¿Vuelta a la realidad o a la ficción?
por LEON MORGHEINSTERN, Ingeniero Comercial, U. de Chile.
Qué mejor forma de terminar mi viaje por Asia justo donde comenzó: Bangkok. Caminando hoy por esta ciudad, me di cuenta que nada cambió. Vi al mismo tipo vendiendo tragos en su combi que transformó en un bar, el mismo chofer del tuc tuc ofreciéndome ir al pin pong show, el mismo lady boy mal afeitado que se para en calle Rambutri y Khao San Road con su fiesta desenfrenada… todo está igual que cuando llegué, pero mi mirada no es la misma, el viaje inevitablemente me cambió.
Hace medio año atrás llegué a Asia con una idea de los lugares que quería visitar, pero sin ningún plan concreto ni expectativas. Sabía que tenía tiempo y quería disfrutarlo a concho. Hoy me toca volver, tomando un avión con escala un par de semanas en Europa. La vuelta ya comenzó hace unos días cuando mi mente se acerca a Chile. Pienso en el reencuentro con mi familia, la Kimba, mis amigos, el buen asado, la marraqueta con palta, la piscola y las frías aguas del Pacífico, pero mi cuerpo sigue acá, aún lejos.
A través de un telescopio, miro a la distancia mi país. Hago un zoom x 10000 y observo un mundo pequeño, limitado por barreras. Veo varias personas saliendo de él, pero ninguna entrando; el acceso está restringido. Sigo mirando y observo que éste no solo está delimitado, sino que cada segundo que pasa se achica más y más. La comunidad judía donde me crié al parecer es un mundo de ficción.
En ella, existen personas muy valiosas, con sentido de pertenencia e identidad, y lo mejor es que se hacen amistades verdaderas que son para toda la vida. Sin embargo, muchas veces abundan las descalificaciones, prejuicios, rivalidades, copuchas, intereses económicos y la falta de solidaridad. Cuántas veces hemos hablado del ortodoxo cuervo o el reformista chanta. Y el prejuicio contra el no judío, el «goy» (que por cierto es mi palabra más odiada). Distintas campañas de marketing hacen las comunidades para atraer a los jóvenes, ofreciendo viajes e incluso lucas. Los rabinos llaman a hacer bendiciones para la lectura de la Torah a los que tienen más plata para hacer donaciones. No falta la oportunidad de hablar de negocios en los pre-carretes o incluso en la misma sinagoga. Pero, ¿y la gente haciendo voluntariado de algún tipo?
Tantos kilómetros que recorrí, tantas playas, atardeceres, montañas, desiertos y personas que vi, me recordaron que el mundo es inmenso. ¿Si no lo conozco ahora, cuándo? Presencié ceremonias budistas e hinduistas, entré descalzo a los templos y me senté en el suelo, al lado de las personas que ahí rezaban. Aprendí sobre sus dioses e incluso hoy puedo reconocer algunos. Tomé decenas de tazas de té Chai con hindúes, me reí y compartí con ellos. También entré a mezquitas y compartí con musulmanes. Conocí cientos de personas de todas las razas, religiones y partes del mundo.
Viajar así enseña muchas cosas: a adaptarse y ser flexible. Cada día es nuevo y uno no sabe dónde llegará a dormir, qué sorpresa me llevaría, qué personas conocería o qué lenguaje distinto al mío escucharía. Aprendí a tomar decisiones y a equivocarme, a confiar en mi instinto y a vivir sin comodidades.
Tampoco fue todo felicidad: vi el lado más crudo de la pobreza en India, mi querida India… no hay palabras para describir lo maravillosamente caótica que es. Mientras recuerdo todo esto, continuo mirando desde el mundo real este pequeño mundo de fantasía. Ahora toca regresar a casa, como cuando Neo entraba a la Matrix sabiendo que existía Zion.
Puedo decir que vuelvo más creyente en Dios, mucho más, pero menos creyente en las instituciones religiosas y comunitarias, mucho menos… o casi nada. Todos estos paisajes alucinantes y personas, toda esta DIVERSIDAD y maravillas, para mí no pueden ser al azar, tiene que haber algo más.
¿Qué están esperando para salir al mundo real? Todos pueden salir de él, y también dejar que entren otros. No es necesario venir a Asia para explorarlo. ¿Por qué no se lanzan y se atreven a salir? Es difícil, casi imposible. Si la sociedad en la que vivimos es un mundo de ficción, la comunidad vendría a ser algo así como la ciencia ficción. Nuestra comunidad nos encasilla y nos pone barreras, nos aprisiona y nos mantienen estáticos. Vuelvo menos creyente en nuestras instituciones, que limitan a la gente y nos alejan de deleitar, disfrutar y gozar de la más maravillosa creación de Dios: el mundo real.