Mirarnos a los ojos

por PAMELA NUDMAN, Arquitecto, U. de Chile.

Esa vieja acción y ancestral señal de confianza y conexión mutua está perdiendo terreno. El espacio de la mirada va cediendo paso al de la televisión, al espacio del mall, o al contemporáneo y multifacético espacio virtual.

Mirarse de forma sostenida sigue siendo señal de amor en una pareja, a los ojos, sin decir nada, sonreírse mutuamente, comunicarse sin palabras. Este hecho parece ser una prueba de que cuando dos personas aceptan conectarse mutuamente, están dispuestas a mirarse frente a frente, compartir sus sentimientos y mostrarse al otro abiertamente. Podríamos pensar que esto nos deja más frágiles, pero vemos como el amor -de pareja, entre  amigos, madre-hijo, etc.- siempre vuelve a las personas más fuertes y entusiastas, como si contaran con una fuerza adicional a la cotidiana que las vuelve capaces de hacer cosas que de otra forma sería casi imposible

Por estas razones, esta acción debiera ser retomada seriamente en las aulas. Recordada. Y en las calles, las plazas, los teatros, las oficinas y en las cantinas. Porque mirar al otro nos enfrenta con nuestra verdad, y a la verdad, por más que nos cueste darle la cara, hay que enfrentarla y agradecerla.

¿Qué escondemos cuando bajamos la mirada? ¿qué es lo que nos avergüenza y nos hace bajarla y no poder sostener la del otro? Algo ha de haber.

Tal vez sólo sea indiferencia. No estoy segura de la causa, pero hay una relación directa entre esas dos miradas que interactúan, que se observan, que no puede igualarse a ninguna conexión virtual. Algo hay que no podemos esconder cuando nos miramos directamente, un puente se construye, un hilo nos conecta inevitablemente, un velo se corre y nos deja descubiertos.

Hay entonces una puerta en esta relación, y las puertas conectan. Pero si no se abren, separan.

En nuestra idiosincrasia chilena, es especialmente notoria nuestra forma de relacionarnos, la que por lo general se basa en la no-interacción de las miradas, situación que crece día a día con el aumento de los aparatos que nos conectan a través de Internet.

Surge aquí la paradoja contemporánea: mayor conexión, sí. ¿Mayor desconexión?

Tenemos en nuestras manos herramientas de trabajo para conectarnos y compartir nuestras intenciones y sentimientos, pero la sociedad nos bombardea y parece llevarnos en el sentido contrario, con su sobredosis y saturación de conexiones tecnológicas en cada esquina, en cada casa, en cada bolsillo,  en tu propia cartera.

Dejo abierta la puerta para que miremos un poco más allá e intentemos entender este escenario. Las hipótesis son muchas y las respuestas variadas, pero sin duda son cambios que vive nuestra sociedad hoy, los que además avanzan de forma vertiginosa, frente a lo cual abrir un espacio para la reflexión siempre nos viene bien en estos días.

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