Rumbo a la ciudad perdida de Petra
por ASHER PERMUTH, Ingeniero Comercial, U. de Concepción. Fotógrafo y Piloto Privado.
Petra (Piedra) es un yacimiento arqueológico en el valle de la Aravá en Jordania, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y hoy una de las 7 nuevas maravillas del mundo.
La travesía parte ruda, tramitando las visas en Tel Aviv y Santiago para cruzar la frontera jordana por el Paso Allenby (o Puente Hussein, desde el Este). Todos hablaban de un paso complicado o al menos tedioso. El paso a Jordania estaba muy tenso dada la situación en Siria, y queríamos entrar a un país considerado peligroso.
Salimos de Jerusalén cerca de las 9:00 am en una van contratada que nos dejaría en la frontera. Tomamos la ruta al Mar Muerto, pasamos el cruce de Jericó al Este, bajamos del nivel medio del mar y llegamos al puesto fronterizo israelí a orillas del Río Jordán. Todo el papeleo fue muy rápido. En un pobre hebreo, le dije a la oficial de aduana –“y tanto miedo nos habían metido”, “espera cruzar el puente” – respondió.
Estuvimos más de 2 horas esperando el único bus que transporta turistas a través de la frontera, un tramo de unos 3 kms. Hay varios buses que transportan población palestina –es la frontera más usada desde Cisjordania, a petición de la ANP, los buses tienen esta exclusividad – y otros cuantos que transportan jordanos. Hay un solo bus para turistas, el cual debe esperar ser llenado a cada lado. Entrar al último Reino Hashemita desde Israel fue un cambio – como entrar a la costanera norte en la Rotonda Pérez Zujovic y salir en un camino de tierra cerca de La Ligua.
Inmediatamente, supimos que la comida iba a ser una delicia. Pero la incómoda realidad de país árabe que por cada cien hombres hay 0,5 mujeres en la calle nos abofeteó la cara. Las miradas de 50 oficiales de aduana –que hacían el trabajo de 5- sobre nuestras mujeres, aunque bastante respetuosos, no les sacaron los ojos de encima hasta que nos subimos al taxi, que tuvimos que negociar en un inglés paupérrimo (obviamente acordamos no hablar hebreo), cuando después de esperar 30 minutos comprendimos que nuestro transporte no iba a llegar.
Íbamos repartidos en 2 taxis, entre hombre fuerte, mujer fuerte y mujer débil, y otro con hombres fuertes y mujer embarazada. Fue como un rally campestre con un chofer de 20 años, tremendamente amable –la tónica jordana-, pero con ningún respeto a la velocidad o esquivar niños y gallinas en el camino. Pudimos entender como pasaban el día los jordanos, casi en su 100% dedicados al turismo y a la hoy floreciente agricultura, la cual no dejaban de agradecer a los israelíes que les habían enseñado técnicas de riego por goteo y producción.
Llegamos a una zona hotelera imposible de imaginar, y a nuestro hotel el lujoso Kempinski Hotel Ishtar Dead Sea, un verdadero palacio del sultán con habitaciones de piedra y madera, lleno de diseño y buen gusto, varias piscinas, olivos centenarios traídos desde jardines en Aman, áreas verdes iluminadas al más mínimo detalle durante la noche. Su variedad de comidas preparadas casi en la mesa, vertientes a orillas del Mar Muerto donde brotaba barro caliente para embetunar, o el spa con varias piscinas de agua salada natural y temperada, con un ejército de masajistas Thai, abierto toda la noche y a entera disposición de sus huéspedes. Ninguno de los que ahí trabajaba aceptaba propina y cada vez que pedías algo, siempre había un primer oficial que escuchaba y miraba a su mano derecha, quien corría a cumplir tu “deseo”. Tanto lujo y servidumbre me tenía incómodo, a ratos.
Al otro día, nos esperaba una van para salir a recorrer los 250 kms que nos separaban de la capital de los Nabateos. Los jordanos son de los pocos que han podido mantener su reinado intacto a pesar de vivir casi netamente del turismo en un sector del mundo donde te recomiendan no ir a turistear, sin recursos naturales, y poseen una terrible historia de matanzas internas en defensa de su soberanía (Septiembre Negro). Fueron inventados en 1922 (Sykes-Picot) para premiar al Rey Abdala I por su ayuda en la guerra y para que no peleara con su hermano, y así mantener la región tranquila.
Como ejemplo de cooperación vecinal, todos hablan del acueducto que se construirá a medias con Israel. Los israelíes vendiendo agua dulce, quien lo hubiera pensado.
Y felizmente, llegamos. Petra era la ciudad de mayor esplendor del reino Nabateo hacia el siglo IV AC, la cual al día de hoy sólo mantiene sus tumbas talladas en piedra, acompañando a los visitantes en todo el recorrido. Esto hace mayor la odisea por definir si eran un grupo de ladronzuelos (App 10.000 personas) o una tribu que “controlaba y guardaba” mercancías de una de las principales rutas comerciales de la región (No creo que el negocio del bodegaje hace unos 2.500 años atrás haya sido tan bueno).
La ciudad completa está tallada de forma excepcional en roca rojiza, donde en ningún centímetro deja de pasar un tallado lateral para el transporte de aguas desde la entrada por un desfiladero angosto de varios kilómetros hasta sus cisternas, sitio estratégico si pensamos que durante 500 años ningún ejército fue capaz de avanzar hasta la ciudad, cayendo siempre en esa angosta trampa –siempre es más barato el peaje-.
En el lugar, vivían cientos de familias beduinas, a las que cambiaron su estadía por la concesión del parque, en lo que a venta de merchandising, arriendo de burros y servicios de guías refiere, por lo que prepárense para hordas de vendedores ambulantes.
Petra es un lugar que nadie que se diga explorador y amante de la historia se puede perder, menos si estás por el sector. Los colores de la piedra en ese desfiladero iluminado con velas hacen una experiencia inolvidable.
Mucho más si en la cabeza tienes que fue en ese lugar donde Sean Connery le dio a conocer al mundo que Indiana era el nombre del perro.