Cerrando 100 años con reflexiones personales

por RENATO HUARTE, BA en Pedagogía y Filosofía, UNAM. Esp en políticas culturales y gestión cultural – UAM, INBA y OEI. MA en Filosofía de la Ciencia UNAM, y Est. PhD en Filosofía UNAM. Profesor de Filosofía judía en la Universidad Hebraica en México y UNAM.

 

Se termina peligrosamente el 2013 y con esto el final de los festejos del 100 aniversario de la fundación de Hashomer Hatzair a nivel mundial.  Para quien haya seguido los distintos artículos al respecto, se habrá percatado que mucho puede ser dicho.  Sin embargo, en esta ocasión me permito hacer una reflexión personal.

Entré a Hashomer Hatzair cuando tenía apenas siete años.  Desde que vi que mi primo me “abandonaba” los sábados quise ir.  Recuerdo que la primera vez que fui era Purim y, como no tenía disfraz, mi tío me improvisó una kefía para hacer pasar por árabe.  No todo fue miel sobre hojuelas.  Al poco tiempo, nos fuimos de tiyul (paseo) al campo y recuerdo haber regresado casi insolado, cansado y con los calcetines llenos de espinas.

Pero con el tiempo eso pasó y las mangas del tilboshet (uniforme) dejaron de ser profusas extensiones de los brazos.  El cuerpo creció, pero también el espíritu.  Pronto me encontré en una kvutzá (grupo) en donde compartí muy buenas experiencias y muchos aprendizajes.  Aprendí a hacer nudos y refugios en los campamentos, pero también a bailar y a cantar los viernes en los talleres.  Aprendí palabras en hebreo que me acompañan hasta el día de hoy y, sobre todo, a ser amigo.

Pero tal vez el más grande aprendizaje fue cuando fui responsable de mi primer grupo.  No eran muchos, pero esos pequeños traviesos de siete años me permitieron dar lo mejor de mismo, eso que con los años aprendería se llama educación no formal.  Ese proceso de educar a un grupo de niños para en realidad educarte y aprender quién quieres ser.  Si había que enseñar marxismo, había que comprenderlo, y eso creí haber hecho. Sin embargo, después en la universidad sería mucho más fácil comprenderlo.

Con el tiempo, dirigir un movimiento: encargarse de la programación educativa, pagar las cuentas, salir de campamento, hablar con un niño o niña triste o incluso con un papá.  También dirigir el movimiento y representarlo fuera, ante los entes comunitarios.  . . Y, por supuesto, vino la hajshará (año de preparación) en donde todavía trabajé en un kibutz con súbitos cambios, aprendí hebreo y después en el Majón Lemadrijei Jul en Jerusalén con excelentes profesores.

Gracias a ti, decidí no estudiar medicina y más bien profundizar en qué es eso que llamamos educación.  También pude revalorar mi pertenencia al pueblo judío y, a la par, al pueblo mexicano.  Me enseñaste que un madrij es presencia absoluta de otredad frente a su janij (educando) como después aprendería con Buber y Levinas y que, con los años, como asesor general del movimiento en dos ocasiones (pail) había que “mostrar el camino” como en la filosofía buberiana, sólo quedarse parado en la ventana y apuntar con el dedo el camino, porque la experiencia, esa sí que es irrepetible y, sin embargo, el educador es el que siempre está ahí para cuando se le necesita.

En esta que ahora parece una larga historia, creo que ambos nos hemos aportado. Tú cumpliste apenas 100 y yo 34.  Pero lo más bonito de todo, es que en esta historia descubrí a muchos otros que fueron y son parte de ti.  Pero también en ti puse mi granito de arena para que pudieras ser mejor, tanto como uno descubre que por los otros y por uno mismo es que se puede ser mejor.

Y así, descubriendo tu historia y filosofía, hoy apenas siento que te comienzo a entender.  Te deseo muchos más años y que a todos quienes hayan pasado por ti, hayan descubierto que educar es también educarse, no para dar consigo mismo de una vez y por todas, sino para aprender a hacerse preguntas, sobre todo, sobre el mundo, pero sobre uno mismo.

Y sin más preámbulos: ¡Felices 100!

Publicaciones Similares

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *