Perversa y cotidiana seducción

por DIEGO LOLIC, Escritor. Est. Dirección Cinematográfica, Escuela de Cine.

 

«La seducción es el mundo de la dinámica elemental. Todo esto ha cambiado de manera significativa para nosotros, al menos en apariencia. ¿Pero qué ha sucedido con el bien y el mal? La seducción lanza a ellos entre sí, y los une más allá del significado, en un paroxismo (repentino estallido de emoción) de intensidad y encanto». De la seducción, 1990, Jean Baudrillard.

Sobre la atracción y la dinámica afectiva sabemos muy poco. Precisamente, es en este espectro de intercambio pulsional donde se ubica un concepto de cuya etimología sabemos mucho menos: la seducción. ¿Es acaso una herramienta de sometimiento y manipulación que ostentan las sociedades de mercado? ¿Es el acercamiento inherente de las especies vivas en el eterno retorno del vaivén emocional? ¿Logra concebirse desprendida de su valor semántico, como un disfraz de las intenciones más oscuras de su enunciador?

La seducción se constituye como una amalgama de acepciones que se manejan desde el inconsciente; un barco ebrio y erótico que se entiende desde el mundo racional a través de su pluralidad de significados. La literatura está llena de ejemplos insignes sobre esta relación y sus estadios resolutivos. A través de un proceso analítico esclarecedor, alejamos los fantasmas que no pertenecen al cosmos seductivo, y que más bien se adhieren a variados prismas lingüísticos y emocionales.

El caso del viejo Humbert Humbert, en la novela publicada por Nabokov en 1955, Lolita representa un interesante diálogo entre pulsión de muerte y ética, por donde se desliza peligrosamente nuestro término. El profesor Humbert llega a Estados Unidos desde Europa y alquila una habitación perteneciente a una solitaria viuda que inmediatamente se obsesiona con él. Sin embargo, Humbert conoce a su atractiva hija de doce años, Dolores, quien le gatilla las fantasías más profundas. Enceguecido por el constante brote sexual de Dolores, Humbert decide casarse con la viuda para estar cerca de su objeto del deseo. La ausencia de una figura paterna, coadyuvada por la frágil necesidad de la viuda, facilitan que toda relación entre Dolores y los hombres sea a través de un intercambio sexual; o más bien dicho, una intención de poder y validación a través de la seducción. Después de la muerte de la viuda, Humbert queda a cargo de Dolores y decide dar rienda suelta a su impulso, escapando con ella por EEUU y hospedándose en distintos moteles. En ese momento, el profesor se da cuenta que la imagen sacralizada de la niña está corrupta por la humanidad: Dolores ya tuvo encuentros sexuales durante su estadía en un campamento para niños. Los celos de Humbert lo carcomen, provocando una rabia posesiva y paranoide. Dolores, ahora especializada en la obtención narcisista de sus deseos, toma de Humbert lo que le place y se escapa con un artista llamado Clare Quilty. Finalmente, el profesor muere en la cárcel de trombosis luego de intentar asesinar a Quilty, mientras Dolores da a luz a su primer hijo en la navidad de ese mismo año.

La carga ética sobre Humbert no parece tener doble lectura, entendiéndolo como un ser patológico incapaz de sublimar su deseo hacia fines sublimar su deseo hacia fines mo hacia fines mble lectura, entendibres, toma de Humbert lo que le place y se escapa con un arti creativos. Por otro lado Dolores, víctima de sus circunstancias y aparentemente sin una noción clara del atiborrado mundo por el cual atraviesa, surge como una sobreviviente más que justa. Ante el ejercicio de una exégesis, esta historia pasaría al libro de los tiempos como la interesante parábola de un pervertido y una santa. Si bien el lector posmoderno puede concebir esta apreciación de manera obtusa, es en el subtexto de la misma donde encontramos la humanidad más oscura e interesante; origen de toda seducción.

Dolores es tan perversa como Humbert, dotada además de artilugios histéricos para saciar su apetito caprichoso. Por el contrario, Humbert, quien se relaciona en un mundo castigador y bien delimitado, siente culpa por sus acciones, incluso al momento de intimar con una menor quien, supuestamente, no sabe lo que está haciendo. Serán Sigmund Freud y Melanie Klein quienes afirmarían, durante los albores del siglo XX, que las conductas autodestructivas y tanáticas se hacen presentes en los niños como ejes estructurales de su personalidad. Así pues, el rol de víctima y victimario se traslada fácilmente de personaje en personaje, como una bomba de tiempo que nadie quisiera tener en sus manos. Humano, demasiado humano, Nabokov nos narra su magistral obra como un misil que apunta a la ética del lector, intentando remecerla, cuestionarla y hacerla reflexionar.

Para seducir necesitamos un impulso sexual base y un elemento donde direccionar dicha carga libidinal. Aquí surge el primer intercambio con el objetivo, donde el yo debe posponerse en parte para incluir al otro; entregándole prioridad. Logrado el efecto seductivo, ornamentado por las herramientas histriónicas y emocionales del seductor, todo lo construido hasta ahora se verá afectado por un franco declive, otorgándole al tiempo y a la constancia del enunciante la durabilidad del hechizo.

La seducción va a ser la base de la dinámica elemental y un grueso pilar en el intercambio básico entre personas. Está en los medios, en la calle, en los cines, en la política. Visa todo tipo de transacción entre personas, buscando materializar su impulso como máxima prioridad.

El Erotismo (1957),de Georges Bataille: «La violencia nos abruma extrañamente en ambos casos, ya que lo que ocurre es extraño al orden establecido, al cual se opone esta violencia. Hay en la muerte una indecencia, distinta, sin duda alguna, de aquello que la actividad sexual tiene de incongruente. La muerte se asocia a las lágrimas, del mismo modo que en ocasiones el deseo sexual se asocia a la risa; pero la risa no es, en la medida en que parece serlo, lo opuesto a las lágrimas: tanto el objeto de la risa como el de las lágrimas se relacionan siempre con un tipo de violencia que interrumpe el curso regular, el curso habitual de las cosas. Evidentemente, el torbellino sexual no nos hace llorar, pero siempre nos turba, en ocasiones nos trastorna y, una de dos: o nos hace reír o nos envuelve en la violencia del abrazo… Es debido a que somos humanos, y a que vivimos en la sombría perspectiva de la muerte, el que conozcamos la violencia exasperada, la violencia desesperada del erotismo».

Publicaciones Similares

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *