Linda muerte y sagrada vida en Varanasi
por KALLY SALAS, Est. Odontología, U. del Desarrollo.
Desde que puse un pie en India, sabía sólo 3 cosas: Que mi nombre pertenece a una diosa india y que estaba empeñada a aprender lo que más pudiera sobre eso; Que la cultura india es fascinante e iba dispuesta a salir de toda zona de confort para aprender y absorberlo todo; Que iba a conocer pueblos pequeños, remotos y desconocidos, el Taj Mahal y Varanasi.
Lo primero que tuve que aprender al llegar es que mi nombre no solo era la diosa Kali, quien por cierto es una deidad muy poderosa dentro de la cultura hindú, sino que en hindi (idioma oficial del país, junto con otros 300) Kali, significa Negro.
Invariablemente, una conversación iniciaba así: -…” mi nombre es Kally”, -Kali????, -“Sí sé, soy blanca”, -risas imparables. Imagino que de haber tenido un nombre común, mi viaje hubiese sido muy distinto (gracias mamá).
Fueron innumerables las aventuras y experiencias que viví durante dos meses de mi vida, viajando y recorriendo sola por India. Tuve el honor de conocer pueblos remotos y a su gente, donde pude ser parte de increíbles costumbres, rituales y tradiciones, quienes a pesar de tratarme siempre como extranjera, abrieron sus casas y corazones a alguien tan lejano y diferente que no dejaban de sorprenderse. Por cierto, puedo decir lo mismo de mi parte; las ganas de aprender fueron incluso aumentando con el tiempo.
Luego de conocer el Taj Mahal, sólo faltaba una cosa en mi lista: Varanasi. Esa cuidad de la que no sabía absolutamente nada, pero que de alguna forma u otra tenía que conocer.
Como nunca antes, toda persona local que se enteraba de mi plan hacía lo posible para evitar que yo fuera a esa ciudad. Me ofrecieron estadías gratis en otras partes, y cuando ya no había forma de convencerme que no fuera para allá, hasta me regalaron una navaja suiza (¡rosada!). Aparentemente, Varanasi puede ser muy peligrosa.
Y fue así como llegué, luego de pasar más de 20 horas en el tren y con casi 4 horas de atraso, a la estación más caótica en la que estuve durante mi viaje. Ya me habían advertido sobre esto, los taxistas se pelean para cobrarte precios ridículamente exuberantes y llevarte a los hoteles donde ellos ganarán comisión. A estas alturas, no sabía si estaba ahí por testaruda o porque algo más me decía que debía llegar, pero fue amor a primera vista.
Tomé un “cycle rickshaw”, un carrito impulsado por un hombre en bicicleta, que por 40 rupees (400 pesos chilenos) me llevó hasta un punto donde las calles de adoquines se hacen tan angostas que no caben más de dos personas al mismo tiempo, dándole un misterio encantador a esta ciudad. Inicialmente, serían 2 días que luego se transformaron en 5 y, no más, porque se acababa mi viaje. Pero hubo algo en este lugar que me enamoró.
Es extraño porque es justo en esta ciudad donde muchas de sus creencias y tradiciones chocan directamente con todo lo que mi cultura –tanto chilena como judía- me enseñó alguna vez.
Varanasi es una de las ciudades más antiguas de India, pero sus edificios no tienen más de 200 años ya que fue destruida una y otra vez. Ubicada en el estado de Uttar Pradesh, se caracteriza por ser una ciudad sagrada del Hinduismo, Jainismo y Budismo, con importantes templos dedicados a sus dioses. El alma de la ciudad está en el Ganges o Gangas, el río sagrado que cruza en dirección este desde el norte, en los Himalayas hasta Bangladesh. Todo ocurre alrededor de él: la vida, la rutina, y hasta la muerte.
Las cosas más simples como lavar la ropa, meditación y yoga por las mañanas, o bañar a las vacas, ocurren en el mismo río donde terminarán los cuerpos de quienes fueron cremados previamente a las orillas de éste, lo que se transforma en un espectáculo ardiente durante todo el día y la noche, ofreciendo una atmósfera especial que no pasa desapercibida ante nadie.
Dice la tradición, que el río limpia el alma y purifica a quienes entren en él, por lo que miles de personas peregrinan a éste. Las hogueras serán un honor al que los más afortunados podrán acceder, acelerando el proceso de purificación antes de descansar eternamente en el Gangas. Este ritual es llevado a cabo por ciertas personas que dominan este “arte”, quienes conocen la cantidad y forma exacta de hacer rendir al máximo los troncos de madera, que varían en precios según su calidad. La madera de sándalo es la más sagrada. Los niños y embarazadas son considerados puros, por lo que puede omitirse este proceso y sus cuerpos ser entregados directamente al río.
Es aquí donde aprendí que algo tan fuerte como la muerte puede ser visto como bonito, cuando una familia entera, a pesar del dolor, se siente feliz que su ser querido haya terminado en un lugar tan sagrado.
Entendí un poquito más sobre el ciclo de la vida y cómo nos quedamos, a veces, en lo superficial de las cosas. Entendí también que, por muy distinto que sea el hinduismo del judaísmo o de cualquier otra creencia, buscamos y queremos básicamente lo mismo. Solo cambiamos la forma en que lo hacemos.
Varanasi no fue lo que estaba esperando, fue mejor. Y no me arrepiento ningún segundo de mi decisión. Fueron tantas emociones y pensamientos que no hay forma de poder explicar lo que me pasó en aquel lugar.
Sé que tuve suerte, pero Varanasi podría ser mi ciudad favorita, y mi viaje a la India, el más especial.