse a sí mismas y asegurar la propia supervivencia y el éxito social de sus miembros.

El fenómeno anterior, además de ser un síntoma social de procesos globales, tiene repercusiones sicológicas concretas en la capacidad de conformar nuestra propia identidad, la incertidumbre sobre nuestro propio destino, la carencia de certezas, la relativización de normas y valores y la sentencia de asumir atomizadamente y en forma absoluta la responsabilidad de los éxitos o los fracasos (en una sociedad donde esos mismos éxitos y fracasos son redefinidos constantemente).

La crisis o debilitamiento de la comunidad, en su escala micro, como es entendida en las sociedades tradicionales, se concreta cuando desaparecen las redes de apoyo; o bien estas se hacen incapaces de suplir las carencias e incertidumbres de la vida posmoderna; en esta situación, el estado de aislamiento real o subjetivo se traduce en soledad social [sensu Weiss], entendida como la falta de una red de apoyo, pares o aliados con quienes contar en situación de necesidad, vínculos personales activos o latentes que proveen al individuo de sensación de seguridad, confianza y sentido de normalidad.

Nos queda preguntarnos ¿cuál es nuestra realidad? ¿en qué situación nos desenvolvemos hoy cada uno de nosotros? ¿contamos con una comunidad (no importa cuál esta sea) basada en relaciones cara a cara y que nos provea de vínculos de confianza para construir a partir de ella nuestra propia identidad?

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