La Paz como la construcción de un camino de Unidad y el resultado de un proceso colectivo reflexivo profundo.

por EZEQUIEL SPORN, Lic. En Administración, U. de Buenos Aires.

Por su escaso éxito en ventas, la paz, silenciosa – y ciertas veces silenciada – ha venido transitando por diversas épocas y escenarios. Nos encontramos con muestras de sus expresiones desde el comienzo de los días y ciertamente nos ha legado, en buena cantidad, palabras, frases, símbolos, activistas e ideologías.

Pese a ello, podría señalarse que, junto con el “amor” y la “fe”, la “paz” es uno de los conceptos universales que goza de mayor consenso a nivel social. Bastaría con preguntar a una muestra finita de personas si están o no a favor de la paz. No nos llevaríamos ninguna sorpresa debido a que, probablemente, recibiríamos en todos los casos la misma respuesta.

Desde tiempos lejanos hacia esta parte de la historia, pareciera existir en el imaginario colectivo una concepción pura y bastante genérica respecto de la palabra “paz”. Sin embargo, si decidiéramos entrar a profundizar y nos dedicáramos a indagar en busca de una mejor definición, nos encontraríamos con diversas posiciones, a priori contrarias, pero complementarias entre sí. Entonces, ¿qué entendemos por paz? y ¿qué significado le damos?

Desde una perspectiva negativa, sin implicar un juicio de valor sino que sólo haciendo referencia a la ausencia, la paz se define por la no-guerra o la inexistencia de conflictos, generalmente bélicos, pero también sociales, económicos o de orden político. No es casual, que la sociedad perfecta haya sido definida como aquella sin conflictos, y las utopías sociales de antaño sostenían la necesidad de constituir un modelo inmaculado de sociedad de pura cooperación.

Paradójicamente, la llegada de la teoría del conflicto, en la década del 50’, dio cuenta de que vivimos inmersos en constantes conflictos, latentes, potenciales, silenciosos, pero conflictos al fin. El principal mérito de esta teoría fue el reconocimiento de la  funcionalidad del conflicto, modificando su connotación tradicional y postulándolo como un mecanismo que promueve la creación, la innovación y el cambio. Si paz es ausencia de conflictos y si el conflicto es constante, entonces, desde esta perspectiva, la paz no existiría.

Por otro lado, el Judaísmo plantea una visión positiva de la paz. Positiva, pues refiere a la presencia de determinados elementos. En hebreo, paz se dice Shalom. Shalom no sólo significa paz, sino que su raíz también se encuentra en la palabra Shalem, que puede interpretarse como “completitud”. Es así que se presenta como una dimensión integral. En un nivel personal, es el bienestar tanto en un sentido espiritual como en el material.

Esto quiere decir que la paz sólo es verdadera, si es perfecta y completa. Si uno mismo se encuentra en un estado de “completitud”. Pero si paz es perfección y a la perfección podremos acercarnos pero jamás alcanzarla, desde esta perspectiva la paz tampoco existiría.

Asumámoslo y comencemos a reconocerlo. Esas paces, no existen. La paz fue, es y será siempre imperfecta. No es una variable binaria, es un continuo. No es un lugar al que se debe llegar, es un camino que se construye. No es solamente individual, también es colectiva. No puede garantizarse por medio de tratados. No está hecha de palabras dulces, se nutre de la acción.

Surge entonces la siguiente pregunta. ¿Cómo hacemos para diseñar y construir futuros más pacíficos, futuros que perfeccionen la sensación de paz? Y no, no me refiero a tener como objetivo escalar posiciones ni a liderar el absurdo Índice de Paz Global.

Es conocido que una buena parte de la sociedad anhela conservar el mañana. Algunos lo hacen como una mera búsqueda de trascendencia personal. Otros como una forma de solidaridad con las generaciones futuras, con aquellos que aún no han nacido o que apenas se encuentran en sus primeras etapas de crecimiento.

Apoyándonos en todos ellos, el camino hacia otra paz, debería ser transitado a partir de la búsqueda y el hallazgo de puntos de confluencia en la diversidad, el multiculturalismo y la mixtura de ideologías, a partir de religiones y culturas que dialoguen, se entiendan y permitan mezclarse. Junto a hombres y mujeres dispuestos a dejar de hablar sobre otros para comenzar a hablar con el otro. Con espacios familiares que promuevan valores y a través de educadores comprometidos en entregar consistentemente un mismo mensaje.

Resignifiquemos a la paz. Abracémosla con el mote de perfectible. Entendámosla como encuentro, unidad, como complementariedad y compatibilidad, dentro de un contexto de conflicto y ya no más no fuera de él.

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2 comentarios

  1. Es fuerte decir que la paz no existe. El tiempo y el unvierso complotan para que eso ocurra y esperemos que deje de pasar. Lo felicito por el ensayo, mi amigo.

  2. Gracias por compartir tu ensayo Ezequiel. Es bien interesante tu planteo. Si la paz es educar en valores, es ahí donde está el esfuerzo que debemos hacer las familias y los educadores. La historia no está a nuestro favor, pero es bueno seguir intentándolo.

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