¿Great Place To Work?

por MATT ERLANDSEN, Periodista, PU. Católica. Coordinador de Comunicaciones Fundación Todo Mejora.

 

Todos los años, aparecen rankings de los famosos Great Place To Work. Todos los años, vemos a los gerentes de grandes compañías peleando por conseguir estar entre los top 10 y vanagloriarse de ser directores de una compañía en la que sus empleados se sienten orgullosos de trabajar y ser parte. Yo lo era. En gran parte, lo sentía. Tenía la camiseta puesta por un Great Place To Work.

Soy periodista. Me gradué de la universidad hace dos años, pero he trabajado en el rubro de las comunicaciones corporativas por más de siete, en puestos freelance entre medios chilenos y extranjeros, agencias digitales, oficinas corporativas y fundaciones sin fines de lucro. De todas, he aprendido mucho respecto a mi quehacer profesional, he tenido excelentes amigos y colegas y me han abierto las puertas para seguir desarrollándome en un ambiente muy competitivo.

Pero lejos, lo que más aprendí con mi penúltimo trabajo, es que el trabajo no es más que eso. No se te debe ir la vida con él, ni te debes sobre involucrar en entregarle tus sentimientos ni un exceso de tiempo.

Hasta febrero pasado trabajé en la oficina de Santiago de la segunda agencia de comunicaciones más grande del mundo: una multinacional con presencia en los cinco continentes, más de 5 mil empleados y políticas internas de no discriminación tan incrustadas en la cultura organizacional, que a veces parecían ser superiores al Primer Mandamiento. Una de ellas es el reglamento interno de no discriminación por sexo, edad, religión, raza u orientación sexual.

Todo eso se ve muy bonito en el papel, pero con el correr del tiempo, a mi jefa no le pareció bien que yo propusiera trabajar con una cuenta probono apoyando a una ONG que promueve el debate en torno a los derechos civiles de las minorías sexuales. “Esa gente no debería recibir nuestro tiempo. No le hacen un bien a nadie”, me dijo sin pelos en la lengua.

Obviamente, comentar mi orientación sexual con mis compañeros de trabajo tampoco le pareció adecuado. “Aquí trabajamos con profesionales, lo que hagas en tu vida privada o en tu cama es de la puerta para afuera”, me interpeló en una reunión, mientras que ella, y seguramente apoyándose en su puesto de directora, podía compartir con todo el equipo sobre las nuevas gracias de su hijo, “el gordo”, y lo estresante que se estaba tornando la organización de su matrimonio.

La situación no dio más. Un buen día, me llamó a su despacho para decirme que yo no me adecuaba al espíritu de la empresa y que desde esa fecha, este Great Place To Work iba a prescindir de mis servicios: “Matt, eres muy buen trabajador, pero la gente como tú no se adapta bien a lugares como éste. Estoy segura que vas a poder encontrar uno que te acomode más”.

Aclaremos que no era que yo llegara tarde, ni hiciera un trabajo mediocre, o que mis clientes estuvieran descontentos o, ni mucho menos, que llegara travestido o mujereando a mis compañeros. Simplemente, “la gente como tú” no se acomodaba. Le incomodaba que hubiera tratado de aportar, desde la vereda de la diversidad, educar al resto de profesionales en la inclusión, desmitificando estereotipos y demostrando que los gays podemos transitar por la vida y ser completamente normales, como cualquier hetero u otra orientación sexual de las que se nombran hoy en día.

Me enrabié, me dio pena y me sentí basureado porque le entregué el corazón a un empleo que era de ensueño y me entregaba mucho. Pero a cambio recibí un portazo en la nariz disfrazado de “necesidades de la empresa”.

Lamentablemente, me di cuenta que, al apelar al código de no discriminación, el proceso queda olvidado en algún email porque un empleado del montón no tiene el peso que tiene un director, y que las leyes locales no impiden que se puedan volver a producir este tipo de situaciones porque, al no quedar plasmado en un audio o papel, no hay manera de probar que hubo discriminación.

Hoy trabajo en la Fundación Todo Mejora, donde nos preocupamos de educar en materia LGBT a quien lo desee, de forma que los niños, niñas y adolescentes que se sienten identificados con esta sigla no sufran bullying, y así podamos prevenir que para el 2020 Chile llegue a tener un suicidio al día en el rango teenager. Desde esta vereda, me toca liderar la campaña comunicacional de mayo “el mes contra la homofobia” y no puedo sino hacerles ver la urgencia de reflexionar sobre las minorías, de cualquier tipo, especialmente como judíos.

Ser judío y ser gay es como querer hacer que el mundo gire hacia el oeste. Es ir completamente en contra de los cánones y de lo que se espera de uno, inmerso en una sociedad ampliamente cristiana, occidental y heterosexual. Es tener un doble pecado. Reclamar una discriminación por algo que no sea nuestra herencia cultural o religiosa es ser extremista.

Todos hemos sentido, en algún punto, que los ojos de muchos están puestos sobre nuestro comportamiento. Tenemos que ser un ejemplo para el resto. Y es aquí donde, con esta última discriminación laboral, sentí la necesidad de hacer algo. Porque hoy es un trabajo administrativo, pero mañana es el impedimento para entrar a un local si voy tomado de la mano de mi novio y pasado mañana es un apedreo en plena calle.

Como judíos, independiente de nuestra orientación sexual o de nuestra posición personal frente al matrimonio igualitario, no podemos permitir que se nos pase a llevar, ni tampoco debemos avalar estas actitudes. Está en la Torá que nuestra tarea es mejorar este mundo y una buena manera de hacerlo es educando en la inclusión y el respeto.

Porque así como hace algunos días se publicó otro ranking de las 50 empresas que mejor tratan a sus empleados LGBT (http://www.todomejora.org/las-50-empresas-que-mejor-tratan-a-sus-empleados-lgbt), deberíamos presionar todos, desde la experiencia de lucha y reconocimiento como minoría religiosa o étnica, para que no sea necesario que un trabajo donde entregamos muchas veces más de 8 horas de nuestro día y gran parte de nuestro corazón, quiera entrar a una lista para ganar más clientes, sino para respetarnos como seres humanos. Porque eso es lo que somos.

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