Los años que tenemos y los que perdemos

por FELIPE MARKMANN, Est. Derecho, U. Adolfo Ibáñez.

 

Primero, vean: http://hereistoday.com/ Ahora, pregúntense esto: ¿Cuánto estimarían que llevan de vida si no pudiesen medir vuestras vidas en años? Actualmente, y como respuesta natural a un escenario que se mueve, es dinámico y avanza, nos hemos autoprogramado el hábito de medir absolutamente todo. De todas las mediciones que existen, denominamos “tiempo” a aquella que nos ayuda a ordenar de modo cronológico, y cuantitativamente, todo lo que ha sucedido, sucede y sucederá, y que en consecuencia, a modo de suma, nos permite determinar la cantidad de vida total que lleva cada cosa y cada humano.

Así, por ejemplo, sabemos que la tierra existe desde hace aproximadamente 4.570 millones de años, que yo di mi primer beso hace 108 meses y que desde la aparición de los sumerios, la primera civilización, han transcurrido 2.012.245 días. Utilizamos el tiempo para justificar que aún somos muy jóvenes para preocuparnos, que ya somos grandes y podemos salir hasta tarde, y lo utilizamos también para establecer que si nacimos entre los años 85’ y 90’, entonces tenemos una esperanza de vida de 72,68 años, donde pasaremos 7.300 días durmiendo,  1.095 días sentados en el wáter y un promedio de 3.650 días encerrados en una oficina, trabajando.

A pesar de su rigidez, el tiempo es relativo. Einstein ya había aclarado esto con el ejemplo del que pone su mano en una estufa durante un minuto y siente que el suplicio duró una hora, y de quien se sienta con una hermosa mujer durante una hora pero siente que pasó solo un minuto. En una línea similar, el tiempo demuestra ser relativo, en cuanto la duración de una cosa no se condice necesariamente con la importancia que dicha cosa tiene para cada uno. Así, si dos individuos están viviendo simultáneamente 1 minuto de sus vidas, pero el primero duerme mientras el segundo presencia y recibe la respuesta verbal y aprobatoria de su examen de grado, a pesar que en términos de tiempo contable el minuto que ellos están viviendo es exactamente el mismo, en términos de relevancia y experiencia de vida, lo que ellos están viviendo es claramente distinto.

Usamos el tiempo de modo constante como un mecanismo infalible, pues se nos presenta como una herramienta fácil para adjudicarnos un tránsito, pero aún cuando estos mecanismos de medición son útiles, muchas veces nos inclinan a hacer caso omiso al cuestionamiento de cuánto verdaderamente llevamos vivido (cuando en realidad esa es la pregunta que siempre deberíamos hacernos). Los años, meses y días se han vuelto relativamente superfluos en cuanto pasan y la mayoría sigue rigiéndose por plazos invisibles; lo cierto es que no es la mayor cantidad de tiempo transcurrido lo que necesariamente le da a uno la preparación para contribuir de mejor manera a este mundo, si no que es la  mayor cantidad de cosas aprendidas.

Por eso, y para prevenir, no esperemos que el tiempo pase simplemente, sino que vivamos a consciencia, ya que de no hacer esto, inevitablemente llegaremos a perder nuestra esencia de juventud y la idea que “todo es posible”, por la idea “ya no vale la pena intentarlo”. Ahí es cuando estamos realmente cagados.

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