El Santo Sepulcro de Jerusalén en Semana Santa.

por NICOLE BITRAN. BA en Estudios de la Tierra de Israel y Pedagogía, U. de Haifa. Guía de Turismo licenciada del Ministerio de Turismo israelí.

 

Semana Santa en Tierra Santa debe de ser uno de los espectáculos más masivos e impresionantes de los que he sido testigo en mi vida. Es una sensación casi indescriptible que conjuga momentos profundos de fe con situaciones bizarras y banales.

Empezaremos nuestro recorrido el día más álgido de esta semana, viernes Santo, que en la tradición cristiana es el día del Juicio y crucifixión de Cristo. Todo empieza en la Puerta de los Leones, una de las siete puertas de acceso a la ciudad vieja de Jerusalén, frente al Monte de los Olivos. Aquí se van reuniendo y preparando las distintas delegaciones de iglesias y parroquias de todo el mundo para iniciar el «reenactment» del Vía Crucis, las catorce estaciones que recorriera Jesús desde La fortaleza de Antonia donde Poncio Pilatos lo juzgará a pena de muerte  (hoy en día una escuela primaria para niños árabes) hasta el Santo Sepulcro en la Iglesia del mismo nombre.

He aquí mi primer momento de sentimientos encontrados o llamémosle epifanía «nico´s style». Por un lado, es increíble ver el poder de la Fe: Israel no es un destino barato. Por decirlo de alguna manera, cuando veo a los peregrinos, lo primero que se me pasa por la cabeza es cuánto tiempo deben haber estado juntando el dinero para llegar a este momento, a cuántas cosas deben haber renunciado para llegar a este lugar, para vivenciar de cerca lo que leen cada semana en un libro llamado biblia. Esta imagen siempre me genera un sentimiento de admiración y humildad, sobre todo por yo no ser una persona que expele fé por sus poros.

Por otro lado, está la parafernalia, lo bizarro. No es fácil deglutir la imagen de un turista americano, con la fisionomía promedio del americano, vestido con un pañal gigante cargando una cruz que trajeron de su pueblo a la que todavía se le pueden ver los «stickers»  pegados del «security check» del aeropuerto. Y la imagen del Cristo Rubio no es todo, hay que agregarle a los otros americanos que entusiastas sacan de sus mochilas los cascos de Romanos y las espadas de plástico, sin olvidarse del escudo y la pechera también plástica, y si esto no fuera suficiente, la guinda de la torta: cinco mujeres en túnicas rodean al cristo rubio con un par de cazuelas extras por las calles de Jerusalén, llorando y gritando por un parlante portátil «Oh, Jesus! Don’t leave us!».

Grupos como éste salen cada media hora desde el mismo punto de partida, lo único que va cambiando es el idioma de las exclamaciones por altoparlante y uno que otro «prop» de los actores. La procesión nos lleva a través de dos de los cuatro barrios que conforman la ciudad vieja de Jerusalén: el barrio musulmán y el barrio cristiano (los otros son el barrio judío y el barrio armenio). Mientras nos aproximamos hacia el Santo Sepulcro, la imagen se va haciendo más monumental y apoteósica: miles de personas apostadas en la pequeña plaza que se encuentra frente a la entrada a la Iglesia, esperando su turno para poder entrar a la tumba de Cristo.

Todos apretados como sardinas hacen la fila, católicos romanos, ortodoxos griegos, ortodoxos armenios, sirios, etíopes y coptos, todos son parte del «status quo» cristiano, que en palabras simples significa “no vaya al baño aquí, aguántese hasta después”. La iglesia está dividida en estas seis ramas del cristianismo que, dadas sus diferencia, no son capaces de ponerse de acuerdo en nada, incluyendo a quien le toca limpiar el baño.

Hemos llegado al momento tan esperado. Frente a nosotros, un grupo de rusos espera su turno para entrar. Atrás nuestro, unos coreanos alistan sus cámaras prontos a fotografiar el lugar más santo para el mundo cristiano, el ¡santo sepulcro!, que en estricto rigor son dos pequeñas cámaras de dos por dos, la primera llamada «Capilla del Ángel» y la segunda el sepulcro mismo. Nos vamos apretujando cada vez más entre uno y otro, ¡puedo sentir en el aire el olor a Fe! Van entrando cada cuatro o seis personas según lo que decida el monje que controla el acceso. El monje es un ortodoxo griego que más que monje parece luchador de lucha libre, yo le llamo «Boris», un ropero de tres cuerpos, pobre del que ose no respetar la fila, de un solo empujón Boris te deja muy sentado en el piso. Algo parecido le paso a la turista alemana que no tuvo la paciencia de hacer la fila, por lo que trató de acercase desde el otro lado y tomar una foto lo más cerca posible. «Boris», creyendo que la señora se quería «colar», le mandó un empujón que la dejó atónita por un buen par de minutos, no estoy segura si estaba más choqueada por el empujón o por quien la había empujado. Después de haber presenciado la escena y de haber sido testigo de otras situaciones similares, he llegado a la conclusión de que «Boris», durante la semana trabaja en el santo sepulcro, pero los fines de semana debe de trabajar como «bouncer» en la entrada de alguna disco de moda.

Hacia el final del día ya camino a mi departamento soy victima de otra epifanía. Voy resumiendo y recordando el recorrido que acabamos de caminar y pienso que lo que recorrimos fue un precalentamiento para el momento culmine previo a la llegada al sepulcro. Uno ve en los peregrinos como cada estación los va emocionando más y más: en la tercera estación Jesús cae por primera vez, en la quinta estación Simón le ayuda a cargar la cruz, en la sexta estación Verónica (Vero=Verdad; Icono=Imagen) le limpia la cara de sangre y sudor, y así con cada estación, marcada con un numero romano y con un semicírculo en el piso.

Ahora bien, yo me pregunto ¿cómo fue que se llegó a definir este recorrido y no otro? Helena, la madre de Constantino, el Emperador Bizantino que declarara la religión cristiana como la religión oficial del imperio, en uno de sus recorridos por Jerusalén fue quien por gracia divina, ósea una suma de epifanías «Helena´s Style» definió el Vía Crucis, y si a eso le agregamos que el Vía Crucis de hoy ni siquiera es el mismo de Helena, es simplemente arruinarle al peregrino la experiencia religiosa con una suma de hechos históricos que no son relevantes para él. Al fin y al cabo, es todo cuestión de Fe.

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